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Me paré a la derecha del caminito de losas de piedra que reseguía el resort. Des de todo el caminito se podía ver la playa; detrás de las palmeras y la vegetación. Me apoyé con una mano en una palmera, y con la otra, me eché agua de la botellita que llevaba, por encima. Recuperé el aliento.

Esto de salir de fiesta sin acabar como una cuba llevaba beneficios inesperados: no tener resaca y poder salir a correr por la mañana. Bueno, a ver, eso de mañana... Eran las doce del mediodía. Y ese fue mi error, porque el sol daba fuerte y mi sujetador deportivo color amarillo pastel estaba empapado de sudor. Había dado prácticamente toda la vuelta al resort, en unos treinta y cinco minutos. Suficiente por hoy; caminaría hasta la habitación del hotel.

Pasé por delante de una de las piscinas, y mi vista no tardó en divisar la espalda de Ana, sentada al borde, hablando por teléfono. Qué pena, si ella no hubiese tenido el móvil entre las manos, ya la habría tirado al agua.

—Bueno, sí. Te llamaré luego, da igual. Pero no te enfades. Sí, te quiero. Chao, amor —escuché a Ana decir antes de colgar. Estaría hablando con ese tal Jadel.

—Buenos días, Ana Banana —dije, poniéndole una mano en la espalda. Ella se giró.

—Hola, Mimi —me saludó con una sonrisa, moviendo los pies, que tenía dentro del agua. —¿Haciendo deporte de buena mañana?

—Sí, la vida sin resaca es otro rollo, Anita. —me reí. —No te doy dos besos porque voy toda sudada —me excusé.

—Tranquila —me respondió ella. Se veía tan relajada, y nada a la defensiva, lo cual era sorprendente. Me miró de arriba abajo, aunque intentó disimularlo desviando la mirada cuando se encontró con la mía.

—¿Estás sola? —le pregunté, aunque era obvio.

—Sí, ya sabes. Nuestros padres no han regresado del mini-golf aún —se encogió de hombros. —Y no es que conozca a mucha gente aquí, a parte de mi canguro; se llama Mimi —dijo sonriendo de nuevo.

Me eché a reír.

—Bueno. Voy a darme un agua y ponerme el bikini, y vengo aquí contigo.

—Genial —sonrió ella. —Aquí te espero.

Cuando volví a la piscina, con mi trikini negro, mis chanclas y mi toalla, vi que Ana estaba en el centro de la piscina, encima de un flotador que simulaba una tajada de sandía. Reposaba bocabajo, y tenía los ojos cerrados. Así que me acerqué sigilosamente, buceé hacia donde estaba, y con las dos manos le di impulso al flotador para volcarlo, dándole un susto a Ana de mucho cuidado, y haciéndola caer al agua.

—¡¿Por qué?! —gritó cuando su cabeza salió a la superficie.

Yo me meaba de la risa. La gente que estaba en la barra del bar de la piscina, se volteó para mirarnos. Ana enrojeció, y sin pensarlo, cogió mi cabeza e intentó "ahogarme". Cuando conseguí escaparme y respirar, porque Ana no tenía mucha fuerza, la verdad, fui a por la colchoneta inflable y me subí a ella con rapidez; nadando lejos de Ana. Ella me persiguió, e intentó subirse; pero yo, des de arriba, le echaba agua en los ojos para que no pudiese conseguirlo. 

Me reí una barbaridad durante aquél rato, y ella también. Parecíamos dos niñas pequeñas, y la verdad es que estábamos liándola más que los niños pequeños de verdad que estaban a nuestro alrededor en aquél momento.

Volvimos a las toallas, completamente agotadas. La pantalla de mi móvil se iluminó con un mensaje de mi padre.


Papiiii

Mimi reina

Ahora hemos acabado del mini-golf

Polos opuestos 🥑 || WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora