Interludio 3

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Kaiser Von Wolfhausen se veía muy solemne en su retrato sobre la chimenea

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Kaiser Von Wolfhausen se veía muy solemne en su retrato sobre la chimenea. Solemne y aburrido, con los bigotes rígidos y los labios apretados en una línea fina y severa. Llevaba la pesada corona de oro batido sobre la cabeza y la capa rojo oscuro con cuello de armiño que indicaban su estatus, pero en opinión de Johan, se veía terriblemente incómodo. Era como si el pintor no hubiera tenido ninguna intención de favorecerlo: incluso había pintado las patas de gallo alrededor de sus ojos y las venas saltonas en la mano con que aferraba el bastón de mando. Si hubiera tenido el pelo oscuro, Johan apostaría su mejor cuchillo a que tendría canas emblanqueciéndole las sienes, pero como todos los miembros de la familia real, tenía el cabello de un rubio brilloso, platinado. Habría sido imposible distinguir las canas allí.

En todo caso, era bastante seguro que el pintor había fracasado en su misión. Los reyes de las otras pinturas en la galería, los Alten König, incluso aquellos que mostraban signos de vejez parecidos, se veían altaneros, como si estuvieran seguros de su poder y ningún hombre o bestia hubiera sido capaz de traicionarlos jamás. Kaiser Von Wolfhausen, en cambio, parecía querer estar en cualquier otro lugar excepto posando allí para aquella pintura.

Su hijo, en el retrato justo al lado, recuperaba el porte de los otros soberanos, con su mandíbula cuadrada y sus hombros anchos. Había elegido ser retratado con una espada enorme de mango adornado en lugar del cetro de mando tradicional, y la corona reposaba sobre su cabeza como si hubiera nacido con ella puesta. A Johan le pareció que estaba muy bien hecho, pero no le hacía justicia al original. Quizá el pintor había querido rebajar la soberbia del nuevo König.

Quizá simplemente no existía el pincel con el talento suficiente para captar su sonrisita de suficiencia, la realeza con la que se movía al caminar, la manera garbosa en que cruzaba sus piernas largas cuando tomaba asiento, como si la sola presencia de sus posaderas convirtiera hasta el taburete más sencillo en un trono.

—¿Sois vos —preguntó el König, alzando la voz como si Johan fuera sordo o incapaz de entenderle —el Gran Cazador de las Bestias del Bosque?

Johan lo encontró irritante de inmediato, pero su rostro no reflejó emoción alguna.

—Sabéis perfectamente quién soy, su Gracia —replicó—. Si no, no me habrías mandado a llamar.

Un rayo de rabia cruzó los ojos del König, pero su sonrisa no cambió. Si Johan no hubiera estado tan acostumbrado a lidiar con la realeza y sus caprichos, se hubiera convencido a sí mismo que lo había imaginado. Pero sabía que no era así. Aquel muchacho (apenas lo bastante mayor para ser su hijo) era mucho más peligroso de lo que dejaban ver sus maneras amables y su rostro apuesto.

—Es verdad —asintió—. Como el König, es mi prerrogativa llamaros cuando vuestros servicios se hacen necesarios para el Reino, ¿no estáis de acuerdo?

—Absolutamente, su Gracia —dijo Johan—. Así que, por favor decidme qué Bestia acecha en los Bosques del Reino y dónde se la ha visto por última vez.

House of Wolves (Novela ilustrada) + Bitácora de autorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora