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304 días antes del reencuentro

Guillermo suspiró con fuerza una vez cerró su maleta, liberando así toda pizca de angustia o tristeza que comenzaba a invadir su cuerpo a causa de la inminente despedida. Se sentía extraño por tener que dejar un lugar al que apenas comenzaba a acostumbrarse para tener que adaptarse a uno nuevo, pero sabía que sería lo mejor para la vida que estaba intentando reconstruir; ya no podía seguir dependiendo de los ingresos de sus padres para vivir, ya que estos estaban esforzándose demasiado para mantener el alquiler del nuevo hogar que compartían, por lo que ese nuevo empleo era la única y mejor opción para todos.

Londres era la mejor opción.

Después de reencontrarse con sus padres y de llorar casi un mes entero por la vida que había tenido que dejar atrás, se había obligado a ponerse en movimiento y a erguirse de entre sus propias cenizas, por lo que ahora, dos meses después, estaba orgulloso de decir que había conseguido uno de los puestos mejores pagos en uno de los hospitales más prestigiosos de la ciudad de Londres. No había sido tarea fácil y había pasado por muchísimas subidas y bajadas antes de conseguir finalmente aquel empleo, pero lo había logrado, como así también había logrado ponerse de pie cuando lo único claro que tenía su mente era que debía quedarse echado en el suelo, lamentándose por todo lo que había perdido y que jamás iba a poder recuperar.

Su vida se estaba reconstruyendo poco a poco y estaba orgulloso de eso.

Sin embargo, y muy a su pesar, sus pensamientos nunca habían estado del todo de acuerdo con sus repentinos arranques de positividad y fortaleza, por lo que siempre estaban allí, recordándole que era cuestión de tiempo para que esa depresión que intentaba ocultar saliese a flote y tomase su vida por completo. Siempre estaban allí, susurrándole aquellas cosas que no quería oír, recordándole eso que quería olvidar, trayendo al presente momentos que no debía revivir; pero Guillermo era más fuerte que todo eso, mucho más fuerte, y no se cansaría jamás de demostrarlo.

Debía demostrarse a sí mismo que podía volver a vivir.

-¿Tienes todo listo?- escuchó la voz de su madre a sus espaldas, por lo que giró sobre sus talones, encontrándose en el umbral de la puerta.

-Eso creo. Tampoco había mucho que guardar- intentó sonreír.

Y era cierto. Sus padres habían logrado, gracias a sus ahorros y la ayuda de amigos y familiares, rentar un pequeño departamento y comprar algunas mudas de ropa para cada uno, por lo que tampoco tenía mucho que llevarse. Su maleta era pequeña, quizás demasiado pequeña, pero no le molestaba en lo más mínimo, de hecho, se sentía orgulloso de lo que habían logrado sus padres en tan poco tiempo y estaba seguro de que pronto llegarían épocas mejores para los tres.

-Ojala pudiésemos ayudarte de alguna otra manera- susurró la mayor con el semblante triste pero con los ojos clavados en su hijo, cosa que hizo a Guillermo suspirar.

Sus padres habían estado para él en todo momento: si quería llorar, gritar o simplemente guardar silencio allí estuvieron ellos para acompañarlo y ser su mejor sostén, siempre pendientes y preocupados por él y por todo lo que viajaba dentro de su cabeza. Ambos, desde su pequeño y desestabilizado lugar, habían logrado levantar a su único hijo como nadie pudo haberlo hecho jamás, por lo que a Guillermo le dejaba un mal sabor de boca que su madre sintiese que no había hecho suficiente como para ayudarlo; de no haber sido por ellos, en parte, aún estaría lamentándose y llorando por todo lo que había ocurrido.

Se acercó a la mayor y simplemente la atrajo hasta él para poder abrazarla, quedando su cabeza por sobre la de su madre y la de Ángela contra su pecho; la mujer rodeó la cintura de su hijo con desesperación.

Entre pensamientos y elementos [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora