–Que ojeras.
Es lo primero que me dice mamá cuando la visito el fin de semana siguiente, y después:
– ¿Qué tal la semana?
Y casi me rio porque.
–Ha sido la peor semana de mi vida.
Además de que hemos entrenado con el equipo todos los días y estoy molido, Cass ha dejado de hablarme luego de lo del domingo pasado, no porque le había dicho drogadicto, más que nada porque yo había llegado a las tres en moto y él a las cinco a pie porque sus "amigos" se habían largado para cuando había ido a decirles que «mi hermano ya no me quiere y cree que soy un idiota». Si lo quiero, solo estoy molesto.
El lunes por la tarde luego del entrenamiento había ido a la gasolinera a devolver el casco, pero al parecer solo cubría el turno de la noche. Sin embargo, había preguntado por un empleo y conseguido algo parecido. Propinas por limpiar vidrios. Papá ya reparó la camioneta, pero sigue apurándome con el dinero, porque él igual está molesto y aunque obviamente no gano nada, había estado yendo toda la semana luego de los entrenamientos para que viese que estaba haciendo algo para juntárselo aunque en realidad me lo había estado gastado todo en el combustible de la moto para llegar al campo, porque al segundo día, con el entrenador enojado, las piernas ya no me había aguantado para caminar hasta allí.
Y como Cass igual está molesto –posiblemente mucho más que todos nosotros, porque no entiende por qué– ha puesto en el mueble de la sala un frasco de vidrio con la etiqueta «Minivan de mamá» para que pueda ver como la llena a la velocidad de la luz. No sé en qué está trabajando y tampoco le he preguntado porque no me importa una absoluta mierda.
Le cuento a mamá que con Cass hemos roto los dos coches y cuando me pregunta cómo le cuento todo lo demás también.
–Tu padre no debe estar contento –dice.
–No.
– ¿Y tú?
–Obvio no.
Entonces se ríe un poco y dice:
–La camioneta era de tu padre, la Minivan de Aisha y los amigos nuevos de Cassidy, ¿y tú por qué no éstas contento?
– ¿Porque posiblemente arruine mi posibilidad de entrar al equipo?
Se ríe de nuevo y dice:
–Ya te darás cuenta de que eso tampoco te está pasando a ti.
El silencio no dura mucho y estamos hablando de cualquier cosa enseguida, pero como que quiero decirle que me han invitado al club de pelea.
Lo que pasa es que necesito contárselo a alguien, porque la idea me ha estado comiendo tanto los sesos que he estado cambiando el papelito ya ilegible de un bolsillo a otro. Me he aprendido el número de Franco de memoria. Hago como que no me doy cuenta cuando me quedo mirando WWE más de lo que debería camino a otro canal. Sé cuánto cuestan los guantes porque los he buscado en eBay, y lo he hecho todo como a escondidas, en secreto, como si no lo supiese nadie y sobre todo como si no lo supiese yo mismo. Porque sé que es una locura y que está mal. Pero también en secreto, quiero que alguien me diga que no lo es. Y espero que mamá pueda hacer eso, pero cuando se lo digo pone tremenda cara de horror.
–Wow –dice–. Eso es... bueno, no lo sé. Que sorpresa.
Yo también debí poner una cara tremenda porque dice:
–Esta es una buena oportunidad para que puedas decidirlo por ti mismo.
Pero no le parece bueno, y por sobre todo no cree que deba decidir nada, lo que pasa es que quiere hacer buena letra conmigo. Lo sé porque ya no sonríe y lo que resta de la visita me responde con monosílabos.
ESTÁS LEYENDO
Cassidy y Dakota
Teen Fiction-Solo quiero ayudarte, Cass. -Sí, pero no puedes. Estás demasiado asustado. Primero tienes que salvarte a ti mismo.