Periquito azul

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Que curioso periquito azul, el que tu algún día me pediste, bueno, realmente no sé si lo querías pero me dijiste que te parecía lindo. Porque era azul.

Y me preguntaste que por qué era azul.

Pero yo no sabía, simplemente te dije que era muy lindo, y nada más.

Ese periquito era un buen bailarín y sus melódicas partituras eran mejor que las de Beethoven, unos buenos Si, La, Sol y Re. Muy chillones por cierto. Pero a ti no te importó, solo dijiste: Me gusta porque es azul.




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Los besos no paraban, besos desesperados en el cuello y otras partes del cuerpo tras un arduo día de trabajo. Esa grisácea oficina no daba paso a la imaginación o visita de alguien como su esposo, que era el último del arco iris, el color morado.

En esa cabina sólo era trabajo en los dedos y partirse la cabeza para tantear la hora e irse a casa. Ir a abrazar a su amado y tratar de compensar sus horas fuera de casa, pero  alguien tenía que mantener al pequeño gatito que ya iba a nacer.

Pero no hubo mucho de que pensar, tú estabas inconciente, y sufrías de cambios hormonales.

Deberías parar con eso, estas embarazado, deberías estar en reposo. Pero no puedo dejar de cumplir tus caprichos, tus antojos.
Nuestro pequeño salta mucho, como el periquito azul que vimos un dia de verano en una jaula de la tienda, reclamando más  comida de la que su vendedor le daba, tal vez, una ración, por lo menos al dia.

Aún no me dejas pensar, me estás lamiendo, me metes en tu boca y juegas.

Gemias como el periquito, susurrando tiernos chillidos que pedían mas y mas que comer.

Y me cansé un poco de tus niñerias pero no quería llamarte la atención o gritarte, amablemente cambie de posición, y tu aprecias seguir chupando caramelo.

Aunque rompa la cuarta pared de tu belleza, aunque tu furia emerja al salir el sol y el dolor cause la más grandes histerias al sentarte, siempre te daré lo que quieras, cuando y cómo tu me lo digas.

Tomé tus caderas y alinee mi pene, y parecia que tu aroma ya sabía lo que se venía, porque empezó a hacerse notar cada vez más.

Me embriague de tu olor a frambuesa y miel que me aclamaban a ser opacados por el mío, uno de fuerte magnitud y prepotente esencia que tanto te picaba la nariz.

Creí haberme acostumbrado a que me apretaras y que tu aroma sea uno, pero tu cuerpo siempre daba un buen show y nunca me aburría. Tan sólo me quedaba halgarte por tu implacable belleza; tus ojos levemente rasgados hacia arriba, unas pestañas de preeminente omega, un rostro sumiso y unos labios feroces.

No me dejabas cavar mi camino en ti. No me dejabas otra opción que ser duro, y odiaba ser asi, me gusta ser siempre caballero y no causar daño a nadie. Pero parece que a Ichi le gusto más así. De igual modo, no quería tomarte entre mis manos y matarte, tanto como maté alguna vez al periquito azul.

Él era tan molesto, egoísta y tenía ese don de quitarme tu atención y lo único que decias era: ¡Que hermoso azul tienes!

Me enojé, tomé con brusquedad tus caderas recordando aquel día que le arranqué la cabeza a ese maldito animal, que siempre chillaba como imbécil.

Odio que pienses en él, odio que sea así. Con el ego inflado, con el pecho inflado, conquistandote todos los días con sus cantos, ¡como yo lo hacía!

¡Ojalá ese periquito azul no se pareciera a mi!

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⏰ Última actualización: Sep 14, 2018 ⏰

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