Cap. 4 - Escena 3

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El patio del castillo estaba lleno a rebosar y era mucho peor de lo que Hood se había imaginado que sería. Si había creído que la multitud en el mercado era molesta y sudorosa, ésta la superaba por mucho: estaba compuesta más que nada por sacerdotes que se decían hombres santos y tenían la capacidad de curar invocando a los dioses, de charlatanes que decían traer curas de tierras lejanas, de viejas brujas y curanderas que se miraban las unas a las otras de reojo, con desconfianza, como si estuvieran seguras que cualquiera estaba al acecho de robar sus fórmulas y secretos. Hood se había disfrazado como una de ellas: había sido fácil ensuciar una capa vieja (no la violeta, no su favorita) y hacer un bulto con un montón de sábanas para crearse una joroba. Se había empolvado el cabello y se había pintado el rostro con jugo de moras, que le daba a su cara un aspecto rojizo que ayudaba a disimular el color de sus ojos.

Aun así, se preguntó si sería suficiente. Los guardias apostados en la puerta no eran los campesinos cobardes e imberbes a los que el König les ponía una espada en la mano y los mandaba a patrullar; eran oficiales de alto rango, barbas pobladas y mirada severa. Analizaban y anotaban el nombre de cualquier persona que se acercara a las puertas, examinaban los remedios que traían y luego los despachaban sin demasiadas ceremonias. No había una fila ordenada ni mucho menos y nadie parecía demasiado interesado en formarla, así que acabar frente a ellos era una cuestión de pura suerte. O mejor dicho, de pisar los pies correctos y clavar el codo en las costillas correctas.

Hood llevaba varios minutos abriéndose paso de esa manera. El sudor le chorreaba por la cara y esperaba que su maquillaje no se hubiera descorrido para cuando llegara delante de los guardias. También esperaba que a ninguno se le ocurriera que aquella anciana de ropas roídas traía una daga en las botas con las que pensaba hacer mucho más que curar al soberano de todos ellos. Parecían bastante despiertos y hasta ahora habían permitido que entraran solamente dos de los supuestos curanderos. Hood esperaba que ninguno de ellos intentara hacer lo mismo que ella.

Pisó una capa, con lo que el hombre que iba delante de ella trastabilló y golpeó a otro, y mientras los dos discutían sobre de quién había sido la culpa, Hood ocupó su lugar al frente de la multitud. Avanzó fingiendo una cojera pronunciada y levantó apenas un ojo cuando los guardias le ordenaron dar la cara.

—¿Quién eres tú, vieja? —preguntó uno de los guardias, mirándola ceñudo.

—Oh, mi señor, veréis —dijo Hood, impostando la voz para que sonara más cascada y temblorosa—. Soy solamente una anciana que lleva años practicando mi arte en soledad. De haberme enterado antes que el joven König estaba enfermo, hubiera acudido con más celeridad, no le quepa la menor duda. No albergo más que buenos deseos para él, así es, señor. Pero en el Bosque donde yo vivo, veréis, las noticias llegan con mucha lentitud y un viaje tan largo, con esta pierna mala...

—¿El Bosque? —repitió uno de los guardias, impresionado. Intercambió una mirada incrédula con su compañero—. ¿La Anciana del Bosque?

—¡Pensamos que había muerto!

—Oh, qué jovencito tan gracioso —dijo Hood. Soltó una risa que convirtió en una tos seca de inmediato—. Es natural pensar eso, pues es natural morirse a una edad como la mía. Pero los dioses han tenido a bien preservarme hasta ahora, quizá para que pueda serle de alguna utilidad a nuestro bien amado König. ¿Quién puede entender el designio de los dioses? En fin, heme aquí, con algunos remedios que quizá puedan aliviar los dolores de nuestro señor.

Se cuidó mucho de exagerar el temblor de sus manos cuando les ofreció a los guardias una bolsa que traía en el cinturón. Los dos desataron el cordón y miraron dentro, aunque era muy probable que no tuvieran idea de lo que estaban viendo entre las hojas secas y ramas que Hood había metido al azar. Esperaba que no se molestaran en pensárselo demasiado. Le dolía la espalda de estar en esa posición y le picaban las manos dentro de los guantes. Quería llegar junto al König cuanto antes y terminar lo que sus lobos habían empezado...

House of Wolves (Novela ilustrada) + Bitácora de autorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora