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Maratón 2/3

Luego del pequeño inconveniente y de la tensión, Moscú necesitaba un respiro. Lo había salvado solo por los pelos.

Todos los rehenes reunidos en las escaleras que llevan a la azotea, Denver y Paris tratan de dar las indicaciones a los rehenes.

—Bien, quiero que sepáis que esta no es una amenaza, no les estoy pidiendo esto como un atracador sino como un favor personal. Quiero que os pongáis las caretas, las capuchas, y salgais a la azotea sin hacer señales y tonterías.

—Serán solo diez minutos, salir, tomar aire y entrar, ¿estamos?—termina por decir Paris.

Denver le manda una mirada que Paris puede descifrar como agradecimiento. Desde su lugar, escaleras abajo, Paris puede ver como Denver intercambia gruñidos (palabras) con Arturito. Sabe perfectamente que aquello no podrá terminar bien.

Cuando Arturito causa posibles disturbios, y Denver saca el arma, Paris decide acercarse.

—Ya, para ya.—le sacude el hombro, antes que Denver se aleje de Arturito con una mirada fulminante.

Moscú sube hasta ellos con una mirada angustiada, como ha estado desde el incidente del que Paris aún no está enterada del todo. Teléfono robado, rehén impulsiva, rehén muerta. ¿Eh?

Todos avanzan por la azotea cuando Denver da la señal. Parece estar todo realmente despejado, pero Paris sabe que probablemente la Policía ya está al tanto de cada uno de sus movimientos.

—Con cuidado eh, papá.—Denver sujeta a Moscú de un brazo y Paris del otro, al ver que este se tambalea un poco.—Enfocate en el día de la puta madre que hace, lindo clima, ¿eh?

—Hijo dímelo, que si haz matado a esa chica...

—¿Qué coño?—chilla Paris por lo bajo. Arturito los sigue por detrás.

—¡Qué no lo hice!—insiste Denver.

—Miren, que Berlín a pillado a una rehén con un móvil y no he tenido más remedio que pegarle un tiro...—explica por lo bajo, con dificultad bajo la máscara.

—¿Están hablando de Mónica? ¡Mis cojones, claro que están hablando de ella! Dime que está bien, por el amor de Dios y no le has pegado un tiro...

—¡Cállate, imbécil y baja la voz! Que no me alborotes el gallinero...—susurra Denver.

—¿¡Cómo queréis que me calme!? ¡Sí han matado a la madre de mi hijo, por Dios, está embarazada de mí! Y ahora que...

—¡Que te calles coño!—grita Paris alterada.

—¡Habéis matado a Mónica! ¡Estaba embarazada, por Dios!

Los francotiradores se ponían alerta, así que Denver notó eso desesperado, al ver que no podían callar al puñetero Arturo.

—Agachaos.—susurró a París y a Moscú.

—¿Qué?

—¡Agachaos, que hay francotiradores!—susurra más fuerte.

Rápidamente Moscú y Denver se arrodillan con las manos en la cabeza, fingiendo estar acorralados por Arturo. Denver toma del pantalón a París para que se arrodille también, al verla confundida.

Todos los rehenes gritan al ver a Arturo sacudir el arma enfadado y siguen el ejemplo de Denver, Moscú y París.

—¿¡Qué cojones tenían en la cabeza para disparar a una mujer embarazada!?

Entonces la inspectora dio la orden.

Aterrada, por primera vez en mucho tiempo, París vio a los francotiradores apuntar directo a Arturo, al mismo tiempo que este se giraba y una bala impactaba en su hombro.

Denver y París corren a agarrar a Arturo que se desploma con todo en el suelo. Le sacan la máscara de Dalí y las cámaras graban el rostro afligido de Arturo Román, el director de la fábrica, agonizando de dolor.

A pocas horas, la inspectora Raquel Murillo estaba en la boca de todos, por haber dado la orden de disparar al miembro administrador más importante de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre.

La casa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora