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Un disparo. Un grito.

—¿EN QUÉ COÑO ESTABAS PENSANDO?
—grita Denver a la cara de Tokio.

Más disparos, más heridos, más gritos.

—Haz jodido todo el plan. La única regla que no debías romper la jodiste allá afuera.—exclama Nairobi, alterada.

Sangre. A 8 horas del atraco.

—Explícame en qué cojones estabas pensando.—espeta Denver pausadamente.

—Aparecieron dos putos policías disparándome, ¿qué hubieras hecho tú? ¿Escupirle?

—Pues claro, que hemos repasado el plan trescientas veces y ya la haz jodido la primera regla.—dice Paris, masticando de una manzana mientras observa a Nairobi limpiar la herida de Río, totalmente despreocupada por el asunto.

—¿Pues qué queríais que haga? Que han venido dos policías cargándola de impactos...

—¡CÁLLATE! Que en un millón de veces también te cubrimos, pero disparando al suelo.—vocifera Denver con el rostro rojo de furia.

La puerta se abre y entra Berlín, callando así a todos, mirándolo expectantes.

—Acaban de llevarse a los policías heridos. ¿Están conectados los teléfonos?—pregunta. Río conecta el cable.—Ahora, cualquier señal inalámbrica de radio.

Extiende su mano y recoge los auriculares. Paris se saca el suyo de mala gana y se los da. Berlín los lleva hasta la pecera y los arroja allí, para acto seguido, llamar al profesor desde el teléfono.

¿Qué ha pasado?

—Dos policías heridos.

—¿Quién ha disparado?

—Tokio.

París se acerca a Berlín y se sienta a un lado suyo, para oír mejor la conversación divertidamente.

—Conecta las cámaras del profesor.—le ordena a Río.—Rozaron a Río y Tokio disparó.

—Al parecer tienen una relación.—dice París brulonamente cerca del teléfono para que el profesor oiga.

Tokio levanta la mirada rápidamente hacia ella, echando cuchillos con su mirada.

Pásamela.

Berlín extiende el teléfono hacia ella. Esta tarda unos minutos en reaccionar y luego la agarra, con rabia.

—¿Qué?

—¿Es cierto eso? ¿Que sales con Río?

—El amor de mi vida murió en un atraco, así que lo menos que quiero es meterme en una relación con un crío. Dispare para protegerme a mí, y a mi compañero. Y profesor, por mucho que pienses las cosas no siempre salen como las esperas.

Acto seguido, cuelga y sale furiosa de la habitación. París duda de la respuesta de Tokio al ver a Río algo afectado por esta, y de su manera tan brusca de decir las cosas. Después de todo, él en realidad es sólo un crío enamorado.

La persona que menos culpa tenía sobre aquello, era Río, probablemente.

—Soluto puro. Y luego dicen que los funcionarios no se alimentan bien. —Berlín se acerca a París, quién está cerca de la ventana, con dos vasitos de café.

—¿Qué estáis haciendo?—pregunta Río, guardando los morrones rojos para los rehenes en bolsas.

—Es nuestro momento libre, para dejar que armen su campamento.—responde París riendo y tomando el vaso de café que le ofrece Berlín.

—Tienen que mandarnos un dron, estudiar los planos del edificio, hay que dejar que se organicen.—dice Berlín.—¿Por qué será que Tokio habrá dicho que no están juntos?

Río rueda los ojos, mientras que París presta atención, totalmente interesada en la conversación.

—Porque no lo estamos.

—¿Y por qué será que desde mi habitación se escucha la cabecera de su cama como un martillo percutor a las cinco de la mañana? Pum, pum, pum.

—Puede que esté aprendiendo a bailar zumba.—dice París a burla.

—Pues no lo sé, si está aprendiendo a bailar zumba o si duerme nerviosa, ¡no lo sé!—responde alterado.

Berlín se acerca y le toma por los hombros.

—Tranquilo, te entiendo. Eres un hombre enamorado. ¿Te he contado alguna vez la historia de mis cinco esposas?

Río rueda los ojos y se zafa de su agarre, para luego salir de la habitación. Berlín no hace más que suspirar.

—Oye, que a mi no me haz contado esa historia.—se queja París, a broma.

Berlín sonríe levemente.

—Porque es sólo para hombres enamorados.

—¿Y qué si yo soy una mujer enamorada?—pregunta acercándose sonriendo.

Berlín niega con la cabeza, mientras que París deja su vaso de café sobre la mesa.

—¿Te haz enamorado alguna vez, París?
—pregunta luego de unos segundos de silencio.

—Por supuesto que lo he hecho, pero es muy temprano para hablar de lamentos.
—sonríe.

Sale de la habitación tomando una bolsa de ropa para los rehenes, dejando a Berlín en la habitación.

Esa misma noche, pensé que, después de todo, el plan seguía en marcha, y no se había jodido aún del todo.

La casa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora