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Quedé con Ana a las cuatro de la tarde, en el vestíbulo principal del hotel. Llegué cinco minutos tarde, como era costumbre en mí. La vi sentada en uno de los sofás, tecleando en su teléfono móvil.

—Ey —la saludé, plantándome delante de ella. Ana levantó la vista de su móvil, y al verme se lo guardó en su bolso. —¿Hace mucho que esperas?

—Nada, cinco minutos. No te preocupes —me respondió con una sonrisa nerviosa. —Oye Mimi... no tienes por qué hacer esto, de verdad. Sé que mi padre ha sido un poco entrometido. No quiero ser una molestia para ti.

—¿Traes bañador? —le pregunté. Ella asintió. —Genial. Entonces no vas a ser ninguna molestia, te lo garantizo.

Ella se relajó un poco.

—¿Dónde vamos?

—A la playa más bonita donde has estado nunca. ¿No suena mal, eh?


🥑🥑🥑


La cara de Ana cuando el taxi nos dejó en playa Juanillo, era de asombro total.

—¡Qué pasada! —exclamó ella, mirando a derecha e izquierda.

—¿Bonita, verdad? Es mi playa favorita —le hice una señal con la mano para indicarle que me siguiera.

—Es que encima es enorme.

—Bueno, tu eres canaria, no será por playas —respondí yo, poniéndome las gafas de sol en la cabeza.

—Pero son distintas —me miró con el ceño fruncido. —¿O crees que todas las playas son lo mismo?

Me encogí de hombros.

—A mí que me cuentas, si nací en Granada y vivo en Madrid —le dije riendo.

Pillamos un par de tumbonas azules casi tocando el mar, y dejamos nuestras cosas allí. Hacía un poco de viento, pero el calor era innegable. Ana se quitó el vestido. Llevaba un bikini plateado, pequeño pero clásico. No necesitaba más para brillar.

—Antes has dicho que es tu playa favorita —dijo, sentada de lado, en la tumbona.

—Así es —dije yo, que me había estirado por completo.

—¿Cuántas veces has estado aquí, para tener incluso una playa favorita? —dijo ella riendo.

—Diez —respondí mirándola.

—¿Qué? ¿En serio? —cara de asombro otra vez. Era muy graciosa, porque abría los ojos y la boca un montón, y a mí me daban ganas de reír.

—Sí, des de que tengo quince años. Y siempre venimos por las mismas fechas, además.

—Vaya...

—Es como una tradición que tenemos mi padre y yo.

—¿Y tu madre? —me supo mal por ella que me preguntara eso, porque ahora venía el típico "está muerta" y el "¡lo siento muchísimo de veras! No debía de haber preguntado".

—Murió hace unos años. Por eso empezamos a venir aquí, en realidad. Para no pasar éstas fechas en casa.

—Lo siento, no debería...

—...de haber preguntado —me reí. Ana me miró desconcertada. —No pasa nada, estoy acostumbrada. A las preguntas, a las respuestas... en fin. No te preocupes.

Ana no dijo nada. Yo creo que ya se estaba arrepintiendo de haber venido conmigo. Reconozco que a veces mantener una conversación normal conmigo sin que tomara giros inesperados, no era fácil.

Polos opuestos 🥑 || WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora