Epílogo

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Pequeños pasos retumbaban por los pasillos del palacio, una sombra diminuta se escondía tras los pilares, ocultándose de la vista de los elfos que hacían guardia. Con rápidos movimientos, atravesó la corta distancia hasta el jardín interno.

—¿Qué crees que estás haciendo? —sonó una voz desde el pasillo.

La pequeña sombra se alarmó por haber sido descubierta y se dirigió corriendo hacia el árbol donde se encuentran sus protectores.

—¿Ves lo que has hecho? Espantaste al pobre niño...—dijo Phobos burlón, a un Deimos completamente desconcertado por la reacción del infante.

Phobos empezó a reír por el gesto de su gemelo, consiguiendo un golpe en la cabeza por parte de éste, ambos empezaron a reír y regresaron al interior del palacio.

El jardín era el lugar preferido de las parejas, que estaban sumidas en sus conversaciones. En un rincón, recostadas por las raíces de un enorme árbol de cerezo, dos amigas conversaban sobre las vidas que llevaban y la felicidad que sentían.

Con su larga mata de rizos negros suelos, Meena estaba apoyada por el gran tronco, luciendo un cómodo vestido de algodón verde suelto, un chaleco de mezclilla y bailarinas en tono beige. Mientras que Marissa estaba así de lado, con su largo cabello trenzado, se veía radiante en su vestido/túnica color terracota y unas converse blancas, ambas estaban sonrientes al ver llegar a la pequeña sombra.

—¿En algún momento se le acaba la energía? —preguntó Marissa entre risas.

—Dale una hora más, luego comerá algo y caerá inconsciente en el mundo de Morfeo...—río Meena mirando con ternura a su hijo.

Dimitri Ponto Kaffieri llegó al mundo hace ya cinco años, conocido por causar estragos donde se encuentre, sus travesuras eran perdonadas casi al instante, con el tono de piel bronceada y los rulos ensortijados negros de Meena, junto a los brillantes ojos verdes de Poseidón, se había ganado el favor de todos aquellos que lo conocen.

—¿De casualidad no tendrás hambre aún, verdad? —preguntó Marissa haciendo cosquillas a Dimitri, quien se encontraba en el regazo de su madre para recuperar aliento y seguir jugando.

—Tia Rissa, aun no es hora de la cena...—respondió Dimitri con calma, ganándose un beso en la frente por parte de Meena.

—Así es tía Rissa, no hay que comer fuera de hora...—regañó juguetona Meena a su amiga, haciendo reír a Dimitri.

Con las energías cargadas, Dimitri se lanzó a correr por todo el jardín, bajo la atenta mirada de sus fieras protectoras.

—Es un niño increíble Meena, tienes mucha suerte...—dijo Marissa con una triste sonrisa, mientras observaba como Dimitri corría hasta llegar al lado de su padre, que junto con Hades, estaban a unos metros recostados sobre el césped conversando animosamente.

—Marissa, dime la verdad, tu... ¿me odias? —preguntó Meena fijando la mirada en su amiga.

—¿Por qué te odiaría? Eres mi mejor amiga...—respondió Marissa con calma.

—Sabes a qué me refiero...—murmuró Meena desviando la mirada hacia las flores que rodeaban el lugar.

—Jamás podría odiarte, tonta...—sonrió Marissa, sabia cual era el motivo de esa pregunta, cuando vivían juntas, Marissa se ponía triste cuando había niños cerca, ya que ella nunca podría tener uno propio. —Sé que te preocupa ponerme triste con tus visitas, pero mimar y malcriar a Dimitri es lo mejor que me pudo pasar. Soy consciente de mi estado Meena, pero soy muy feliz siendo la madrina de ese pequeño demonio.

Bienvenida al Inframundo - #1 Trilogía RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora