Final - Parte 5.

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(No sé quién es el que ha dicho que esto es el epílogo, pero esto no es el epílogo. De hecho, hay parte 6 antes. Además. )

Cuando abrió la puerta, la furia me cegaba, las lágrimas desbordaban y lo único más grande ahora mismo que la tristeza que sentía era el odio.

Edward introdujo el código en la puerta para volver a cerrarla y tomó el arma de la mano inerte de Aitana. Solo que se atreviera a rozar su piel después de haberla obligado a esto hacía que todas las partes de mi cuerpo quisieran partirlo en dos.

- No me esperaba que fuera a hacerlo. - sonrió satisfecho. - Es muy guapa, ¿No?

- Era, capullo. - escupí. Él rió.

- Sabes Cepeda, tienes algo que me gusta. - le retiré la mirada. - Me recuerdas a mí. - se paseó por la habitación pasando su pie al otro lado del cuerpo de Aitana sin pisarla, sin mostrar un mínimo sentimiento de culpa o impacto. Se apoyó en la mesa y continuó hablando. - Sabes lo que quieres y lo consigues. - sonrió de forma escalofriante. - Eres mi plan fallido de Abel. Él nunca ha sabido cómo se hacen las cosas.

- Las cosas no se hacen así.

- Quizás necesitaba madurar un poco más, mano más dura. Era un niño mimado, no como tú y como yo.

- Yo no soy como tú Edward.

- ¿Ah no? - fingió sorprenderse. - ¿Acaso no has ido siempre a por lo que quieres y te conviene? ¿A por el beneficio propio? Así somos todos hijo, solo que tú y yo sabemos cómo. - me mantuve callado. - Veamos, dejas a tu queridísima novia sola con una persona que sabes de sobra que es peligrosa.

- Lo hice por mi hermana.

- Tu hermana habría muerto de todas formas. Era terminal. ¿Se lo has dicho a ella, que su abandono fue para nada? - Otra vez el silencio. - Claro que no se lo has dicho. Sabes lo que quieres que piense de ti.

- Creía que podría salvarse.

- No, hijo. Sabías que moriría y así fue. ¿Qué planeabas hacer cuando ella quisiera conocer a tu hermana? ¿Un trágico accidente a una semana antes del vuelo? - rió. - Tranquilo, te entiendo. - se cruzó de brazos. - Carne joven, una chica increíble. Te aburriste de ella y mi propuesta fue la idónea para dejarla y salir como un mártir. Que era Aitana más que una fuente de ingresos, fama y cuatro meneos en un habitación de hotel.

- No tienes ni idea.

- O tal vez sí y seas tú quién pretende que yo no me he dado cuenta de cómo funcionas. Qué me dices de la niña. - levantó una ceja al ver como seguramente alguna vena se me marcaba en el cuello. - Yo no te dije que le pusieras Aitana. Aún me pregunto cómo Graciela accedió a ello. Ya que volviera contigo me pareció increíble. ¿Qué le dijiste? Sabes muy bien qué fue.

- Que me había equivocado.

- ¿Qué más?

- Que Aitana solo era una niña, que no me aportaba nada nuevo.

- Ya veo. ¿Alguien te obligó a decirle eso? - silencio. - Por mi parte solo estaba que dejaras a Aitana. ¿Qué le pareció a ella? "Siempre te voy a querer" dijiste. O eso es lo que me contó mi hijo. Un siempre de un año, ¿no Cepeda?

- Me sentía desubicado. No quería estar s-

- ¿Qué le dijiste a ella, Cepeda? En esta habitación somos tú y yo. Sé de sobra que Aitana se ha tragado el que matándose te salvaría, pero vamos a ser realistas.

- Que venía en el trato.

- Y la niña, ¿verdad? - Dijo con satisfacción. Suspiré vencido.

- La quiero.

- No lo dudo.

- Y a ella también la quiero. - señalo su cuerpo con la barbilla a la vez que se me escapa una lágrima.

- No dudo que la quieras, pero tu hija no es la promesa, no es el recuerdo. - se alisó la camisa.

- Tener hijos era mi ilusión desde siempre. Yo no me aburrí de Aitana solo... - me vi interrumpido por Edward.

- Tranquilo. A mí no me debes ninguna justificación, pero es cierto que buscaste lo que querías. La engañaste. Le mentiste. Todo para que volviera contigo y poder volver a follarte a una estrella universal. - se dio la vuelta mientras cargaba el arma. - Además, siendo tan joven tiene más morbo.

Enfurecido, usé la fuerza que me quedaba para apretar la silla contra mi espalda e intentar levantarme con ayuda de mis brazos. Una vez conseguí ponerme en pie, oyéndome, Edward se dispuso a darse la vuelta. Con toda la rabia que había estado guardando, giré mi cuerpo hasta poder estampar la silla contra su cuerpo y la pared, haciéndose añicos.

Edward cayó al suelo en un grito agonizante. Un pequeño surco de sangre caía desde su ceja izquierda, lugar donde el golpe había sido más directo. Desorientado intentó volver a agarrar el arma que se encontraba en el suelo a unos centímetros de él. Aún con las manos atadas pero liberado de la silla se la arrebaté del campo de visión y la apunte hacia su cabeza. Sin pensarlo dos veces disparé.

Un charco de sangre comenzó a formarse bajo el cuerpo ahora sin vida de Edward.

- No somos iguales. - mi voz tembló. Junto con el arma aún caliente en mis manos. - No lo somos. - repetí aún con menos seguridad. La pistola cayó al suelo y detrás lo hizo mi cuerpo. Me senté encogido. - No.

Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora