XII

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El vestíbulo enorme de los Uffizi derrochaba glamour. El frenético ritmo al que todo se armaba hacía suponer que al día siguiente se abriría al público, aunque faltaban varios días aún.

—Por aquí pondremos ese —mandaba Ángela, entrando apresurada mientras Juana la seguía apenas observando.

La disposición de las sillas de roble esloveno exquisitamente labrado, la mesa de caoba que soportaba las obras reconocidas que iban a subastarse. Todo era medido milimétricamente por la Vipera.

—Subasta —repitió Ángela perdida en su pensamiento —, qué bueno que ahora sean mujeres retratadas en cuadros las que salen al mejor postor y no jóvenes casaderas como nosotras. De vivir en el siglo v antes de Cristo, estaríamos en lugar de los cuadros.

Juana la miró sobradora y, blanqueando la vista, informó:

—Estamos en 1923 —Juana odiaba cuando le daban esos datos que no pedía.

—Duquesa, ha llegado la última maqueta del arquitecto, es enorme... —anunció un ayudante.

Angela se dio un segundo para mirarla.

—Geometría, abstracción, movimiento e innovación. Este joven conjuga todo lo que me gusta.

—Este joven es el que me gusta, si yo saliera a subasta y él me comprara, estaría contenta —corrigió Juana. Acabo de verlo en el diario y es un uomo bellissimo.

—¡Por favor, Juana!, alguna vez, ¡por el amor de Dios!, solo alguna vez, ¿puedes dejar de observar a los hombres como objetos? Estarás frente a un artista, ¿podrías no arruinarlo?

—No.

—Entonces, vete.

Demasiado apurada y con miles de cosas que preparar, Angela se olvidó de ella.

Una víbora enroscadaWhere stories live. Discover now