5. Soñando.

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Sábado madrugada.

Los tres fumábamos de forma compulsiva alrededor de Aitana. Hacía ya media hora que casi podía asegurar que respiraba más humo que aire real. La boca me sabía a cenicero y aún así necesitaba uno más.

Saqué la cajetilla del bolsillo de mi chaquetón por lo menos por sexta vez esa noche. Era mi último cigarrillo. Sin que ese dato me ralentizara lo más mínimo, me apresuré a colocarlo en mi boca de nuevo para poder dar una muy larga calada.

Ana se paseaba de un lado a otro de la terraza con el cigarrillo en la mano y mordiéndose las uñas de la otra. Los golpes que daban sus botines contra la baldosa resonaban en el silencio que había. Era un sonido constante e ininterrumpido desde que había encendido el primer pitillo.

Mimi estaba al lado de Aitana, con una mano sobre su rodilla y moviéndola levemente cuando recuperaba la consciencia dentro de sus propios pensamientos.

- ¡¿Es que nadie tiene nada que decir?! - gritó Ana desesperada para luego tirar su cigarro a medias.

Nos miramos unos a otros buscando quién sería el primero en hablar. Decirle a una persona que debe dejar a su pareja así, a la cara, de repente, nunca era algo fácil. Sin embargo, verla así, encogida sobre el sofá de la terraza, guardando el calor entre sus propios brazos y las rodillas en silencio, animaba un poco más a pensar que no eras el malo de la película. Al menos en esta entrega.

- De acuerdo. Estáis todos mudos. - Ana se cruzó de brazos e intentó resguardarse un poco del frío llevando de sus manos lo extremos de la chaqueta. - Alex no es bueno, Aitana. Tú lo sabes.

Aunque la miraba con atención, su mente parecía en otra parte. Cuando sus ojos terminaron hundiéndose en los míos supe dónde se encontraba. Di una nueva calada a mi cigarro antes de sentarme entre Aitana y Mimi.

- Si alguna vez has confiado de verdad en alguno de nosotros hasta el punto de dejarnos tomar parte de tus decisiones o tan solo si nos has pedido una opinión sincera entre las otras que no te convencían, ahora es el momento de hacerlo valer. - desvió la mirada de todos. - Porque en esto has dejado de estar tú sola.

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Sábado mañana.

No sabía cuantas horas llevábamos así. Habíamos estado hablando hasta que podía recordar y no sabía cómo habíamos terminado así. No sabía a que hora Ana y Mimi habían decidido pasarse a la litera de al lado ni en que momento Aitana se quedó dormida sobre mí.
La luz que entraba por la ventana se depositaba en su espalda como aquella mañana, esta vez con la camiseta puesta.
Tenía un brazo completamente por encima de mi cuerpo. Desde el centro de mi pecho hasta poder rozar la sábana del otro extremo con la punta de los dedos. Su respiración refugiada en algún lugar entre mi cuello y mi hombro izquierdo.
Aunque no podía verla en esa posición, sentía cada movimiento intermitente de su pecho. Como a veces le daban pequeños espasmos en los dedos de la mano. Siempre me había parecido adorable. Probablemente estaría soñando.

Intenté separarme un poco de ella. Por una parte para que no se sintiese demasiado incómoda al despertar y también para poder observar por primera vez una expresión despreocupada en su rostro.

Parecía que por fin había dormido esta noche. De vez en cuando hasta se le escapaba una pequeña sonrisa sin abrir los ojos. Sea lo que sea lo que soñaba, parecía ser algo bonito y eso de alguna forma me hizo feliz.

Salí a cambiarme la camiseta al armario. Estaba completamente arrugada por no haberme cambiado al pijama y probablemente un poco sudada si es que Aitana había dormido en esa posición toda la noche.

Era el primero en despertarme. Tan sólo eran las ocho y media, pero una vez que abría los ojos, era incapaz de dormir más.

Decidí aprovechar y darme una ducha tranquilo. Dejé la camiseta al lado del fregadero y una vez salí me la puse.

Casi media hora después la música empezó a sonar. Poco después apareció ella en un pijama que yo sabía que acababa de ponerse. Se había despertado todavía en vaqueros.
La miré desde la cocina mientras hundía una vez tras otra los cereales en la leche. Volviendo a flote para ser aplastados por la cuchara de nuevo.
Se revolvió el pelo dejándolo totalmente despeinado. Todo menos el flequillo, por supuesto. Sonreí tan solo por ver otra cosa en ella que Alex no había logrado cambiar.
Tenía los ojos hinchados y la sábana un poco marcada en la mejilla. Por primera vez desde que había vuelto a verla, no tenía ojeras bajo los ojos.
Envolvió el micrófono a su cadera y sin haber reparado en mi presencia se giró hacia los armarios. Tanteando aún un poco el terreno con los pies descalzos.

- ¡Buenos días! - grité desde la mesa.

Aitana, que tenía un jersey en la mano, me miró a los ojos para después volver a aquella prenda y decidió guardarla de nuevo en el armario.

- ¿Ya no te gusta? - pregunté acercándome a donde ella estaba y dejando abandonado mi desayuno. Miré una vez mi jersey verde al fondo del armario y sonreí dejándola visiblemente sorprendida.- Puedo regalarte otro.

Sé que es corto. Pero no tenía tiempo para más. Lo siento! Estoy a tope de exámenes. En semana santa quizás haga un maratón o algo así para compensar.  Se puede mirar.
Y sí, en esta tendréis corazones y mariposas. Tranquilos.

Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora