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Creo que no había visto a Ana tan nerviosa en su vida. La miré de reojo, sin apartar mucho la vista de la carretera.

—No me digas que eres como una de esas niñas pequeñas que se piensan que su cumpleaños tendría que ser fiesta nacional y que necesitan que todo salga perfecto.

Ana me miró, molesta.

—Sabes que no es eso lo que me preocupa.

Sí, en realidad, lo sabía. Su cumpleaños caía en domingo, pero sus padres llegaban el sábado por la mañana. O sea, el día siguiente.

Ana era de esas personas que prácticamente sufren por todo, lo cual me parecía una condena. Yo había sufrido esas últimas semanas por ella, y pensaba que de esa forma no se podía vivir. Yo, que le quitaba importancia a todo. Realmente, esperaba contagiarle mi actitud despreocupada todo lo que pudiese.

—Anita, mañana enfrentaremos las cosas como las tengamos que enfrentar. ¿Puedes por favor, centrarte en hoy por la noche?

Ella asintió, sin decir nada. Puse mi mano encima de su pierna momentáneamente, para reconfortarla.

Solo había pasado una semana des de la noche en la que me presenté borracha en el ático que Ana compartía con Agoney; sin embargo, nos habíamos separado más bien poco. Podríamos decir, que nos habíamos decidido a recuperar el tiempo perdido.

Y como estábamos tan a gusto la una con la otra, a pesar de no haber tenido "la conversación", sabíamos que algo les tendríamos que contar a los señores Guerra. Pero tampoco sabíamos el qué, lo cual contribuía enormemente a los nervios de Ana.

De todas formas, y como el domingo Ana lo pasaría con sus padres, nosotras celebrábamos hoy juntas su cumpleaños.

—Tengo que pasar por la escuela de baile un segundo, Vicky me ha dicho que hay cambio de horarios la semana que viene, y será mejor que los recoja ahora. Mañana ya estaremos suficientemente liadas yendo a buscar a tu familia en el aeropuerto.

—Vale. Pero, ¿a qué hora has reservado en el restaurante? —preguntó Ana, mirando el reloj de la pantalla del coche.

—A las diez. Tenemos tiempo de sobra, no te preocupes.

Ella miró por la ventana, dramáticamente, y yo me eché a reír.

—Ana Banana, que te veo. Como te gusta dramar por todo.

Ella también se rio, y se giró de nuevo para mirarme y dedicarme una media sonrisa.

Llegamos a la escuela de baile, saqué las llaves y abrí la puerta. Ana entró detrás de mí, y yo me dirigí hasta el mostrador de la recepción, para ponerme dentro y subir los interruptores del cuadro de luces.

—¿Dónde se supone que tienen que estar los horarios? —preguntó Ana, mirando por encima del mostrador, una vez las luces estuvieron encendidas.

—Pues en teoría aquí, aunque a lo mejor me los ha dejado dentro de la sala principal. Vamos a comprobarlo.

Nos dirigimos hacia la sala, abrí la puerta, y la sujeté para que Ana entrase primero.

—¡MIMI! —su cara de asombro fue la esperada. Necesitaba hacerle una foto y empapelarme las paredes de mi habitación con la expresión de sorpresa de la canaria. Me encantaba.

En el centro de la sala, se encontraba una mesa redonda y dos sillas. Encima de la mesa estaba todo preparado para nuestra cena, aunque la comida estaba tapada para no perder la temperatura.

Había puesto las luces en modo tenue, además de unas velas que iba a encender luego. En los espejos había pegado frases de las canciones que habíamos bailado juntas des de que nos conocimos, junto con las fotos que teníamos de Punta Cana y de ésta última semana en la que habíamos dado un paso más en nuestra relación.

Polos opuestos 🥑 || WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora