Advenimiento del fin Parte I

2.7K 26 3
                                    

Bajo un cielo estrellado, caminaba sin detenerse; no había tiempo para nada que no fuese avanzar hacia el mañana, si es que volvía a salir el sol.

La puerta del hombre que había revolucionado el mundo estaba cerrada a cal y canto, nada podía salir y nada podía entrar sin su consentimiento. El sonido de los cientos de canales de agua, que fluían inexorablemente hasta el subsuelo, era tan apaciguador para él que no podía culpar a su líder de que quisiera encerrarse entre las cuatro paredes de su cuarto. Encerrarse para no escuchar los lamentos del pueblo, que ardía en una vorágine de sangre, destrucción y decadencia.

La habitación de Samuel Bellamy no tenía si quiera ventanas. El hombre que caminaba se colocó delante de la puerta, esperando a que Samuel saliera a recibirlo.

—En medio día habrá acabado todo. El mundo cambiará —la mujer que los acompañaría en la escalada de la montaña más alta del mundo apareció de la nada, con un gesto inequívoco de felicidad, en contraposición a lo que él sentía. En cierto modo, todos estaban deseando que llegase el momento de ver el mundo en calma, pero mientras tanto, la destrucción no dejaba hueco a la felicidad.

—Ha sido un camino lleno de dificultad, pero sí, todo habrá acabado pronto. Para bien o para mal —respondió él, siempre humilde y tranquilizador.

Su carácter era como el suave y frío arroyo que discurría por el palacio, era lo único que conseguía apagar el fuego de la discordia que aquella vil mujer buscaba.

—¿No confías en nuestra victoria? —pronunció con una pequeña sonrisa en sus rojos labios.

—Mis ojos no pueden presenciar un milagro, pero sí percibo la fuerza de los que se oponen a nosotros.

—Insectos contra lobos.

—Dragones contra lobos, querrás decir.

La mujer se acercó a él. El movimiento de su cuerpo era tan sugerente que cualquier mortal perdería el sentido, o al menos casi cualquier mortal.

—Recuerda que un dragón disfrazado de lobo sigue siendo un dragón.

—No se trata de lo que hemos sido o podemos llegar a ser.

La puerta de Samuel Bellamy comenzó a abrirse. Ver el rostro de Samuel supuso un alivió para él, y también una preocupación.

—Tienes mala cara, Samuel. Tienes que comer —en ocasiones se sentía como un padre; otras, como un hijo.

—No te quedes ahí, pasa adentro. Tú —dijo, refiriéndose a la mujer de cabello negro y largo, tan largo que besaba el suelo—. Prepara nuestro equipaje, tenemos una montaña que escalar.

Samuel Bellamy les había reunido; su presencia había cambiado el mundo, pero también le había cambiado a él. Su rostro reflejaba el desgaste mental. No podía envejecer, pero en los últimos días parecía diez años mayor.

—Podemos solucionarlo, Samuel, te necesitamos —no era la primera vez que tenía que levantar el ánimo del gran hombre en el que confiaba.

—Solo hay una única solución, lo sabes bien —la crudeza de sus palabras chocaba con los ideales buenos y sinceros que había llevado—. Ya no hay marcha atrás, no hay alternativa si queremos salvar el mundo.

El hombre que trataba de tranquilizar a Samuel se sentó en uno de los grandes cojines de la habitación.

—¿Es de esto de lo que nos advirtió el viejo?

El viejo, como tú le llamas, nos abandonó —criticó Samuel Bellamy—. Tomó el camino fácil.

Bufó, mirando incrédulo, la triste mirada de su líder.

—¿Cómo hemos llegado a esto? Siempre pienso sobre ello, tratando de encontrar el momento exacto para que podamos eliminarlo —apretó el puño, como si pudiese atrapar esa abstracta sensación de malestar—. Si pudiésemos cambiar el momento en el que las cosas comenzaron a torcerse.

—Si hiciéramos eso, tu vida llegaría a su fin, al igual que la de mucha gente.

Lamentó y se alegró por muchos momentos de su dilatada vida.

Ese día, a escasas horas del momento pronosticado por los mayores adivinos y profetas: el fin del mundo. En ese preciso momento, hizo memoria de cuentas personas había conocido.

—Nunca he pedido perdón a quienes he fallado —reconoció.

—¿Te han pedido perdón a ti? Tu padre te dio la visión del mundo que tienes ahora. Apuesto que nunca se disculpó por esa acto atroz.

—Veo el fin del mundo, eso sí alcanzo a verlo.

Bellamy se acercó a él, mirándolo fijamente al único ojo que le quedaba.

—Como yo, has visto que este día es cosa del destino, algo inevitable. Nuestra esperanza y la del mundo, recae en nuestra victoria.

—Todavía podemos evitar que este día llegue.

—No me planteo tomar medidas, no será necesario.

—Samuel...

—Amigo mío —puso sus manos sobre su cabeza, un gesto que hacía muchos años que no experimentaba—. El fin de los días no es el resultado de un error o de las acciones de un hombre. Son los pequeños detalles los que definen el mundo, los trazos que el destino marca en mano de personas pequeñas lo que nos ha traído aquí.

—Podríamos buscarlos. Solucionar esos trazos.

—El destino no puede arreglarse. No puedes solucionar aquello que no comprendes.

—¿Acaso entiendes tú el destino, Samuel?

Samuel negó con la cabeza, esbozando una sonrisa cansada.

—Solo llego a comprender que todo está conectado. La vida de otras personas ha dejado una huella, dejándonos un único camino posible. Eso nos hace ser como somos; nuestra vida no es un algo aislado en los planes del destino.

Samuel Bellamy usó su magia y creó, en una pared, un gran ventanal desde el que podía verse la luna llena.

—¿Sabes? Una noche como esta, hace justo setenta y siete años, dos jóvenes vieron la luna después de atravesar La Garganta De La Bestia Pétrea.

—Estamos hablando de cómo evitar el fin del mundo. ¿En qué nos ayuda saber eso, Samuel? —Odiaba cuando Samuel divagaba.

—Ya te lo dije, todo está conectado.


El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora