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   Papá está sentado con el short deportivo puesto en el comedor cuando me levanto y ha hecho dos tazas de café para desayunar. No sé si sentirme alagado u ofendido porque se ha tomado el tiempo de conocerme. De Cassidy obviamente no hay ni rastros, pero me ha chasqueado la lengua antes de irme cuando lo he despertado sin querer. Papá está leyendo el diario y no me escucha cuando se lo pregunto la primera vez, así que tengo que repetirme.

   – ¿Crees que esto será algo de todos los sábados?

   Y él también repite:

   –No nos queda mucho tiempo hasta las nacionales.

   Parece que los últimos días es todo lo que sabe decir. Sé que quiere que ganemos, y sé que es muy importante para él. Por eso me he levantado más temprano que de costumbre, pero los sábados son muy importantes para mí también y él ni siquiera ha dicho nada al respecto.

   –Habla, Dakota –dice mientras baja el diario.

   Al parecer cuando estoy enojado siempre soy demasiado obvio.

   –Los sábados por la mañana visito a mamá –digo.

   Y aunque me ha pedido que hable solo hace un momento cuando lo hago le parece un completo fastidio.

   –Lo sé –resopla–. Pensé que como nos hacen falta horas de entrenamiento, podrías comenzar a verla los domingos. Solo por estos meses.

   Y ahí está. Lo que pasa es que a papá nunca le había gustado la idea de que visitase a mamá. Cuando era más pequeño los sábados siempre íbamos al cine o por un helado, pero cuando me había hecho mayor ya no había podido evitarlo más, sobre todo porque desde que había cumplido dieciocho no hacía falta que nadie me acompañase.
Los sábados por la mañana veo a mi mamá. Todos los sábados. Debí verme venir que a la primera de cambio intentaría que dejase de hacerlo.

   –Los sábados por la mañana visito a mamá.

   Sé que le ha caído mal, pero esta vez de verdad que no me importa, porque a papá, que rueda un poco los ojos, tampoco.

   –Ya lo sé. Pero solo decía que...–

   Pero como me ha comenzado a hablar como si fuese estúpido lo interrumpo.

   –Había pensado en comenzar a levantarme a las siete, y entonces podríamos entrenar hasta que me vaya a las nueve –digo.

   –Eso son solo dos horas –no me deja ni terminar para quejarse.

   –También a ella la visito solo dos horas.

   Ahora sí rueda los ojos un montón, pero se levanta a lavar su taza y piensa que no lo veo.

   –Entonces termina de desayunar pronto.


   Sabiendo que solo tendríamos dos horas para entrenar y que además ese tiempo se lo estaba quitando mamá, papá me había hecho entrenar a un ritmo aceleradísimo, pero luego había sonreído, me había traído una botella de agua y me había dado una palmada en la espalda, así que al final vale la pena, aunque camino a ver a mamá casi no puedo manejar la Minivan de Aisha –papá no me presta la camioneta para las visitas– por el dolor en las piernas.

   Cuando estoy llegando mi tía Susy está saliendo con un Tupper vacío en las manos.

   –Deberías visitar a Jordy un día de estos, te extraña –me dice cuando nos despedimos.

   Y asiento con la cabeza, porque decirle que no recuerdo la cara de Jordy y que él, que es dos años menor que yo, posiblemente tampoco recuerde la mía me parece un poco rudo.

   En una semana no pasan demasiadas cosas extraordinarias, pero mi mamá y yo somos buenos contando historias, así que siempre lo hacemos un poco más interesante de lo que de verdad ha sido y las horas se nos pasan como minutos.

   – ¿Cómo van los entrenamientos? –Me pregunta hoy.

   Y yo le digo que posiblemente tendremos entrenamientos extra aunque las vacaciones de invierno estén por comenzar porque las finales están cerquísima.

   –Si los sigue entrenando así, tu padre los matará –dice.

   –Y ganaremos las nacionales –le digo, pero no le hace mucha gracia.

   Nunca le hablo de la nueva familia, así que no le cuento sobre la graduación de Tony, pero le digo sin mencionarlo que hoy tendré una oportunidad tremenda.

   –Claro que la tendrás –dice convencidísima–, deja a esos ancianos sorprendidos.

   Me hubiese gustado darle un abrazo antes de despedirme. Quizás el otro sábado. 


   Usualmente las visitas son lo más loco de los sábados, pero cuando vuelvo, la casa está hecha un caos. Casi como si se hubieran acordado que la graduación es hoy hace apenas una hora. Aisha está corriendo en tacones altos y cuando me ve me pregunta:

   – ¿Viste a Cassidy?

   Y yo le digo que no.

   –Pero puedo llamar –digo.

   –Dile que si no llega en media hora lo voy a matar.

   Llamo a Cass mientras me pongo la corbata y me da al contestador cuatro veces seguidas.

   –Tu mamá te va a matar –Le digo cuando me contesta.

   –Ya voy, ya voy –dice agitadísimo.

   – ¿Estas corriendo?

   –No, follando –dice.

   Cuando Aisha me pregunta le digo que viene para acá. Supongo que lo traen en coche porque llega apenas en diez minutos y se empieza a vestir como un loco mientras su mamá le plancha el traje y le dice algunas groserías por lo bajo.

   Cuando voy a la habitación a peinarme me mira y dice:

   –Uf –como, que fuerte.

   Y cuando le pregunto si conozco a la chica me dice que claro que no, lo que significa que él tampoco.

   –La he conocido ahora –dice–, cuando he ido por las entradas a la casa de Vic. Se estaban armando tremenda fiestita pre pelea.

   Y después de que su mamá le trae el saco dice:

   –Está que arde.

   Y llama mi atención porque eso no es algo que el poeta de Cass diría. Es algo que todos nuestros amigos dirían y es algo que yo diría, pero cuando él lo dice suena patético y terrible. Y entonces lo repite en voz baja otra vez y vuelve a decir uf.

   –No hables así –le digo, pero se ríe como un estúpido y dice:

   –Vamos, que nos quedan que, ¿diez minutos?

   En realidad, todavía nos quedan quince, porque se ha vestido apenas en dos.

Cassidy y DakotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora