No siento las piernas. En cualquier momento se me desprenderán del resto del cuerpo y me daré la cara contra el suelo, clavadísimo. Estoy sudadísimo, y eso sería lo de menos, pero está lloviendo torrencialmente y el agua me está empapando hasta la ropa interior. Un paso más y el peso de la ropa hará que las rodillas se me den por vencidas.
Justo cuando juro que ya no puedo más, sigo corriendo. Un pie delante del otro, que si había corrido por casi una hora sí que podía completarla. Diez minutos no eran nada. ¿Qué ganaba si me detenía justo ahora? Una reprimenda seguro, y eso si no quince minutos más. Estaba harto de las reprimendas. No valía la pena.
Al resto del equipo, sin embargo, salir o no perjudicado le importaba más bien poco.
–Dakota –Marsh se pone a mi lado y luego susurra–. No puedo respirar. Pídele que nos deje detenernos.
No entiendo cómo a esta altura ellos no entienden como van las cosas. Hemos estado en el mismo equipo como por cuatro años y siempre es igual. Corremos, entrenamos, jugamos y ganamos. Dejamos al entrenador contento, y a la próxima quizás no corremos tanto. Pero miro detrás de mí y todo el equipo –excepto Cass, que se presentará en un momento– está dándome miradas de reproche o suplica.
Lo que sucede es que soy el mariscal de campo, lo que significa que estoy por un escalón debajo del entrenador, que siempre estará un escalón por encima mío porque además de ser mi entrenador es mi padre. Y como es mi padre, todo el equipo espera que me haga un mínimo de caso más que a ellos y nos deje parar. La única vez que lo había intentado nos habíamos ganado más vueltas al campo, además de una reprimenda personal en donde papá me había repetido muchísimas veces que en el campo es mi entrenador y que eso excluía completamente el hecho de que fuera mi padre.
Así que voy a mandar a Marsh a la mierda, porque él también había estado allí y visto que había pasado, pero en cambio me sale:
–Solo faltan cinco.
Y Marsh resopla como un caballo y dice:
–Uy, buenísimo.Así que acelero la velocidad y los dejo atrás para facilitarles a todos el trabajo cuando comienzan a hablar a mis espaldas.
Eventualmente, luego de cinco minutos el entrenador suena el silbato y nos hace una seña con la mano desde su lugar reparado bajo las gradas para que pasemos al gimnasio. De verás que han pasado cinco minutos como he dicho, pero cuando los chicos pasan a mi lado hacía el gimnasio me miran como si los hubiese traicionado.
–Que les den –me dice Cass.
Me lanza una botella de agua y me señala hacia el gimnasio con un movimiento de cabeza para que lo alcance.
Sí, que les den.
–No siento las piernas, carajo– dice Vic en los vestuarios cuando por fin hemos terminado.
Hace lo mismo cada vez y aunque desearía que todos lo ignorásemos, siempre dejamos que monte el mismo show. Como aún nadie ha dicho nada, se quita las medias y repite:
–No siento las piernas, carajo.
Entonces yo digo:
–No jodas.
Cass se pasa la mano por el cara, derrotado, y Vic sale a la carga.
–Voy a joder todo lo que se me venga en gana, porque hemos corrido una hora bajo la lluvia y no has movido un pelo.
Antes de que pueda abrir la boca para hablar, Cass dice:
–Quéjate con el entrenador, no te comportes como un estúpido.
–Él es nuestro mariscal de campo y responde por el equipo –le dice a Cass, señalándome y luego me mira a mí–, y si te digo que a tu equipo ya no le dan las fuerzas de tanto correr en el barro entonces tendrías que decírselo a tu padre.
Respiro hondo y cuento hasta un doscientos millones. Un día de estos me gustaría poder pegarle tremendo puñetazo para que deje de hablar mierda, pero como yo no pego puñetazos, cuento un millón más, guardo mis cosas y cuando estoy a punto de irme le hablo al resto del equipo.
–Las nacionales están a menos de un mes. Paren de pedirme que corte los entrenamientos porque no lo haré, eso no nos hará ganar, nos hará tener una defensa de mierda.
Obviamente Vic tiene también una respuesta para eso, pero Cass y yo ya nos hemos ido y Ed le ha pedido por favor que ya cierre la boca.
Vic ha entrado en el equipo porque los que estamos en el equipo de football podemos saltearnos la clase de español. En realidad boxea, o algo así, lo que quiere decir que entrena cuando, como y cuanto quiere. Trabaja solo y es por eso que trata al resto del equipo como la mierda. En especial a mí, porque de ninguna manera puede entender que esté a cargo. Digo, lo siento, pero así van las cosas: a él le ha tocado la defensa y a mi ser el mariscal. Hago lo que puedo.
–Tú no tienes... –Cass deja de hablar cuando se sube a la camioneta y una vez dentro termina– la responsabilidad de nada. La tiene tu padre.
Entonces papá se sube al asiento del conductor y pregunta:
– ¿Yo qué?
Pero de camino a la camioneta lo he visto tararear y saludar al portero, así que mientras Cass abre la boca para quejarse, yo digo:–Nada.
Y mi padre se encoje de hombros porque está de buen humor. Ni siquiera prende la radio, y en cambio empieza una pequeña charla.
–Tu hermano vendrá hoy, Cassidy –dice.
Esta vez Cass no ha sido lo suficientemente rápido y está a medio camino de ponerse los auriculares cuando papá lo ha visto por el espejo retrovisor, así que no tiene más remedio.
– ¿Por qué?
–Porque necesita un traje.
– ¿Y ese campus no tiene una tienda o algo así?
–Sí, Cassidy. Y un zoológico también.
–Bueno, ¿siquiera tenemos camas?
Papá rueda los ojos y yo quiero decir algo para evitar lo que está por venir, pero él lo hace primero y ya es inevitable.
–Tenemos la plegable. Y más vale que esté preparada para cuando llegue.
Mi padre termina por encender la radio y acelera tanto como su responsabilidad como adulto se lo permite, listo para bajarse de la camioneta tan pronto como sea posible. Cassidy se ríe mientras se termina de colocar los auriculares, y un momento más tarde la luz del flash de mi teléfono se ilumina de azul.
Cass
Por favor déjale
tu habitación 19:24
Dormiré en la
cama plegable 19:24
Por favor 19:25Claro 19:25✓
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Cassidy y Dakota
Teen Fiction-Solo quiero ayudarte, Cass. -Sí, pero no puedes. Estás demasiado asustado. Primero tienes que salvarte a ti mismo.