Cap. 4 - Escena 2

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Locks esperó un día. Limpió la cabaña lo mejor que pudo (no conseguía alcanzar los rincones más altos del techo), le dio de comer a Burro y a Sombra y preparó un estofado con la carne salada que encontró en la alacena del cazador. Johan. Su nombre era Johan y conocía al König. Aunque su miedo era grande y su desconcierto aún más, la curiosidad le había ganado a ambas. Ahora quería obtener unas cuántas respuestas antes de saber si debía huir o no. El sol descendió sobre el horizonte y el estofado sobre la mesa se enfrió. Cuando Locks intentó comerlo, tuvo que reprimir una arcada de asco y acabó tirándolo por la ventana. A la mañana siguiente había un zorro cebándose en él, sin darle demasiada importancia a sus pocas dotes de cocinera. Locks se quedó largo rato admirando su lustroso pelo rojo, pensando en lo lindo que sería tener un par de guantes de ese color, hasta que el zorro, quizá percibiendo sus ideas, huyó entre los árboles.

Johan no había vuelto.

Locks esperó otro día. Lavó su delantal y sus medias y las pocas ropas del cazador que pudo encontrar. Tuvo que sacar un banquito de la casa para pararse en él y colgar la ropa. Por la tarde, se largó una lluvia inesperada, así que tuvo que salir corriendo a recogerlo todo y extenderlo entre las sillas. Intentó encender un fuego para caldear la habitación, pero al cabo de un momento todo estaba cubierto de jirones gris oscuro que la hacían toser y le irritaban los ojos. Tuvo que abrir la ventana para respirar y el resultado fue que todo el suelo de la cabaña quedó cubierto de enormes charcos de agua. La ropa olería a humo durante días enteros.

Johan seguía ausente.

Al tercer día, Locks decidió no hacer absolutamente nada. Se sentó afuera de la cabaña, recogió unas cuantas flores y las trenzó en una corona, pero le salió torcida. La desarmó y armó otra, pero cuando intentó ponérsela a Sombra en el cuello, el percherón prefirió comérsela.

—Apuesto a que el Señor Zorro me dejaría ponérsela —le dijo Locks, irritada.

Sombra no se mostró particularmente celoso.

El sol volvió a caer y Locks contó las estrellas en el cielo a través de la ventana del comedor, pensando que Johan tampoco iba a aparecer esa noche. Quizá lo mejor sería que se fuera a dormir. Por la mañana, si Johan no había vuelto, iría a ver a Hood y le preguntaría si podía quedarse con ella otra vez. Quizá esta vez le diría que sí, si Locks argumentaba que no le molestaría dormir en el suelo.

Estaba tan ensimismada que se sobresaltó cuando escuchó la puerta de la cabaña abriéndose. La figura enorme de Johan se plantó en medio de la cabaña, oteando el aire y mirando alrededor, como si se diera cuenta que había algo diferente en su hogar pero no pudiera determinar qué.

Como un oso que vuelve a su cueva.

Locks sacudió la cabeza para librarse de ese pensamiento tan horrible y se puso de pie. La punta del cuchillo de su padre le raspó el muslo y aquello le dio valor.

—Hola.

Johan la miró como si no la reconociera ni recordara por qué estaba allí.

—¿Dónde estabas? —siguió preguntando ella—. ¿Te fuiste de viaje? ¿Por qué no me avisaste?

¿Se estaría creyendo que ella no sabía nada, que no había visto el enfrentamiento en el claro ni al hombre regordete con la insignia del König?

Johan seguía mirando para todos lados, cada vez más agitado. Levantó un dedo grueso hacia la repisa de la chimenea.

—Allí había un jarrón —dijo.

—Sí. Lo rompí y lo tiré.

—¡¿Lo tiraste?! —exclamó Joha, con los ojos desorbitados—. ¡¿Todo?!

House of Wolves (Novela ilustrada) + Bitácora de autorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora