Unión y orden

332 46 8
                                    

Al quedar cegadas por la luz, Jessica y Alexa solo sintieron como una fuerza irresistible las arrastró hacia adelante, haciéndolas cruzar a una gran velocidad por un remolino de colores y por una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Al cabo de un momento, inesperadamente aterrizaron con brusquedad en un pedregoso suelo.

—¡Mierda! —gruñó la ojiverde al golpearse la mejilla al caer. Al escuchar un quejido a su lado, se giró para mirar a su amiga quien estaba tocándose la parte trasera de su cabeza—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —respondió Jessica un poco aturdida—. ¿Y tú?

—También, aunque estoy rogando que no tenga una cicatriz en la cara —contestó Alexa mientras se incorporaba. Al observar a su alrededor y percatarse que ya no estaban en la mansión, volvió a maldecir—. Dime que sabes dónde estamos.

La castaña, al detallar su entorno, frunció el ceño—. Desgraciadamente no puedo cumplir tu deseo.

—¿Como que no? Esa cosa que tienes en el dedo fue la que nos trajo aquí...

—Exactamente, Alex. Esto... —la heredera señaló su anillo—, fue lo que nos trajo, no yo. Así que soy tan ignorante de nuestra ubicación como tú.

Ambas chicas observaron con detenimiento los alrededores, tratando de descubrir a donde habían sido enviadas. Todo indicaba que no había civilización cerca, al detallar que solo la vegetación salvaje y los pedruscos eran quienes predominaban en la periferia y se extendían en el horizonte. Además que, donde ellas habían aterrizado era un sitio limitado por un simétrico anillo de nueve piedras, cada una con una simbología distinta. Y en medio del peculiar círculo se encontraba un pequeño altar de piedra marmoleada rodeado de diversas especies florales, en el cual descansaba una cristalina esfera, cuyo centro radiaba una enigmática y a la vez pacífica luz plateada.

—¿Y eso que será? Además de lo obvio, claro —inquirió la pelinegra, acercándose curiosa hacia el altar. Estaba por tocar la esfera cuando...

—Yo que tú, no lo haría.

Ambas chicas mirando al lado izquierdo del altar, encontrándose con una hermosa y juvenil mujer de cabello rubio, ojos verdes y de un cálido resplandor que las observaba divertida. Al ver que la chica de cabello color noche no había bajado la mano, agregó.

—No si quieres seguir viviendo.

Aquella advertencia surgió efecto, quedó demostrado cuando Alexa retiró la mano con brusquedad y dio unos pasos hacia atrás.

—¿Y tú quién eres?

La mujer esbozó una gran sonrisa en respuesta antes de dirigir su verdosa mirada a la castaña—. Bienvenida a Aisling, querida.

—¿La tierra del sueño? Pero como... —la morena interrumpió su interrogante para mirar de hito en hito a la sonriente rubia y a su anillo. Un silencioso "Oh mierda" salió de sus labios antes de exclamar entre acusadora y sorprendida—. ¡Usted es la Dama del Lago!

—Ah caray. Ya veo por donde viene el asunto —soltó Alexa en voz baja.

—Así es, mi niña. Aunque prefiero que me digas Nimue. —La Dama se acercó lentamente a la castaña hasta posar su brillante mano en el hombro de la chica—. No te imaginas la alegría que me embarga al ver que estás recuperada.

—No tan recuperada como yo quisiera —gruñó en respuesta a lo que la mujer se carcajeó con ganas—. No le veo el chiste.

—Ni yo tampoco. Es solo que muestras un fuerte carácter cuando tu rostro refleja pasividad. Me gusta esa faceta.

El comienzo de una nueva vida IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora