Interludio 2

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El bosque era muy diferente de noche

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El bosque era muy diferente de noche. De día ya era peligroso, cierto. Había una enorme cantidad de piedras en las que tropezar, de ramas bajas que podían golpearla en la cabeza, de arroyos en los que podía caer. Pero al menos con el sol lograba verlas. El resplandor frío de las estrellas, por otro lado, no era suficiente para que Goldilocks consiguiera distinguir nada más allá de su nariz. Caminaba con los brazos estirados, tanteando antes de dar cada paso. Para peor, a pesar de que el día había estado tan cálido, acababa de empezar a correr una brisa insistente que agitaba las ramas ominosamente sobre su cabeza.

No estaba segura de la dirección que estaba tomando ni exactamente a dónde pretendía llegar, pero sabía que no podía quedarse en ninguna de las granjas que había dejado atrás. Aunque Hood hubiera dicho que nadie la molestaría, le parecía una descortesía entrar allí sin permiso de los dueños, y bien, como los dueños no estaban para pedirles permiso, simplemente no podía entrar.

No sería la primera vez que dormía en el bosque, sin más abrigo que la hojarasca que pudiera reunir y sin más protección que el cuchillo de su padre aferrado con fuerza en su puño. Al menos, se dijo, esa noche no estaba sola. El percherón parecía tan aprehensivo como ella, y la había seguido cuando empezó a caminar. Suponía que podría haberlo montado para moverse más rápido, pero había dos problemas con ese plan. El primero era que el bosque seguiría estando oscuro se subiera o no al caballo. El segundo era que, de todos modos, el animal era tan grande que no podría alcanzar su lomo sin que alguien la sostuviera o sin pararse en alguna roca.

—Me llamo Goldilocks —le dijo, para ser amable—. ¿Y tú?

El caballo relinchó sin mucho entusiasmo, como si aquel tema de conversación en particular le interesara muy poco.

—Bueno, no tienes que decírmelo —contestó ella—. Supongo que tendrías un nombre en el castillo, pero si no quieres volver ahí, debe ser porque no te gustaba mucho, ¿verdad?

El caballo no ofreció ninguna opinión acerca de cómo era su vida en el castillo.

—Te llevaría de vuelta, pero le prometí a Hood que me mantendría lejos —le explicó—. Lo siento. Si quieres venir conmigo, significa que tendrás que quedarte en el bosque.

El caballo no pareció muy afectado por eso, porque continuó siguiéndola. Sus cascos apenas emitían sonido sobre la hierba tierna.

—¿Te molesta si te pongo un nuevo nombre? —le preguntó Locks—. Es que no quiero seguir diciéndote "caballo".

El caballo no protestó, así que con cada paso que daba, Locks empezó a enumerar todas las cosas de color negro que se le vinieron a la mente.

—Lodo. Carbón. Cuervo. No, eso es ridículo, ¿quién le pone el nombre de un animal a otro animal? —se rió Locks—. A ver... ¿Noche? ¿Sombra?

Le dio la impresión que el caballo erguía las orejas y la miraba con atención.

—Sombra —repitió Locks, y estiró la mano para palparle el cuello—. Ahora te llamas Sombra.

House of Wolves (Novela ilustrada) + Bitácora de autorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora