Isabela se encontraba sentada en el rincón de un banco del patio, con la cabeza gacha y los hombros encorvados. La escuela había sido especialmente dura ese día. Las bromas crueles de sus compañeros de clase y las risas burlonas se habían convertido en un eco constante en su mente. No era la primera vez que lo pasaba mal, pero hoy parecía peor que nunca.
Mientras la hora del almuerzo avanzaba, Isabelle trataba de ignorar las miradas y los comentarios. Había aprendido a esconder su dolor, pero no podía evitar que sus lágrimas empezaran a caer. En ese momento, notó un pequeño sobre verde colocado cuidadosamente sobre su mochila. No había firma, solo un mensaje escrito a mano en una caligrafía elegante y cuidada.
Con manos temblorosas, Isabela abrió el sobre y sacó la carta. El mensaje en su interior le sorprendió:
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Hola,
¿Por qué dejas que te lastimen? No mereces que nadie te haga sentir mal. Me duele ver cómo esos tontos te hacen daño.
Por favor, no llores más. No me gusta verte triste, y cada lágrima tuya me rompe el corazón.
Con cariño,
Sapito---
Isabela se quedó mirando la carta con los ojos llenos de lágrimas. Aún no sabía quién era "Sapito", pero las palabras resonaban con una calidez inesperada y reconfortante. Sentía un consuelo en esas líneas, como si alguien realmente se preocupara por ella y entendiera su dolor.
Esa tarde, Isabela decidió que no podía quedarse en el rincón del patio llorando. A pesar de la tristeza y el miedo, se levantó con una determinación nueva. La carta le había dado una chispa de esperanza. Durante el resto del día, se esforzó por mantener la cabeza en alto y por ignorar las burlas.