7. Quédate

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- Lo siento Luis. No sabía a dónde ir. Tenía miedo. - intenté responder a sus explicaciones innecesarias con el abrazo más fuerte que nunca había dado.

- ¿Te sientes mejor aquí? - asintió sin demasiada convicción. - Entonces no tienes que explicarme nada más.

Presté a Aitana una de mis camisetas para que la usara de pijama. Se tumbó y adormeció pronto. No me contó nada sobre lo que había pasado y yo tampoco le pregunté. Tampoco es que hiciera mucha falta.

Lo que más pesaba en mi conciencia sin embargo, era la posibilidad de haber podido ser la causa. Que cada mínimo rasguño en su rostro fuera en parte culpa mía.

Cuando Aitana parecía adormecida, ya sobre las cuatro de la mañana, decidí moverme.

Tenía enredado entre los suyos mi brazo derecho. Sus manos rodeaban mi antebrazo y parte su cara se apoyaba sobre él también, a modo de almohada.  Respiraba con tranquilidad y pausadamente. Lo que aquel cabrón le había hecho me hacía hervir la sangre.

Intenté levantarme de encima de la colcha sin despertarla, pero supe que era imposible cuando se aferró a él. Me miraba con los ojos entrecerrados, despeinada. Probablemente aún con la vista nublada intentara situarse.

- ¿A dónde vas? - me preguntó con una voz ronca. Se la oía totalmente vulnerable y eso no hacía más que hacer aumentar mi furia.

- Voy a coger otra habitación y dejarte dormir tranquila. Buenas noches. - besé su frente y me dispuse a irme cuando me rozó con sus dedos lo suficiente para que me parase y voltease a mirarla.

- Quédate. - la situación estaba empezando a sobrepasarme. - Si me siento más segura aquí no es por la habitación, es por ti, Luis.

Aún con la espina clavada de aquel abandono al que me vi forzado en aquel diciembre de 2019, ante esas palabras no pude desaparecer por la puerta. Prefería quedarme sentado junto a ella como la última hora todo el tiempo que hiciera falta. Incluso de pie.

Sonreí tímidamente al ver como, sabiendo que me quedaría Aitana se relajó rindiéndose al sueño de nuevo. Volví a mi lugar anterior y de nuevo le di mi brazo para que se acomodara. Siempre se dormía así cuando veíamos películas en el sofá. Pocas veces había una que consiguiese terminar sin haberse dormido ni siquiera en un par de escenas.

- Puedes meterte en la cama, si quieres. - susurró contra mi brazo.

- ¿No te hace sentir incómoda?

- Me hace sentir segura.

Me metí al baño para cambiar mis vaqueros por un pantalón de deporte y mi camiseta por alguna vieja que usara para dormir.

Aitana no tardó en acomodarse con mi cuerpo en la cama. Abrazarla, envolverla, se sentía natural. Como volver a casa después de haber estado viviendo fuera. Mi posición para dormir encajaba perfectamente con la suya. Ya no recuerdaba si la había cambiado inconscientemente después de tantas noches o si directamente había sido así desde siempre.

Donde mi cuerpo no hacía presión en el colchón, un brazo suyo se deslizaba. Donde ella doblaba la pierna, la mía de mantenía estirada, y estoy seguro de que en algún lugar entre mi cuello y mi clavícula, mi cuerpo ya había hecho espacio para que ella apoyase su cabeza.

Cuando encontró finalmente su espacio, dejamos la mitad del espacio libre. Mi mano se dirigió hacia su mejilla, pasando mi pulgar a lo largo de todo su pómulo, a lo que ella respondió con una sonrisa silenciosa, firmándose un hoyuelo bajo la palma de mi mano, que aunque no podía ver, sabía de memoria cuando se formaba.
Besé lentamente su frente y descansé el cuello sobre la almohada finalmente.

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Dio dos pitidos antes de contestar. Aitana se levantó de la cama y se sentó sobre ella. Curiosa de lo que estaba haciendo ya a primera hora de la mañana.

- Hola. Siento molestarte tan temprano.

- Hola, Luis. ¿Cómo va todo? ¿Pasó algo? - se preocupó desde la otra línea.

- Todo bien, todo bien. Lo que pasa es que me ha surgido algo, Graciela. Era para saber si puedes quedarte con la niña un par días más.

- ¿Entonces no vienes hoy? Estaba muy emocionada por volver a verte. Te ha visto en la tele y te echa de menos.

- No, hoy es casi imposible.

- Podría quedarme con ella hasta mañana, pero deberías venir a por ella por la mañana. Tengo un vuelo al mediodía, cosas de trabajo.

Suspiré. Aitana se acercó a mí con cara de preocupación.

- Te llamo luego. - me despedí antes de colgar.

Miré entonces a Aitana que parecía un poco incómoda.

- No quiero que tengas problemas con Graciela por quedarte conmigo. - dijo con un hilo de voz y con miedo a decir algo equivocado. Sonreí al ver que seguía siendo igual que había sido siempre.

- ¿Qué problemas?

- Por haber dormido contigo o algo así. - yo estallé en carcajadas. - No te rías. - me golpeó. - Sé que ibais a tener un hijo.

- Hija. - la corregí. - Sí, pero no estamos juntos desde hace muchísimo tiempo. Sé que no soy tan famoso como lo eres tú, pero estoy seguro de que ha salido en la prensa un par de veces. - reí.

- Alex me dijo que era mejor si no me enteraba de lo que pasaba en tu vida para no hacerme daño. - sonrió tristemente y evitando que la conversación decallese contesté rápidamente.

- Entonces sí que tenemos que ponernos al día.

-

Entonces, ¿cuál es el problema? - preguntó un poco más animada.

- Que tendría que ir a buscar a mi hija a casa de Graciela, pero no quiero dejarte sola. Se que con tus padres estarás bien, con Amaia o con cualquiera de nosotros, pero eso me dejaría una angustia terrible. - vi en su rostro culpabilidad y caí en que como un tonto había obviado la solución más fácil. - ¿Te molestaría venir conmigo?



Mirad, que al final me ha dado por haceros un maratón muy raro. No sé cuántos voy a hacer ni nada. Pero joder, tengo ganas de subirlos ya, así que por ahora os puedo decir que os subo este hoy y el viernes o el jueves o el miércoles, otro. Quizás dos. Ay no sé, de verdad, qué angustia. Ya os diré.

Eso os pasa por pedirme maratón. Yo no puedo esperar hasta el viernes para subir todo junto y vosotros tampoco así que no me jodáis. Quien quiera leérselo junto que los deje sin abrir coño, hombre ya.

Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora