3

6.2K 327 25
                                    


Me miré en el espejo del baño después de darme el último retoque de pintalabios rojo oscuro. Si bien mi estilo durante el día era bastante deportivo y casual, por las noches me gustaba arreglarme como la que más.

Esa noche había optado por un mono largo de color granate, con los hombros al aire y con muesca en 'V', que se ceñía sobre mi pecho. Llevaba unos zapatos de tacón negro, a conjunto con mi bolso de mano, y unos pendientes con flecos de una tonalidad parecida a la del mono.

Esa noche, según mi padre me había comentado, tocaba cena formal con la familia Guerra. Parecía que Antonio, el padre de Ana, le había caído genial al mío, y des de que había llegado de playa Juanillo, que mi padre me había estado contando lo gracioso que era el hombre y lo buena que era la mujer; y como se habían entendido a la perfección y ya habían quedado para pasar la mañana siguiente juntos en el mini-golf. Parecía que lo que quedaba de vacaciones, seria monotemático: la familia Guerra, la familia Guerra, y la familia Guerra. Si eso significaba pasar el rato con Ana, acostarme con ella no iba a ser tan difícil, al fin y al cabo.

—Qué guapo estás, papá —le dije a mi padre, que me esperaba sentado en el sofá. Llevaba sus pantalones de traje blancos favoritos, una camisa azul clarito, y una americana azul oscuro, a conjunto con su cinturón. A sus cincuenta y seis años, mi padre se conservaba de lo mejorcito. Y lo más fuerte era que ni siquiera hacía deporte. Supongo que era buena genética.

Él se levantó y me dio un beso en la frente.

—Tu sí que estás preciosa, cariño —me dijo. —Y menos mal, porque me llegas a salir con el indecente vestido negro que llevabas ayer, y no te dejo cenar con nosotros.

Puse los ojos en blanco.

—No sabes tener un bonito momento padre e hija, ¿o qué? —le golpeé el brazo con mi codo, bromeando.


🥑🥑🥑


Mi padre y yo fuimos los primeros en llegar al restaurante. El maître nos llevó hasta la mesa, que estaba en una terraza exterior con vistas al mar, perfectamente decorada e iluminada con velas. La bachata sonaba de fondo y se escuchaban también el ritmo de las olas. Cerré los ojos un segundo, disfrutando de la tranquilidad del momento. Era día veintisiete; y el uno de enero, después de la fiesta de fin de año, volveríamos a Madrid. Valía la pena aprovechar esos días al máximo, aun sabiendo que el año que viene regresaríamos a nuestro paraíso favorito.

En cuanto abrí los ojos, vi a Ana llegar con la melena ondulada y un vestido ajustado que era negro en la parte del torso, y de lentejuelas de colores; grandes y redondas, en la parte inferior. Tragué saliva ante semejante belleza; antes de recomponerme, levantarme de la silla, y decirle lo guapa que iba. Mi padre también se levantó para saludar a los Guerra.

La mesa era redonda, y Ana se sentó a mi lado. Pedimos vino, que eligió mi padre; y luego dejamos que el camarero nos recomendara los mejores platos de la noche. En nada lo teníamos decidido, y no tardamos nada en pedir y ser servidos.

—Qué lugar tan agradable —comentó la madre de Ana, una vez el camarero se hubo marchado con los platos vacíos.

Los hombres asintieron.

—Cuando estás aquí, casi que te olvidas de que ésta no es tu casa y que tienes un trabajo al que volver una vez se acaban las vacaciones, ¿verdad? —intervine yo.

—Totalmente cierto —respondió Antonio. —¿A qué te dedicas, Mimi?

—Soy bailarina, señor Guerra —Ana puso sus ojos en mí. —Doy clases de baile en una escuela de danza, y estoy como bailarina en un par de programas televisivos.

Polos opuestos 🥑 || WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora