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Maratón 3/3

París sentía el pulso a mil. Mientras llevaban a Arturo, con ayuda de algunos rehenes sujetando de las piernas y París y Denver de los brazos, bajando por las escaleras de la azotea.

Cuando bajaron al vestíbulo al fin, Helsinki se encargó de cargarlo en brazos como si no pesara nada (pesaba un montón) y dejarlo suavemente en una camilla.

—París ir por el botiquín.—pidió Helsinki con dificultad en su español.

París asiente con torpeza y se gira rápidamente, topándose con Berlín mirando la escena.

Al pasar por su lado le toma fuertemente del brazo.

—¿Estás bien?—le examina el rostro.

—Yo estoy perfectamente.—responde con sorna, en referencia al hombre tirado en la camilla con una herida de bala en el hombro.

Corre en busca del botiquín de primeros auxilios y lo trae corriendo de vuelta a toda velocidad, pasándoselo a Helsinki, con las manos temblando.

Trata de ocultar su temblor escondiendo las manos detrás de la espalda.

Moscú, Tokio y todos los demás estaban alrededor de Arturo, sacando gasas y lo demás para hacer presión en la herida, sin darse cuenta que sólo estaban molestando a Helsinki de atenderlo.

Me di cuenta que la vida pedía de un hilo en todo momento, mientras que la de Arturo tenía una tijera con filo a su alrededor.

Denver, Moscú y París caminaban por el pasillo de la cámara acorazada número dos, esta última con una ligera cara de malestar, cargando con algunos utensilios robados del botiquín.

Pensaban tratar la herida de la rehén, Mónica, con aquellos utensilios, pero Denver frena de golpe al ver la puerta manchada de sangre, haciendo que París se golpee con su espalda.

—¿Qué...?—Denver abre la puerta y encuentra con que la cámara está vacía.

—Coño.—maldice París.

(...)

Comienzan a buscar por toda la fábrica, sútilmente, tratando de encontrar a Mónica, cuando París observa brevemente su reloj de mano.

Toma a Denver del brazo.

—Debo ir a vigilar la cirugía de Arturo, mientras, encontrad a esa rehén, que sí Berlín la encuentra será el fin para todos.
—dice París seriamente a Denver, tal vez exagerando un poco, pero conociendo el temperamento anticuado y autoritario de Berlín.

Denver asiente mirándola fijamente, tragando saliva, para luego seguir a su padre rumbo al baño de mujeres.

París ajusta su M-16 en sus manos y camina, encontrándose frente a frente con Berlín al doblar el pasillo.

Este sonríe levemente al verla.

—La cirugía comienza en cinco minutos.
—avisa.

Tragando saliva, París asiente, tratando de aparentar casual.

—De acuerdo.

Berlín saca un frasco de su mono rojo y lo sacude frente al rostro de París haciendo sonar las pastillas en el interior.

París abre la boca sorprendida y confundida a la vez. Berlín sonríe al ver aquello.

—Sí, no hace falta que lo agradezcas.—lo coloca en su mano.

—De hecho iba a preguntar de dónde las sacaste.—enarca una ceja mirando el frasco.

—Tómate tres, por si acaso.—dice para luego dejarla sola e ignorar su comentario.

Paris suspira mirando el frasco, para luego guardarlo en su bolsillo y encaminarse hasta el vestíbulo de la fábrica, dónde pronto ingresarían los médicos y, junto a ellos, un policía encubierto.

Ellos pensaban que pasarían desapercibido, pero al profesor no se le escapaba nada, jugando con varias cartas bajo la manga.

La casa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora