Pero es gay (ed)

2K 62 15
                                    


POV BROOKE:

Gruñí mientras me frotaba los ojos. Después de dar unas cuantas vueltas en la cama me rendí y alargué el brazo apagando a Bob, odiaba a aquel estúpido pitido chillón que me taladraba la cabeza como si hubiese alguna gata pariendo en la habitación, justo debajo de la cama. Solo necesitaba que me despertase, no que me dejase sorda en el camino.

Y así empezaba otro largo y duro día. Luché durante varios minutos contra las sábanas que se aferraban a mis piernas, impidiéndome salir de la cama. Pataleé y me revolví como una poseída por el colchón, lanzando las mantas endemoniadas fuera de mí. Saqué las dos piernas por el bordillo de la cama, arrastrando con el movimiento al resto del cuerpo que aun seguía demasiado cansado como para moverse. Me tiré al suelo sin pensármelo dos veces cuando estuve lo suficientemente cerca del final de la cama, golpeándome con fuerza. Me arrastré por el parqué de la habitación gimiendo de dolor en dirección al baño. Todas las mañanas necesitaba mi revitalizante ducha donde me olvidaba del horrible pitido de Bob y de todo lo que tendría que hacer durante el día y no quería hacer. Poco después de media hora salí completamente renovada. Mi pelo, que antes parecía un nido de pájaros ahora estaba perfectamente peinado y liso, cayendo libremente por mi espalda. El infantil pijama de color rosa con corazones que me habían regalado por mi cumpleaños hará más o menos un año había sido sustituido por un top negro debajo de una camiseta básica de tirantes blanca, unos pantalones ajustados tejanos y unas botas militares negras de cordones. En verdad cada vez que salía del baño en las mañanas parecía otra persona completamente distinta a la que había entrado. El poco maquillaje que mi madre me había empezado a comprar hace unos meses ayudaba en gran manera a mi cara, tapando las ojeras y remarcando mis pestañas. A veces usaba el delineador pero como no siempre conseguía que la maldita raya me quedase recta solo lo cogía cuando tenía tiempo y estaba de humor. Estaba acabando de echarme un poco de perfume en las muñecas cuando el delicioso olor a madalenas recién hechas llegó a mis fosas nasales. Agarré rápidamente el bolso que utilizaba para ir a clases sin pararme a mirar si lo llevaba todo y empecé a bajar de dos en dos a trompicones las escaleras. Cuanto más me acercaba a la cocina más fuerte se volvía aquel delicioso olor que había conseguido hacerme correr de buena mañana. Entré al salón reduciendo la velocidad para intentar calmar mi agitada respiración y aparecí tranquilamente por la cocina. Mi preciosa madre estaba colocando con mucho cuidado una bandeja de madalenas de chocolate en el pato de las madalenas. Agarré dos de ellas con la rapidez de un auténtico ninja, haciendo que mi madre hubiese sido totalmente incapaz de captarme. Cuando me lo proponía era una auténtica arma asesina y letal solo que nunca me lo proponía, no quería dejar en ridículo al resto del mundo por no ser tan alucinantes como yo.

-¡Claro Brooke, coge todas las madalenas que te dé la gana! –Exclamó de repente una voz a mis espaldas con ironía. Volteé asustada con media madalena dentro de la boca. Mi técnica de ninja nunca fallaba, NUNCA. ¿Cómo podía haberme pillado? Yo era demasiado rápida, mi velocidad superaba a la de la luz. Un bufido parecido al de un toro enfadado me avisó de que mejor huyese en aquel momento mientras aun pudiese. Avancé rápidamente ignorando los murmullos incoherentes de mi madre y me senté de golpe en el sofá, espachurrándome como si fuese mi cama. Sonreí enternecida mirando las madalenas entre mis manos.

-Tranquilas pequeñinas, el peligro ya ha pasado –empecé diciendo como si fuese de lo más normal hablar con la comida –yo os protegeré de cualquier sinvergüenza que quiera comeros. –Proseguí guiñándoles un ojo divertida. Suerte de que estaba sola en la habitación ya que cualquiera que hubiese entrado en aquel momento y me hubiese visto de aquella manera, me tacharía directamente de loca. Aun masticando el último trozo de la primera madalena saqué el móvil del bolsillo trasero de mis pantalones, maldiciéndome internamente por sentarme siempre encima de él. Faltaban menos de siete minutos para que oficialmente llegara tarde a clases. Rodé los ojos pensando en mil maneras diferentes de matar a Jason si llegábamos tarde otra vez. Estaba a punto de llamarle para anunciarle su futura muerte cuando el timbre de la casa sonó. -¡Yo abro mamá! –Grité a pleno pulmón mientras me levantaba del sofá mordiendo la segunda madalena. Alcancé a oír cómo se cerraba la puerta principal así que aminoré la marcha hasta ella, degustando con adoración el trozo de comida en mi boca. La gigantesca cabeza de Jason se asomó a la sala segundos después, mirando en todas las direcciones, tanteando el terreno cuidadosamente antes de entrar. Des de que le di aquel susto cuando me escondí detrás del ropero siempre entraba "preparado para cualquier cosa", como decía él. Al verme parada ahí en medio del salón suspiró aliviado relajando los hombros. Su imponente cuerpo de metro ochenta y cinco se abrió paso hacia mí caminando como si aquello fuese una pasarela de moda. Seguro que hasta se estaba imaginando el ruido de los flashes y las miradas lascivas de las mujeres. El poco cabello castaño que le quedaba en la cabeza tras el último corte de pelo ondeaba suavemente al compás de sus pasos, acomodado ligeramente hacia atrás por pasar repetidas veces las manos. Les juro que era como si todo estuviese pasando a cámara lenta, como en las películas americanas cuando entraba el chico guapo en escena con su sonrisa matadora y su encanto natural. La típica sonrisa de un millón de dólares patinó en sus labios como si hubiese oído mis pensamientos, curvándolos de una forma tremendamente sexy. Sus ojos verdes encontraron los míos rápidamente, advirtiendo mi exhaustivo escrutinio de su rostro. Bajé la mirada como un rayo, analizando la ropa que me traía aquel día puesta justo antes de que se parase a escasos centímetros de mí.

Pero es gayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora