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Nada más despertarme, alargué el brazo hacia la mesita de noche para ver qué hora era: las dos de la tarde. Seguro que mi padre ya había salido a comer sin mí.

También me fijé en lo que ponía debajo de la hora: la fecha. Nada más ni nada menos que el treinta de diciembre. El día siguiente ya celebrábamos Nochevieja, y el uno de enero por la mañana, volvíamos a nuestra vida en Madrid.

Vaya vacaciones más raras éste año, con todo éste tema de Ana. Porque obviamente, lo primero que me vino a la cabeza al abrir los ojos, fueron los recuerdos de la noche anterior. Su rostro, tan cerca de mí, intentando besarme en medio del mar, bajo la luz de la luna. ¡Si es que parecía nuestra puta luna de miel! Aun no alcanzaba a entender cómo me había podido resistir a besarla; o más bien, a dejarme besar por ella. Y es que mi Anita había dejado de ser Ana Banana y se había convertido en la guerrera que su apellido ya anunciaba, y había tomado la iniciativa totalmente.

Me levanté de la cama frotándome los ojos, y salí al salón. Como era de esperar, ni rastro de mi padre. Lo que si encontré, fue una nota pegada en la pantalla plana del televisor.

"Nena, eres una marmota. Me he ido a comer y luego iré a la piscina. Antonio y yo hemos reservado la pista de tenis de 18 a 19, para hacer un partido de familia contra familia. Nos vemos luego. xx"

Me encogí de hombros; la decisión ya estaba tomada entonces. 

Después de una larga ducha, me puse un bikini blanco y unos shorts encima. Cogí una camisa que tenía un divertido estampado de plátanos, pero entonces me vino a la cabeza lo de Ana Banana y me la cambié por una blusa marrón con mangas abullonadas y sin hombros.

Salí al jardín de la suite para comprobar la temperatura, y agradecí que el día estuviese un poco nublado, porque el sol no nos había dado tregua aquellos días; exceptuando la mañana del día anterior. Y el calor, con resaca, nunca me ha sentado bien.

Tenía hambre; pero antes de salir a comer, tenía que llamar a Ricky. Conté las horas de diferencia, y en España serían las nueve de la mañana. Un poco temprano; y más conociéndole a él... Pero bueno mira, yo tenía que llamarlo. Si le despertaba, pues ya me insultaría o lo que sea para desahogarse. Pero yo necesitaba hablar con él.

—¿Qué coño haces llamándome a las nueve y cuarto de la mañana? —escuché la voz ronca de Ricky, al otro lado del teléfono.

—Uy, tu ayer saliste —constaté.

—Sí tía, una movida... me encontré a Agoney con su nuevo novio, un chico rubio muy bien peinado. Me cagué en todo.

—¿Qué dices? ¿En serio? ¿Y te saludó o algo?

—Sí, sí. El pavo me dio dos besos y todo, en plan "lo tengo súper superado y ahora podemos ser amigos" —aunque Ricky y Agoney solo habían tenido una pequeña aventura, había sido muy intensa.

—¿Estás bien? —le pregunté, preocupada por mi amigo.

—Sí, sí. No me importa mucho. Pero es que me pilló muy desprevenido —hizo una breve pausa. —Te eché de menos en este momento. Vuelve ya maricona, que tengo ganas de liarla parda contigo.

Me reí.

—¿Por qué me llamabas, Mimi? —dijo luego.

—Bueno... es que me estoy metiendo en un percal importante. Estoy hecha un lío.

—No me digas que es por la canaria. ¿Te la has follado ya?

—Pf, qué va. Muy lejos de eso estoy. Ayer intentó besarme, y tuve que frenarla —le confesé, dejándome caer en una silla de mimbre oscura con un pequeño cojín blanco.

Polos opuestos 🥑 || WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora