El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, bañando de luz suave las calles de la ciudad. Samuel se encontraba sentado en su escritorio, la pluma en mano, absorto en sus pensamientos. Su mirada se desvió hacia la ventana, donde los rayos dorados iluminaban los árboles y las casas de enfrente. Era un nuevo día, pero su corazón estaba cargado con la misma sensación de angustia que lo había estado acompañando durante semanas.
Estaba cansado. Cansado de ocultarse tras las palabras que escribía en cartas, de mantenerse a distancia de la persona que realmente deseaba conocer. Cada nota que dejaba para Isabela se sentía como un susurro de lo que podría ser, un eco lejano de su verdadero yo, y sin embargo, al final del día, él seguía siendo un desconocido para ella.
"¿Por qué tengo tanto miedo?" se preguntó, dejando caer la pluma sobre el papel arrugado que había estado escribiendo. A pesar de las palabras que había plasmado en su carta, su corazón latía con fuerza, inquieto. "Es solo una conversación. Solo una cita."
Samuel miró la carta una vez más, el mensaje todavía fresco en su mente. Había decidido que pasado mañana sería el día en que todo cambiaría. La idea de encontrarse con Isabela en la cafetería a dos cuadras lo llenaba de ansiedad y emoción, pero el miedo a decepcionarla lo mantenía atrapado en su propio laberinto de inseguridades.
"¿Y si no le gusto? ¿Y si me rechaza?" pensó, apretando los puños. Había construido un mundo en torno a sus cartas, donde sus sentimientos eran seguros, y ella respondía con sonrisas, incluso sin saber quién era él. Pero esa seguridad también había comenzado a sentirse como una prisión. ¿Cuánto tiempo más podría ocultarse tras la fachada de un simple "Sapito"?
La imagen de Isabela sonriendo al leer sus palabras lo llenó de calidez, pero también de frustración. Quería que conociera al chico detrás de las letras, al Samuel que la admiraba no solo por su belleza, sino por su risa, por la forma en que iluminaba el aula con su sola presencia. Pero esa conexión solo existía en su mente, y él estaba listo para romper esas barreras.
Al levantar la vista de su escritorio, sus ojos encontraron su reflejo en el cristal de la ventana. "Es hora de ser valiente," se dijo a sí mismo, respirando hondo. Tenía que arriesgarse. Las cartas habían sido solo el principio; ahora era el momento de enfrentar su realidad.
Con renovada determinación, tomó la carta que había escrito y la leyó una vez más. Con cada palabra, se sentía más ligero, como si finalmente estuviera dejando atrás el peso de su propia timidez.
Finalmente, dobló la carta con cuidado y se levantó, dispuesto a dejar, por última vez, una carta en su casillero. Estaba listo para dar el primer paso, para dejar de ser solo "Sapito" y convertirse en Samuel, el chico que quería conocerla, en su totalidad. El camino hacia su verdadero yo comenzaba ahora, y, aunque el futuro era incierto, había una chispa de esperanza en su corazón.
Con una última mirada hacia la ventana, Samuel salió de su habitación, decidido a enfrentar el día que cambiaría su vida.