Capítulo 3: v

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V

Abelard Livingshtone esperaba en la oscuridad del túnel a que su contacto apareciera. Había estado escuchando durante horas el goteo de alguna fuga lejana, y trataba de adivinar cuánto tiempo faltaba para que el sensor de la tubería lo detectara y mandara a alguna cuadrilla a repararla. Si eso pasaba tendría que huir, y su reunión con el contacto se perdería.

Livingshtone se había quitado las pesadas botas, y seguía con el pantalón sucio y sin camisa. Sólo el arnés de la armadura de holografía sólida seguía sobre su espalda, y el calor húmedo del túnel lo hacía sentir desnudo. La lanza dual pasaba de una mano a la otra una distraídamente. De pronto, un ruido.

Algo se arrastró imperceptiblemente a lo lejos. Fue por un instante, pero fue suficiente para que el hombre se quedara petrificado. Apretó la lanza en las dos manos y aguardó. Un minuto, dos minutos. Nada.

Cuidadosamente tanteó con el pie en la oscuridad y sin soltar el arma colocó el pie izquierdo dentro de la bota. Esta se armó cerrándose sobre su tobillo y aguardó a que "eso" se moviera. Pero nada pasó. Volvió a ponerse la otra bota, y el mecanismo también se calzó a su pie con un ruido solapado. Y entonces lo percibió de nuevo. Justo cuando la bota dejó de hacer ruido, el hombre percibió el final de una respiración fuerte: más bien el eco del final. No podía ser su imaginación. ¿O sí?

El hombre sintió una furia fría. Levantó la punta de la lanza en posición de ataque y aguardó a encenderla, cómo si tuviera que saltar al vacío y su cuerpo no lo dejara por algún instinto olvidado de auto preservación.

Respiró tres veces y encendió la lanza. El túnel se iluminó cientos de metros hacia adelante y hacía atrás. Livingshtone miró unos instantes a la lejanía y no vio nada. Detalló cada centímetro de lo que la oscuridad le permitía y no vio nada. Pasaron algunos instantes más para darse cuenta del hombre que estaba de pie a menos de un metro a su izquierda.

Livingshtone ni siquiera alcanzó a decir nada. Dio un lanzazo hacia el hombre, pero este capturó el arma por el mástil con la mano izquierda y allí la dejó, petrificando a Livingshtone sólo con la mirada. El hombre, con unos siniestros ojos amarillos, tenía la piel de un marrón oscuro muy intenso, casi del color de los granos de café. Hubiera pasado por un humano normal si no fuera por pequeñas betas de color azul sobre la cara, que le rasgaban los ojos en dos líneas ásperas y verticales y que terminaban casi en las comisuras de la boca, y porque llevaba el cabello completamente rapado, dejando ver tres crestas características de la raza ibering. Tenía un traje táctico gris oscuro de una sola pieza, muy ceñido al cuerpo, y que le cubría los brazos completos hasta las muñecas y las piernas hasta los tobillos. Lo llevaba abierto hasta la mitad del pecho, en donde dejaba ver unos pectorales fuertes cubiertos de tatuajes blancos, que se movían con vida propia. Sobre la espalda cargaba un pequeño morral verde. Llevaba un cuchillo cruzado sobre la hebilla del cinto, que también dejaba ver una cuerda delgada y enrollada de unos dos metros que le colgaba sobre el muslo. En su boca mordía una ramita que bailaba sobre el agujero del único diente que le faltaba en el maxilar inferior.

–Doctor Livingshtone, supongo.

–Creo que alguien debía decir eso alguna vez. –Dijo el científico, calmándose. – ¿Tu eres el cazador?

–Obviamente. ¿Te consigues a mucha gente que sepa tu nombre en la oscuridad?

–Quizá. La mitad de la ciudad debe conocer mi nombre ahora, Fantasma.

–¿Fantasma? ¿No deberías guardar algo de respeto a quién será tu salvoconducto? –Liv apretó los labios sin saber muy bien qué decir. El ibering continuó. –Creo que deberíamos ponernos en marcha. Quiero llegar a puente en un par de horas.

Los Cediks:  Libro RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora