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¿Os gustaría una historia nueva de one-shots (de la casa de papel) o una maratón?

Sólo uno de ellos.

(...)

—¿Dónde está Denver?

París pregunta a Berlín. Este había bajado hacía unos segundos para ver la seguridad que ejercían a los rehenes, mientras que París no deja de revolverse nerviosa. Su pie, pisoteando el piso de forma constante, dando vueltas sobre sí, o mirando a los costados cada cierto minuto. Tenia miedo, miedo de que la cosa más minúscula pudiera salir mal.

Sonríe levemente. —Está... resolviendo un asuntillo pendiente, no te preocupes.

Ella lo necesitaba. Denver sabía que hacer en esas situaciones. París le manda una mirada severa. Sus ojos estaban rojos, y los rehenes no podían evitar mirarla debes en cuándo, contagiados de su nerviosismo e hiperactividad.

Seguro estaban pensando: "Una adicta." Pero no. Era una mentira.

Berlín nota aquello, y se acerca frunciendo el ceño. Susurra:—¿Has tomado tus pastillas?

París traga saliva, quedandose sin respuestas y con un nudo en la garganta, de repente.

—S-sí—mira de reojo a Berlín y suspira—, no.

—Sígueme.

Eso era malo. Muy malo. Y yo era una despistada.

Berlín cierra la puerta de su despacho, del cuál se había adueñado, y le indica tomar asiento a París, a quién le tiemblan las piernas, pero trata de frenarlo u ocultarlo con los brazos sobre estas.

Berlín cruza las manos y apoya su mentón en él, apoyando los codos en la mesa. Hace una pausa antes de hablar:

—Te has olvidado de traerlas, ¿cierto?—levanta una ceja.

París aparta la mirada, mientras sacude la pierna izquierda levemente.

—Se me ha pasado.

Berlín suspira.

—Mira, no es mi culpa, tío, ¿que quieres que haga? Con todo esto del atraco yo no tengo cabeza para otra cosa, ni más ni menos.—habla rápidamente de manera brusca, respirando agitadamente.

Realmente se ve enojada. ¿Qué quería que hiciera? Sus medicamentos realmente no la habían estado ayudando muy bien desde un principio, e incluso le hacían daño. Berlín se incorpora en la silla y se hace para adelante.

—Trata de tranquilizarte, París.—poso su mano encima de la de ella, quién quiso sacar su mano de un tirón de la rabia, pero se contuvo.—Respira hondo, conmigo, ¿vale?

Asiente. Hacen unos ejercicios de respiración hasta que ella logra tranquilizarse.

—Cariño, tienes una enfermedad, y tú no puedes estar dependiendo de ti misma, necesitas esos medicamentos.—habla lentamente.

París baja la mirada.—Lo sé.

El Trastorno Hiperactivo por Déficit de Atención (THDA) era una mierda, y más lo era si de pequeña te habían expulsado de cinco escuelas diferentes.

Si hay algo que nunca tuve, fue una buena infancia. Nadie la tiene nunca. Todos viven en una mentira hasta que crecen lo suficiente como para darse cuenta del mundo real.

—Pero no te preocupes. Pediremos esos medicamentos con la lista de los rehenes enfermos.

París levanta la mirada y niega repetidamente con la cabeza.

—No. No, no, no, y no.

—Estará bien.—insiste.

—No, se darán cuenta.—sigue negando, alterada.

—No importa, someteremos a una rehén para ello.

—He dicho que no.—habla con voz dura, levantándose del asiento y posando las manos en el escritorio.

Entonces oímos un disparo. Luego más.

Bajando las escaleras corriendo, París casi cae tropezando por los últimos escalones, de no ser por Helsinki, quién le sujeta.

Luego sale corriendo de nuevo bajo los gritos de Berlín y los rehenes asustados. Al llegar al vestíbulo queda paralizada.

Era Moscú. Quién caminaba lentamente hacia las puertas que se abrían frente a él, en cuatro segundos.

Entonces hice lo más inteligente que pensé en ese momento. Corrí hacia él.

La casa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora