XX

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Cuando míster Master vio a Angela, creyó que había muerto y un ángel pelirrojo lo venía a recibir.

—Ya veo el porqué de su nombre, señorita.

Ella sonrió.

—No se adelante, que cielo e infierno se conjugan en él. Mi padre era admirador de Dante, por eso lo de ángel y víbora.

Míster Master sonrió dándole la mano.

Ella se la tomó, le guiñó un ojo y le susurró:

—Pero es solo un apodo, mi verdadero apellido es Pazzi.

—¡Oh!, ya veo... ¡Bien!, ¿podrá relatarme los hechos?

—No hay mucho. Teníamos previsto con mi amigo Brunni ayudar al reportero con su exposición.

—¿Cada cuánto hacen exposiciones?

—Él las hace cada año. Pero, desde que este país se volvió demasiado... nacionalista, este año la publicitamos para que fuera pública y cualquiera pudiera asistir...

—¿Y eso le molesta?

—Temo por el destino de los cuadros...y ya ve... hasta ayer me preocupaba que la chusma lo arruinara todo, son como la langosta en Egipto y ahora... —casi dejó caer una lágrima.

—Puedo entenderla.

—Y cuando una obra es robada, nadie se encarga; ¿nota lo que le digo? Hoy el arte no está custodiado en Florencia.

—Ya veo.

¿Cuál es la pieza que faltó?

—La Belle Ferronière.

—¿Y qué tiene de especial?

—Nada.

—Si pertenece al Louvre..., algo debe de tener...

—Es muy pequeño, cualquiera puede transportarlo.

—Pero dígale todo lo que pasó antes y después —intervino Ojetti.

Después de relatarle los hechos, ella entonces le alcanzó la inscripción que Mastermann, como médico, reconoció de inmediato.

—Esto apareció dos días antes. ¿Qué es doctor?

—Un antiguo poema que habla de la enfermedad gálica. La sífilis.

Angela miró a Ojetti desconcertada.

—Tendremos que ir al hospital a ver si ha habido un brote de la enfermedad en estos días.

—Pero, doctor, ¿qué tiene que ver eso con un Boltraffio robado?

—Evidentemente, mucho.

—¿No puede ser una coincidencia?

—Las coincidencias no existen. Nos encontramos ante la presencia de un ladrón muy inteligente, con acabados conocimientos de arte y medicina. Con este papel, el ladrón les anunció lo que haría.

—Eso exonera a los artistas, ellos no estaban cuando esto apareció.

—Señorita, ¿desea ser usted la investigadora?

—Puedo ayudarle...

—No. Usted es la que organizó y perdió el cuadro, por lo tanto, es sospechosa.

La cara de Angela Vipera se transfiguró. Empezó a odiar a aquel inglés y lo hizo muy evidente. A partir de ese momento, no volvió a sonreírle.

Mastermann anotó y quiso pasar por el hospital de Santa María Novella a entrevistar a Brunni, que ya estaba mejor y ese día iba a recibir el alta.

—Yo lo llevo —se ofreció seria Angela—, ¿o también está mal? —preguntó sarcástica.

Mastermann la observó casi con resignación. «Evidentemente, es aún una mujer muy inmadura. Si quiero obtener más datos —sin mi ayudante—, me comportaré de modo más civilizado».

—¡Qué buena idea! —intentó sonar natural—. Estamos muy cerca, pero aún no me ubico, puede llevarme, gracias —concluyó amistoso.

Cuando llegaron, el doctor observó con admiración el paisaje. Parado frente al imponente edificio, suspiró:

—Era aquí donde Leonardo Da Vinci diseccionaba los cuerpos de los muertos que nadie reclamaba, ¡era aquí donde se gestó el genio!

Angela lo miró sin poder contenerse:

—Y fue aquí, en el año 1503, donde el genio hizo el boceto de la batalla de Anghiari. Un violento choque entre caballos. Dicen que cuando Vasari lo vio, dijo: «Es perfecto».

Mastermann escuchaba interesado.

—Le gusta Leonardo.

—¡Amo a Leonardo! Por eso quiero que su obra permanezca. Esa escena de los caballos se perdió para siempre. Y ahora... se llevan la obra hasta del alumno de Leonardo...

«Bien —pensó el doctor—, ella sabe que es un Leonardo y no un Boltraffio como ha declarado..., independiente, autoritaria y mentirosa».

Adentro entrevistó a Brunni. Escuchó con atención el extraño relato.

—¡Una vipera, era una vipera disfrazada de hermosa mujer! —anunció impresionado el profesor de arte. Y que lo mencionara de esa manera solo lo hacía relacionarlo con la señorita pelirroja que, al parecer, de ángel tenía poco. Pero hasta no tener pruebas, él no culparía a nadie.

—¿Cuánto hace que conoce a la duquesa Pazzi?

—Angela es mi amiga desde hace seis meses.

—¿Y qué me puede decir de ella?

Brunni le guiño el ojo.

—Es soltera, si quiere saberlo.

—Hablo del robo.

—¡Oh!, no, no, quería comprar un diseño moderno de Le Corbusier ese mismo día para que quedara en la galería, bien resguardado. Tiene mucho dinero e invierte millones cada año en cuidar el arte.

—Ya veo.

—¿Ha sido dolorosa la mordedura de la víbora?

—El peor dolor que sentí en mi vida, y eso que en la trinchera una granada nos explotó cerca y perdí el dedo chiquito de mi pie.


Una víbora enroscadaWhere stories live. Discover now