Locks trataba de mantenerse siempre animada, porque eso era lo que su mamá le había dicho que debía hacer: seguir sonriendo y confiando en que saldría el sol a pesar de la tormenta. Siempre tenía que ser amable con las personas, aunque ellos no siempre fueran a serlo con ella. Debía mantenerse alegre y tener paciencia, y eventualmente, su amabilidad acabaría por vencerlos. En cada persona, incluso en las más ariscas, había un amigo en potencia que se merecía ver siempre lo mejor de ella.
Y Locks lo intentaba, pero Hood se lo estaba haciendo más complicado de lo que tenía que ser.
Ese día, mientras regresaba a la cabaña del cazador, estaba directamente a punto de dejar de intentarlo. Tenía el oso de felpa que había cosido ella misma agarrado por el cuello. Había pasado horas y dolorosos pinchazos pensando en un juego que fuera a gustarle a Hood y finalmente creía que este era uno que ambas disfrutarían: ella escondía el oso de felpa en algún lugar del bosque y si Hood lo encontraba, ella ganaba. Locks incluso tenía preparado un premio, un pastelito que había horneado ella misma esa mañana, porque estaba más que segura que Hood sería perfectamente capaz de encontrarlo con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda.
Pero otra vez se había llevado una decepción. Bueno, Hood estaba ocupada limpiando la casa, y eso era entendible, pero otras veces estaba ocupada cazando o cocinando o si no, estaba cansada por haber hecho todas esas cosas y se negaba ni siquiera a levantarse de la cama para abrirle a Locks. Simplemente, Hood no tenía ningún momento para jugar, y Locks, como buena amiga, trataba de recordarle que divertirse era tan importante como trabajar duro.
El problema era que Hood no parecía tener ningún interés en recordarlo. Ni siquiera parecía tener interés en todos los esfuerzos de Locks por ayudarla. Había dicho que conocía al cazador, ¿acaso no sabía todo lo que tenía que caminar para ir de una cabaña a la otra?
Locks volvió a mirar al oso con frustración. Bueno, siendo sinceras, ella tampoco querría jugar con ese oso tan feo. Lo arrojó contra un árbol y se fue sin siquiera pararse a mirar donde había aterrizado. No importaba. El próximo oso que haría seguramente sería más bonito y entonces Hood sí querría salir a jugar con ella. Por ahora, ya estaba sobre el sendero que llevaba a la cabaña del cazador y seguramente tendría que pedirle que le trajera más felpa y relleno del pueblo...
Sus pensamientos y sus pies se pararon en seco. Había un hombre frente a la puerta de la cabaña que miraba alrededor del bosque con la nariz fruncida, como si estuviera oliendo algo desagradable, a pesar de que para Locks el bosque solamente olía a tierra y agujas de pino. El hombre era panzón, pero era demasiado bajo para ser el cazador, y tras acercarse unos pasos, Locks se percató que llevaba calzas y un jubón demasiado elegantes, y que el animal gris estacionado detrás de él no era Burro, sino un caballo de pecho ancho y porte erguido, parecido a Sombra.
El hombre llevaba una capa de color negro, pero con una mancha violeta en la que destacaba la cabeza de un lobo negro con la boca abierta en un gesto feroz. Locks había visto ese símbolo antes: estaba en los broches que llevaban los guardias que la habían capturado en la entrada del palacio, estaba en las paredes de los pasillos a través de las cuales la habían arrastrado e incluso en la alfombra del cuarto donde había cenado con el König.
Era el escudo de armas de los von Wolfhausen. Aquel hombre era un enviado del König.
Locks vaciló. Aquel hombre debía de estar buscándola a ella, aunque no podía explicarse cómo la habían encontrado. El König seguramente querría preguntarle de nuevo dónde vivía Hood, pero Locks le había hecho una promesa, y si la quebrantaba, entonces sí que Hood jamás le abriría la puerta. Quizá lo mejor sería explicarle eso directamente a él. O quizá dictarle una carta a su enviado (Locks nunca había aprendido a escribir), pidiéndole al König que por favor comprendiera que ella no podía traicionar a su amiga.
Dio un paso adelante, pero entonces la puerta de la cabaña se abrió y el cazador asomó la cabeza. El hombre retacón se paró muy recto.
—Estoy buscando al hombre llamado Johan Weidmann.
—Aquí no vive nadie con ese nombre —contestó el cazador, y estuvo a punto de cerrar la puerta, pero el hombre gordo, mucho más ágil de lo que parecía, puso el pie en el vaho de la puerta y sacó un pergamino enrollado del bolsillo de su capa.
—Traigo órdenes directas de su Real Majestad, el König —dijo, extendiendo el pergamino hacia el cazador—. Y será mejor que atendáis a ellas, o vuestro estilo de vida tranquilo puede acabar aquí y ahora.
El cazador lo miró de reojo. Luego, lentamente, como si no hubiera algo que deseara menos en el mundo, levantó la mano para tomar el pergamino. El hombre retacón sonrió, satisfecho, o al menos eso le pareció a Locks.
—Habéis hecho la elección correcta, Señor Weidmann. Iré a informarle al König que contaremos con vuestra presencia esta tarde. Si los guardias os dan problemas, simplemente enseñadles el Sello Real.
Dicho lo cual, se dio media vuelta con un ondeo de su capa y se subió torpemente a su caballo gris. El cazador se quedó parado en la puerta de la cabaña, mirándolo marchar con los hombros caídos durante un largo rato. Luego, apretó el pergamino en la mano, y por un momento, pareció que estaba a punto de arrojarlo o de abrirlo solamente para partirlo en dos. Locks estuvo a punto de revelar su presencia, de pedirle que no lo hiciera (si él no quería ir a ver al König, ella todavía podría hacerlo con el sello), pero en último momento, él se lo metió en el bolsillo del pantalón y se dirigió con zancadas seguras y decididas directo hacia donde estaba parada Locks.
No supo explicarse por qué se escondió. Quizá porque presentía que al cazador no le gustaría que hubiera visto el intercambio, o quizá porque tenía curiosidad por saber qué iba a hacer a continuación. El caso es que, antes que el cazador la viera, se apartó del camino y se quedó muy quieta detrás del tronco del árbol más ancho que flanqueaba el sendero.
El cazador pasó sin siquiera verla. De hecho, miraba al frente con ojos vacíos, como si estuviera caminando en una especie de duermevela en lugar de ser consciente de hacia dónde se dirigía.
Pero Locks ya lo había adivinado. Iba hacia la cabaña de Hood.
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House of Wolves (Novela ilustrada) + Bitácora de autoras
FantasyLIBRO 1 House of Wolves es una novela con giros dramáticos, heroínas indomables y un mundo de fantasía nuevo para descubrir, que toma inspiración de cuentos de hadas conocidos por todos y les da una vuelta de tuerca. • Narración: Jo Lello • Ilustra...