Me ha tocado hacer equipo con Ed. Nos hacemos pases con el balón en silencio, pero luego comienza a acercarse más y más hasta que está lo suficientemente cerca para que pueda escucharlo.
– ¿De que hablaba Frances la otra noche? –Pregunta.
Y no sé qué decir, porque no sé cuánto se supone que deben saber, pero esto es lo que sucede: aquí todos somos amigos porque nos guardamos secretos entre nosotros, que si no nos agarraríamos a las trompadas. A mí nadie me había dicho lo de Cass para que no armase un escándalo, y pienso que Cass no ha contado lo de Frances para que nadie golpee a Jess, y Frances no ha dicho nada para que Jess no la golpease.
–Jess ha querido golpearla y la he sacado de en medio.
Ed se queda con el balón entre las manos hasta que le hago señas con las manos para que me lo devuelva.
–O sea... ¿Golpearla, golpearla? –Pregunta.
–Sí, como un tremendo macho abusivo.
Por un momento nos hacemos pases y corremos en silencio. Solo cuando el entrenador toca el silbato para que nos acerquemos me pregunta:
– ¿Y tú que hacías allí?
–Pretendía salvar a Cass –digo–, pero eso no me ha salido.
Esa noche, cuando todos se sientan a cenar y tomo mi bolso para irme veo a Frances sentada a la mesa, en mi lugar. Debo quedarme allí parado un poco más de la cuenta porque Aisha me pregunta si debería buscar un plato más y papá dice:
–Igual podrías cenar con nosotros alguna vez.
Me detengo a mirarlos un momento, a Cassidy, a mi padre y a Frances, sentados a la mesa esperando a que Aisha traiga la cena.
–Quizás a la próxima –digo.
Y para cuando Aisha ha traído un plato más ya me he ido.
Indiana está golpeando la bolsita pequeña con tanta velocidad que sus manos en los guantes son como dos borrones negros. Siempre que se agita se pone muy colorada en las mejillas, como si fuese a explotar, pero no hoy. Mientras golpea la bolsita a toda velocidad su cara permanece impasible, casi aburrida.
Cuando me ve, me pide que me acerque con un dedo.
–Hoy le vamos a pegar a las bolsas –dice.
Pero no suena muy convencida.
– ¿De verdad? –Pregunto.
–Sí –dice–, lo he consultado y llegado a la conclusión de que debemos saltarnos algunos pasos si queremos lograrlo.
–Pero vamos a lograrlo, ¿no? –Le pregunto medio en broma, medio en serio.
Entonces resopla por la nariz y hace un gesto de la mano, como si la idea de no lograrlo fuese absurda.
–Pero por supuesto –dice.
Nadie había estado tan seguro sobre mí antes y la verdad es que no me da el coraje para fallar, o para decirle que posiblemente termine haciéndolo.
–Esto pesa como cien kilos –digo.
Indiana se está riendo, tomándose el estómago con las manos, porque cuando he golpeado la bolsa por primera vez ni se ha movido, y a la segunda me he lastimado la muñeca.
– ¿No puedo golpear la pequeñita? –Digo– ¿No debería comenzar por esa?
Eso la hace reír más.
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Cassidy y Dakota
Teen Fiction-Solo quiero ayudarte, Cass. -Sí, pero no puedes. Estás demasiado asustado. Primero tienes que salvarte a ti mismo.