VII

5 1 0
                                    


Ya en el mercado central, por la tarde, el doctor Mastermann pidió una frugal comida. Luigi dijo que no tenía demasiada hambre. Mientras el doctor deliberaba, preguntaba procedencia, elaboración e historia de cada alimento y decidía qué iba a comprar, Luigi había aprovechado para hacerse de otro cuarto de mortadela, un gran pedazo de sardo, dos salames frescos friulanos, dos tomates, un cuarto de aceitunas y dos hogazas de pan.

Al verlo cargar aquella bolsa de papel llena de comida, Mastermann movió las cejas espantado.

—¿Y dice no tener hambre?

—Son los recuerdos, ¿sabe?, ni bien he olido todo esto, mi estómago se ha tentado.

—Parece que fuera a comer toda la semana.

—No se crea, es mucho bulto.

Si algo molestaba al doctor era que la gente no se sentara a comer y que fuera picando por el camino. El ruido de la bolsa, luego el de la boca masticando algo blando, el olor a aceituna que invadía el aire y la despreocupación de su ayudante estaban irritando al médico, que ya notaba cómo uno de los ojos se le movía insistentemente, como palpitando.

—Alquilaremos un taxi —informó Mastermann al salir del mercado genovés—, me han dicho que en la Toscana se comen unos quesos y se toman unos vinos que no tienen comparación con los de aquí. Hoy mismo quiero ir a admirar esos paisajes sin precedentes que tantas veces he encontrado descriptos en lo que he leído. Espero que allí sus coterráneos sean menos efusivos con los ademanes, pero, sobre todo, con los precios —Mastermann le echó una mirada, y al verlo tan mal educado, explotó—: ¿Podría, por favor, comportarse como la gente?

Atragantado con un mordisco que acababa de darle a la mortadela, dejó de masticar y, como atrapado in fraganti, asintió.

El doctor puso cara de asco y siguió adelante intentando no volver a mirarlo.

Novara reprimió una risita burlona. Nunca pensó que disfrutaría tanto volver a su tierra.

—Esta noche no —informó Luigi tragando —la Toscana se disfruta al amanecer y será más fácil encontrar un albergo donde quedarnos.

Mastermann no quería volver a aquel hotel donde había prometido a la joven con mirada extraña contar las aventuras de Luigi Novara. No estaba en sus planes ni en su humor. De camino, fingió quedarse sin voz.

|i~a4=

Una víbora enroscadaWhere stories live. Discover now