Capítulo 12

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Jess's P.O.V.

Eres una chica con mucha suerte.

Nada sucedió. No pasó nada.

Pensé que él era agradable.

Vamos. Amigo. Salgamos de aquí.

¿Qué hiciste? Eres un imbécil.

Nada. No pasó nada. No hice nada. Juro que ella quería esto.

Espera. Por favor. No me dejes aquí.

Lo siento. Lo siento tanto... no puedo desatar el nudo...

No es su culpa. Jess, nada de esto es tu culpa.

Pero lo es. Le creí cuando me llamó hermosa.

Nada sucedió. No realmente.

Lo siento tanto.

Eres una chica con mucha, mucha suerte.

                                   ***

Estoy cubierta por una fina capa de sudor, a punto de vomitar, pero agradecida por estar despierta. Cuando duermo a lo largo de la pesadilla —cuando llego a la parte en que mis padres están de pie a mí alrededor y estoy en una cama de hospital— entonces todos en la casa me oyen gritando en mi sueño. Todos menos yo, por supuesto.

Casi he llegado a ese punto. Me esfuerzo en escuchar cualquier sonido de pasos u otra cosa que puedan alertarme de mis padres acechando en el pasillo. La toalla todavía está en el sitio en el que la había metido bajo la puerta para bloquear cualquier sonido que pudiera hacer, así que eso significa que nadie se ha asomado aquí adentro tampoco.

Gracias a Dios todo está en silencio, excepto por el sonido de mi corazón corriendo. Permito que el miedo y las voces se arrastren a través de cada centímetro de mi alma para que el resto de ello pueda salir tan rápido como sea posible.

Cuando los giros se detienen, miró mi lámpara de medusa y cuento. Esta noche, las palabras de mi pesadilla son peores: más ruidosas que nunca. Repetitivas. Disparándose al interior de mi cabeza.

Suerte. Suerte. Chica con suerte. Nada sucedió. No pasó nada.

No las he oído así de claro en casi dos años.

Las palabras pertenecen a las personas que estuvieron presentes la noche en que estaba borracha y casi me violaron en mi primer año. La noche en que me escabullí a una fiesta, mentí a mis padres, me emborraché y me produje todo esto. Las pesadillas y las voces son mis recuerdos. O lo que queda de ellos. Siempre soy yo, flotando dentro y fuera de varias versiones de la misma escena.

Estoy medio desnuda algunas veces. A menudo, estoy completamente envuelta en una sábana blanca. Usualmente hay dos chicos sin rostro hablando. El policía está siempre alrededor, también. Algunas veces, una enfermera, y si no despierto, mis padres aparecen cuando me cambié a una sala de hospital.

En la pesadilla, me veo obligada a ser todos. Estoy observando cada momento desde muy, muy lejos: como si estuviera en la pantalla de un pequeño televisor. Pero a medida que se desarrolla, es mi propia voz la que ha pronunciado todas las palabras que los demás dijeron esa noche.

Es extraño, pero qué importa. Es una pesadilla. Se supone que sean horribles, ¿verdad?

Me esfuerzo en sentarme, todavía contando, y descanso mi barbilla sobre mis rodillas para poder observar mi lámpara de noche mejor. Las tres pequeñas medusas flotan sin rumbo arriba y abajo, arriba y abajo, en su estanque lleno de agua. Los tentáculos son casi indistinguibles.

Casi. Casi.

Cómo odio esa palabra y la forma en la que me define. Casi violada. Casi superado. Casi normal. Mucho, mucho peor: una noche que casi puedo recordar. Casi olvidar.

No quiero que nadie más sienta lástima por mí. Aunque todos dicen que no fue mi culpa, me siento responsable. ¿Cómo puede nada de mi complicada vida ser mi culpa? Me equivoqué. Rompí todas las reglas. Y estoy pagando las consecuencias por mis ―malas elecciones- en este interminable tiempo de espera. Pesadilla. Castigo.

Mis padres solían hacernos tomar tiempos de espera en las pequeñas bancas en el pasillo delantero. El precio por el mal comportamiento para mamá y papá: sentarse en la banca un minuto por cada año de ―edad- que tuviéramos.

Seis años, seis minutos.

Diez años, diez minutos.

Esto solía enfadarme mucho, porque soy cuatro años mayor que Kika y ella siempre se liberaba cuatro minutos antes por el mismo crimen.

Un par de meses atrás, como uno de mis proyectos para quedarme despierta, calculé los números de mi actual tiempo de espera. Hay 52,560 minutos en cada año no bisiesto. Multiplica ese número por los tres años que he estado atrapada en este estúpido limbo. Oficialmente —de acuerdo a las reglas en esta casa— he estado pagando mi tiempo por mal comportamiento en esa fiesta durante 1,574,800 minutos.

Esto significa, que soy 1,574,800 años más vieja. Algunas veces, cuando cada centímetro de mi cuerpo duele como lo hace ahora —cuando no puedo ver bien de tanto desear poder dormir bien por la noche— creo que ese número es preciso.

Mamá estaba muy equivocada cuando me llamó una cara de esqueleto la otra noche. Fantasma hubiera sido una palabra mucho mejor. Eso es en lo que me convertiré si no puedo recuperar el control de mi horario de sueño, y hago que la pesadilla regrese a un nivel razonable .

Almost | Harry Styles {Adaptada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora