III

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                                                   Florencia, Italia.

Angela Vipera estaba bajándose de su vehículo, cuando el periodista de arte la interceptó:

—Dichosos los ojos que la ven.

—Pero ¡si es mi reportero preferido! Nosotros nunca nos encontramos en la iglesia.

Y ambos rieron.

—Supe que ha conocido a Juanjo —comentó como al pasar Ugo Ojetti.

Angela lo miró extrañada, pero, fiel a su gracia, extendió la mano, y él se la besó, como hacía siempre. El arte los había unido en una mera relación profesional.

—¿De qué Juanjo me habla?

Ugo señaló a Brunni.

Ella, entonces, esbozó una sonrisa.

—¡Qué pícaro! Me ha dicho que se llama Stefano.

—Ya quisiera. Es Juan José, un artista, un bohemio, amante de la vida y la cerveza...

—¿Está seguro Ojetti?

—Tanto como que pinta para los dioses, por eso tiene el favor de la reina.

—Veo entonces, que me ha escondido más de lo que esperaba. Pero este dato que me brinda es bastante interesante. —Angela hizo un gesto de agrado y echó un vistazo a la amplia galería de arte que se hallaba frente a ellos.

—¿Usted también viene a los Uffizi ?, ¿acaso hay una exposición y no he sido invitada?

Ojetti rio. Una exposición sin la duquesa Pazzi no es exposición.

—Si me elogia, apuesto que va a pedirme algo...

—Ayer estuve en Génova...

—¡Jamás descansa!

—La exposición de este año será diferente, quiero algo grande, algo nunca visto.

—Ya veo por qué me elogiaba...

—Si me ayuda, tendrás la primera plana, no se preocupe.

—Así me gusta... Y si vamos a trabajar juntos, creo que dejaremos la formalidad de lado. A Partir de ahora se implemente el tuteo.

—Como prefiera duquesa. ¡Ejem! Ya sabes, si pongo tu nombre, todos irán. Necesito que pujes en la subasta; si tú compras un cuadro, el resto se volcará a lo loco a adquirir obras.

Ella asintió orgullosa.

—Además —prosiguió Ojetti—, no te he dicho la mejor parte —ella se mostró intrigada—. Quiero que sea una exposición de la que se hable en toda Europa. Fui a Génova a buscar un cuadro que el Louvre me ha prestado, La belle ferronière, de Boltraffio —siguió el periodista entusiasmado.

—¡Che figo! —y le pegó con cariño en el brazo izquierdo—. Mejor que la última, entonces...

—¡Diez veces mejor! Cecilia Audagna y el afamado arquitecto Le Corbusier, estarán aquí dispuestos a subastar sus obras; y le doy, ¡perdón! te doy la primicia, el arquitecto ha traído varias maquetas de casas totalmente cuadradas, sin ningún tipo adorno, ¿te imaginas?, Quiero que seas tú la que adquieras los planos. Ahora, tal vez, pocos lo entiendan, pero dentro de algún tiempo, tener una casa así, otorgará notoriedad.

Angela lo miró con una mezcla de asombro e incredulidad.

—Pareciera que no me conoces, Ojetti, me gusta el siglo de oro.

—Lo sé, lo sé, pero debes expandir tu mente, mirar hacia el futuro. Eres una vanguardista, siempre lo has sido, y este arquitecto ya ha hecho obras en Francia. Estarás adquiriendo algo que tal vez sea valorado dentro de cien años...

—No me convences, Ojetti.

—¿Tú también vas a resistirte?

Levantó las cejas al cielo como excusándose, pero Ojetti era el periodista que la estaba buscando para que ella impusiera un nuevo estilo; después de todo, así era ella, imponente. Si esto iba a destacarse en cincuenta o cien años, suspirando hondamente, preguntó:

—¿Y en qué consiste?

—Dame un momento, déjame leerte lo que me ha dicho el arquitecto en una entrevista la semana pasada: «La mentalidad moderna se halla bajo los avances científicos y técnicos, o sea, en una sociedad laica, democrática y renovada. Esta idea vanguardista se plasma en la arquitectura como el rechazo de la tradición que ha permanecido vigente desde la antigüedad, tanto en el orden proyectual como formal, al usar métodos tecnológicos en su construcción y con el propósito de llegar a las masas, o sea, utilizarla con fin social».

—No es mi estilo, pero por ti, soy capaz de comprar la luna.

—Sabía que podía contar contigo.

Angela sonrió cambiando de tema.

—¿El rey ya sabe que la Audagna estará presente? Es gran admirador de esa artista.

—Será quien inaugure la exposición.

—¡Maravilloso, Ojetti! ¡Sí que has pensado en grande! Eres un soñador, más que un reportero...

—¡Oh, no, no! Me mueve la ambición, querida. Estoy escalando dentro del diario y en poco tiempo podré tener un puesto de privilegio. Ya te digo, esto es algo muy grande. ¿Me ayudarás a organizar todo?

—Si prometes muchas tapas e innumerables elogios para mí en tus notas, ni lo dudes.

—Pero creo que es la última que haré en Europa...

Angela lo miró intrigada.

—Sí, así es; cuando me encontraba esperando una mercadería en el puerto, me anunciaron que se demoraría un rato. Aproveché el tiempo muerto para entrar a cortarme un poco el cabello. En la barbería me crucé con un par de detectives, uno de aquí y el otro de Londres. Contaron tantas excentricidades sobre los casos que resuelven y el dinero que hacen que casi he querido cambiar de profesión...

Ambos rieron.

—Tú sigue en esto, que llegarás lejos —interrumpió la Vipera.

—Eso espero, lo cierto es que me han resultado tan extraños que los editores estuvieron de acuerdo conmigo en ponerlos en la tapa del diario, y las ventas se dispararon. Tenemos que viajar a Buenos Aires y probar suerte como cuentan que hicieron ellos.

Angela, que no había leído la nota, prefirió solo sonreír y volver a la conversación anterior.

—Está bien, la próxima exposición la haremos en Buenos Aires, pero tendremos cuidado. ¿No era de la Argentina el ladrón que robó la Gioconda hace unos años?

Ojetti rio.

—¡Es verdad! Había olvidado a Valfierno y sus réplicas del Leonardo.

—Ten cuidado, Ojetti, el arte no está protegido, y es un cuadro del Louvre. No te alcanzará la vida para pagarlo si se pierde.

—Tranquila, mi duquesa preferida. Todo estará bajo control, y de esta exposición hablará el mundo entero.

—Tendremos que hacer algo más que una subasta si quieres exposición a nivel mundial. Los medios no van a cubrir el evento, a menos que sea algo extraordinario.

—En eso estaba pensando cuando usé el nombre del rey para pedir el cuadro.

Las palabras de Ojetti no tranquilizaban a la mujer, más bien, todo lo contrario. Lo que había visto hacía solo unos meses la tenía preocupada. El rey no estaba a la altura.


Maravilloso.

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Una víbora enroscadaWhere stories live. Discover now