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Sacar la motocicleta del coche no ha sido ni de chiste tan fácil como meterla, y con Marsh y Jessie nos ocupamos de eso por al menos veinte minutos hasta que al final tenemos que darle arranque para que pueda salir por la puerta, lo que le cuesta como mínimo otra abolladura cuando pasa de largo y se da contra la pared. Después de una sacudida arranca de nuevo, porque es de las buenas.

– ¿Y Cassidy? –pregunto.

Porque Jessie tiene toda la pinta de irse cuando Evans y Marsh se han subido a la parte trasera del coche.

Entonces se ríe, y tiene que gritar un poco sobre el ruido del motor.

–Seguramente follandose a mi novia.

Y así nomás se va.

La verdad no sé de qué va la historia, si me preguntan, pero no me importa. Lo que quiero saber es en donde mierda está Cass, que es un chico súper inestable de diecisiete años que tiene amigos a los que no les importa nada, y que últimamente se ha convertido también en un estúpido y vende drogas. Las ventajas que eso pueda darle no son mi problema, pero las desventajas, por la mierda que sí, porque alguien tiene que hacerse cargo de los efectos colaterales y como que no es él para nada.

Vende drogas. Ilegalmente, tiene diecisiete años. Una vez más no tengo ni idea de que puedo hacer, respecto a esto ni respecto a él en lo absoluto. Por ahora, lo único que sé es que debo cerrar la boca, porque como siempre estos estúpidos piensan que no se nada, y por primera vez podría jugarme a favor. Además, no puedo decirle a Aisha porque Cass me odiaría por el resto de la eternidad y ella se preocuparía muchísimo.

No entiendo por qué no me lo ha dicho. No entiendo que ha salido mal o que es lo que ha cambiado.

Quizás crecimos un poco.

Respiro profundamente un par de veces antes de subirme a la moto y darle arranque, pero antes de que pueda hacerlo una motocicleta que hace que a la mía le suban los colores de la vergüenza se cruza frente a mí con un chirrido de las ruedas que me hace rodar los ojos.

La chica de la gasolinera se saca el casco y tiene una sonrisa de desquiciada mientras se intenta sacar el cabello del cara a toda prisa.

–Lo siento, quería hablarte recién, pero parecías ocupado... solo –dice.

Y yo estoy un poco desorientado así que digo algo como:

–Huh...

Pero la hace reír y es muy linda, así que no deseo haber dicho nada más.

–Te tengo una oferta –dice.

Y apaga el motor de la motocicleta para que pueda oírla, así que hago lo mismo.

–Me he dado cuenta de que no sabes pelear.

Una vez más quiero sentirme ofendido, porque allá he dado un show de primera, pero la verdad es que tiene razón, así que abro la boca y la vuelvo a cerrar porque no tengo nada que decir sobre eso.

–Es la verdad –dice de nuevo, y quizás solo vino a dejarme en ridículo–. Así que he pensado que también podrías unirte a nuestro club, que es una mierda, pero al menos no tiene cargos legales.

No sé cómo decirle que por el momento no me uniría ni al coro de la iglesia, no quiero rechazarla porque es linda y quizás, quizás me gustaría tener una oportunidad con ella, pero debe ver la cara de conflicto que pongo porque entrecierra los ojos como si fuese estúpido y me dice:

–Mi papá es entrenador, estoy hablando del gimnasio.

Recién entonces es que me doy cuenta de que aparentemente mi plan era ganar las tres peleas revoleando tipos fuera del ring.

–Mira, no te ofendas. Estás en buena forma, pero esta pelea te la han regalado. Todavía te faltan dos y no te creas que todos los tipos con los que pelees serán como ese niñito que te han puesto hoy.

Tiene un acento tan fuerte que solo he captado la idea principal, porque esas han sido oraciones muy largas, pero al final comprendo y tiene un punto.

Cuando voy a hablar ya se ha puesto el casco, aunque le ha abierto el vidrio y dice:

–Solo te lo proponía. Mi padre siempre cierra a las siete y me quedo a entrenar allí por un par de horas más. Así que si quieres, búscame.

Arranca la moto y se va, y lo único que me ha quedado de todo lo que ha dicho es que ella igual entrenaba allí luego de que su padre cerrase y ni siquiera me pongo el casco cuando salgo en la moto detrás de ella.

Creo que no me escucha y eso que mi motocicleta es vieja y hace un ruido de mil demonios, porque no se da vuelta ni una vez, pero luego se detiene frente a una luz roja y está sonriendo como una desquiciada, así que también me rio.

–Te has tardado, ¿eh? –Grita, y luego dice– Este Superman no vuela nada.

Y la luz ha cambiado a verde, así que se pone en marcha pasando de cero a cien kilómetros por hora en menos de unos segundos, pero esta vez sí que mira hacia atrás, así que me apresuro a alcanzarla.

Es una suerte que vaya detrás, porque ni de chiste se manejar una moto tan bien como ella y estoy a punto de morirme muchísimas veces, pero al final se detiene frente a la que parece que es su casa y cuando se saca el casco me rio en mi mano lo más disimuladamente que puedo, porque tiene el cabello en toda la cara.

–Espera aquí –dice.

Entra a su casa y puedo ver sentado desde afuera como va prendiendo las luces a su paso hasta que llega al piso de arriba. Después abre una ventana y me silba para que espabile. Me hace un gesto con la mano para que me acerque y cuando estoy parado debajo de su ventana me tira algo que por poco y alcanzo a atrapar a tiempo.

Son unos guantes de boxeo. Como los de los boxeadores de verdad.

Al mirar hacia arriba está sonriéndome, y aunque al principio no quiero hacerlo, al sentir los guantes en mis manos y lo real que todo esto se está poniendo me termina aflorando una sonrisa a mí también, porque esta es la decisión que mamá quería que hiciese, y ahora entiendo por qué. Resulta que hacer cosas por ti mismo se siente de maravilla.

–Puedes quedártelos –dice–, igual ya me he comprado unos que están mejores.

Me rio y ella también, y no dice nada antes de cerrar la ventana y apagar la luz.

Cuando llego a casa las sonrisas se me escapan solas y casi temo despertar a papá cuando paso frente a la puerta abierta de su habitación. Freno frente a la habitación de Cass un segundo y aunque la puerta de su habitación está casi completamente cerrada la luz de su teléfono dibuja una línea fina en el pasillo.

En mi habitación le doy vueltas a los guantes entre mis manos, a más de diez mil cosas en mi cabeza y aunque la mayoría solo están ahí para atormentarme hay algunas muy buenas. Como la identificación dentro de los guantes con el nombre de Indiana Allen Santiago y un número de teléfono con una característica rarísima que casi está borrado del todo. Al lado de este hay una carita feliz, y yo también sonrió un poco.

Cassidy y DakotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora