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Después del desastre estrepitoso que acabó siendo mi comida con Ana, pasé un par de días sin levantar cabeza.

Si eso era amor verdadero, estaba mejor sin. Aunque pensándolo bien, amor verdadero era lo que Ana había sentido por mí en algún momento, y yo misma me había encargado de destrozarlo. Así que, objetivamente, no tenía derecho a quejarme.

Y es que no dejaba de pensar en Punta Cana, en esos momentos en que nos mirábamos a los ojos y solo nosotras sabíamos lo que sentíamos.

La idea de que nada era imposible, de que hubiésemos podido hablar las cosas sin que yo metiera la pata; y que de haber sido así, ahora estaríamos las dos viviendo juntas cómodamente en algún bonito piso céntrico de Madrid; me perseguía y no me dejaba dormir por las noches.

Incluso prescindí de la habitual salida con Ricky de los jueves por la noche. Cuando Miriam se enteró que me había negado a salir con él a tomar unas cervezas, me ofreció enseguida ir a cenar con ella y Pablo. Comeríamos en su piso, tomaríamos algo allí mismo, y volvería a casa en cuanto yo quisiera.

No me negué a ese plan. Sabía que, si yo no deseaba hablar del tema, ninguno de los dos me presionaría por hacerlo. Además, ellos llevaban tanto tiempo juntos que nunca sentía que hiciese de vela con ellos, porque sabían muy bien cómo comportarse cuando no estaban solos; a diferencia de Ricky, con quién era imposible salir cuando tenía un ligue medianamente serio, porque se enganchaba al menda en cuestión como una lapa. De todas maneras, Ricky se acabó uniendo a la cena, porque se sentía mal si salía sabiendo cómo estaba yo.

Y aunque al principio solo hablamos de tonterías y temas amenos, cuando acabamos de cenar y nos sentamos en el sofá con unas copas de vino, no pude evitar sacar el tema.

—¿Alguien me puede decir cómo se hace para recuperar el amor de una mujer? —cuando escuché lo que acababa de decir, me parecí tan increíblemente ridícula, que me eché a reír.

—Eeeella romántica, que la gusta un buen drama —dijo Miriam, uniéndose a mi risa. —Pues no me viene a la cabeza ningún momento en el que haya tenido que reconquistar una mujer... así que ahora mismo no sé, la verdad —dijo ella, bromeando.

—Bueno, yo des de luego, tampoco te puedo ayudar —respondió Ricky, lo cual siguió alimentando nuestras carcajadas.

Los tres miramos a Pablo.

—A mí no me miréis, yo nunca la he cagado con Miriam —dijo, dejando un beso en la frente de la gallega.

—Bueno, bueno... eso tendría que hablarse, eh —contestó Miriam, para picarlo.

—De todas formas, Mimi, no creo que sea tanto "recuperar" su amor, como demostrarle que tú también sientes por ella. No creo que Ana haya dejado de sentir nada por ti. Simplemente, está desengañada.

Los tres nos quedamos en silencio ante las palabras de Pablo. Lo que decía tenía lógica. Aunque convencer a Ana de algo iba a ser complicado, porque antes del epic fail que supuso la comida con ella, le había dicho que no le pediría nunca más que me escuchase.

Pero bueno; si no podía hablarle directamente, llegaría a ella de alguna otra forma.


🥑🥑🥑


—¿Qué has hecho qué? —Mireya se partía de la risa.

—Mireya tía, que no te rías ostia —respondí yo, notablemente molesta.

—¡Pero si no me río! —No, Mireya no se reía. Mireya se ahogaba en su maldita risa. Lloraba casi.

—Qué hija de puta, de verdad. Te lo he contado porque no me queda otra, que sino, en la vida te lo decía.

Polos opuestos 🥑 || WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora