6. La madrugada de Barcelona

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Lunes noche.

- Aitana, lo siento. Abre la puerta, por favor. - pedí con la frente pegada a la madera. - Aitana, tienes que salir. Lo siento, de verdad.

- No pienso salir. - oí desde el interior.

- Han pasado a Miriam en tu sitio, pero tienes que salir.

Llevaba ya diez minutos encerrada en aquel baño.

Habíamos llegado al Palau unas horas antes para prepararnos. A Agoney se le había ocurrido llenar la sala donde nos preparábamos con carteles de poyo que nos habían dado hace tiempo en las firmas y se había encargado de que así fuera. Pude leer Cequeda en al menos tres de ellos. Todos los ánimos eran pocos. Debíamos devolver todo lo que el programa nos había aportado. Todo en un único concierto.

Un par de pruebas de sonido, todos preparados y gritos desde el exterior. El concierto empezó con Camina destrozando los altavoces. Todo el público nos acompañaba en lo que se había convertido un poco en el himno de una parte de nuestra vida.

Todos nuestros familiares tenían entradas repartidas desde la organización y no recordar este detalle fue el error que cometí. Para Aitana, terminar el No Puedo Vivir Sin Ti se convirtió en un especie de bicho que la agarraba por la pierna evitando que saliera corriendo del escenario.
Cuando las palabras aún no habían ni siquiera salido del todo de mi boca, en su cara ya se mostró la terrible reacción que en ella habían producido.

Supe que no estaba bien cuando una mirada de Aitana se escapó hacia un Alex que observaba la actuación sentado de brazos cruzados y con cara de pocos amigos. El Déjà vu duró tan solo una fracción de segundo, el tiempo que tardó Aitana en desaparecer tras el escenario a pesar de ser la siguiente en actuar.

"¿A dónde vas?" le pregunté mientras corría tras de ella por uno de los pasillos. Su respuesta ahogada en las lágrimas fue contestación suficiente para seguirla hasta donde fuera que iba. A penas me vio llegar hasta el baño también me susurró un "márchate".

Allí me encontraba, apoyado contra la puerta con la esperanza de que la catalana me abriese la puerta, de no haberla cagado aún del todo.

- Aitana, joder...

- Cepeda, vas a tener que salir tú ahora. - me llamaron desde el final del pasillo. Suspiré y golpeé con fuerza reprimida la pared. Casi como algo simbólico.

- Voy ahora.

Él desapareció de vuelta a detrás del escenario y yo volví a golpear la puerta.

- Aitana. Lo siento, en serio. Pensé que repetir el "te quiero más" estaría bien. No me acordé de Alex. Aitana, por favor.

Al no oír respuesta después de unos segundos, resignado volví al escenario. El tono triste se reflejó en Say You Won't Let Go, aún sintiendo sus ojos sobre mí intentando destrozarme.

No la encontré cuando el concierto terminó. No cantó la canción indivual que restaba, pronto veríamos como la organización se explicaría. La busqué entre mis compañeros, volví al baño del piso de abajo, vacío.

Alguien propuso salir de copas. Celebrar todos juntos. Nadie se atrevió a poner una pega y no mucho tiempo después nos habíamos puesto en camino.

Después de una hora sentado en la barra con bebida que ni siquiera era capaz de notar en el cuerpo, decidí marcharme al hotel.

Quedaba a veinte minutos andando. Había memorizado poco a poco las calles de Barcelona después de haber visitado a Aitana repetidamente cuando aún no vivía en Estados Unidos. Por esta misma calle habíamos paseado tantas veces... Algunas sin ni siquiera mirarnos, huyendo de un posible instante robado en una cámara fotográfica para después dedicárnoslos a solas.

Siempre me había gustado ver las ciudades de madrugada. Las luces más tenues son las que están encendidas, iluminan lo justo para que no te tropieces con un bordillo. Todo el ajetreo del día se volvía silencio y calma. Era lo más parecido que conocía a la paz.

Tenía también la extraña manía de imaginar hacia donde se dirigía cada persona que veía pasar y a estas horas solo pasaba yo. Intentando imaginar a donde me dirigía en realidad. Irónico.

Aitana se habría quedado con sus padres. En aquella casa delante de la que tantas veces había aparcado el coche a esperar a que la chica que amaba saliera por la puerta vestida con lo que fuera, siempre iba increíble y, aún así, al llegar al asiento se disculpaba por no haber tenido tiempo a peinarse correctamente o dejarse bien la raya del ojo. Solo faltaba una sonrisa de estúpido y un "estás preciosa" para que sonriera toda la noche. Y eso siempre era mi parte favorita del día.

Ya se me dificultaba encontrar en el centro de Barcelona calles sin sus recuerdos, restaurantes en los que no hubiéramos cenado o portales en los que no le hubiera robado un beso.
Una ráfaga de viento en Ramblas me trajo su olor. De un abrazo de despedida y un beso en la mejilla que ahora no sentía.

Pensé más de una veces en dirigirme allí. Ir a buscarla a su casa de nuevo. Volver a aparcar delante de su puerta y que ella saliera en pijama, que esta vez me disculpara yo. No lo hice. Miedo quizás.

Hacía casi un mes que no llovía en Barcelona. Vivían aún bajo las nubes, como la etapa del año lo exigía, pero nunca esas mismas nubes habían decidido descargarse sobre la ciudad. Eligieron hacerlo esta noche.

Terminé el cigarrillo que había encendido en el camino un poco a prisas por las gotas que empezaban a caer. El agua no era amiga del tabaco y eso siempre me hacía recordar a Aitana, en cierto modo. Aunque todo en ella ardiera, a mis ojos siempre había sido un poco lluvia.

Llegué al hotel casi una hora después, había elegido dar una vuelta mas larga. Tararear un poco en cada esquina y que la llovizna me mojara un poco la chaqueta.

Dejé las cosas en una esquina y ni siquiera me quité la ropa. Permanecí en silencio durante no se cuánto tiempo. Tumbado y boca arriba perdido en todos los recuerdos que abordaban el barco de mi pensamiento, dejándolo sin las riquezas que consiguió en su viaje, asesinando al capitán, caminando sobre la tabla y cayendo al mar. Y el mar volvía a ser ella, el mar, océano, lluvia, lágrimas, manantiales... Todas las corrientes de vuelta a ella.

El remolino sin fondo se disipó con el sonido de unos golpes en la puerta de mi habitación. Miré el reloj de mi muñeca. 3 am. Me levanté perezosamente y me revolví el pelo con cara de dormido, estaba a punto de ser envolvido por el sueño.

- ¿Quién es? - pregunté sin obtener respuesta. No esperaba a nadie a estas horas. Abrí la puerta casi dos minutos después, quizás porque algo me dijo que debía hacerlo.

Detrás de ella, en un primer momento no se encontraba nadie. Había tardado demasiado en abrir la puerta. Aún así, no decidí cerrar e impulsado por mi curiosidad o presentimiento, salí de mi cuarto para mirar al principio del pasillo.

Allí la vi marchándose.

- ¿Aitana? - la llamé yendo tras ella. Se resistió a girarse en un primer momento, pero cuando llegué a rozar su hombro supo que no quedaba otra opción.

Me quedé de piedra cuando conseguí verla frente a mí.

Tenía los ojos hinchados y rojos, había estado llorando desde hacía tiempo. Se mordía el labio de nuevo intentando no romper en llanto. Tenía marcas de sus mordeduras por todos ellos. Sin embargo, lo preocupante fue todo lo demás que podía ver en ella. Terror en su mirada.
Sangre escapando de un lateral de su labio inferior, la ceja abierta, a medio cicatrizar. Marcas de agarres por los brazos. Moratones en formación, aún en un color rojo por el cuello y sus mejillas.

La envolví en mis brazos y finalmente dejó escapar todo lo que estaba reprimiendo.

Confirmado maratón para el viernes. Espero que el capítulo os haya dejado con el culo torcido. 💛 Deica loguiño.

Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora