8. La verdad

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- ¿Y quién es? - preguntó desde el asiento de atrás intentando no ahogarse con el cinturón.

- Una amiga.

- ¿Salía también en el juego ese al que fuiste?

- Sí y te he dicho mil veces que no es un juego. Es una academia.

- ¡Si estáis todo el rato jugando! - se cruzó de brazos y puso morritos.

- Lo que tú digas. - carraspeé. - Quiero que seas amable con ella, ¿de acuerdo?

- ¿Por qué?

- ¿Cómo que por qué? Siempre hay que ser amables.

- Ya, pero nunca me lo has dicho. - Bam, pillado por mi hija de nueve años.

- Venga, abajo. - dije sacándole el cinturón de seguridad. Ella bajó de un salto y fue corriendo hasta el portal. Cogí su mochila del maletero y me dirigí con las llaves en la mano junto a ella, que daba botes de entusiasmo en la puerta. - Amable, ¿vale? - rodó los ojos y corrió al interior como un torbellino.

- Ya llegamos. - dije mientras dejaba la mochila de la pequeña en la entrada. - ¿Has estado bien?

- Si, todo bien. Gracias. - respondió Aitana desde el salón.

Al oírla, un relámpago de pelo largo pasó rozándome hacia la habitación.

- Hola. - saludó Aitana un poco sorprendida por su entrada repentina. Yo me apoyé en el marco de la puerta.

- ¡Uala! Tú eras mi favorita. - la catalana rió ante sus palabras.

- ¿Ah sí? ¿Por qué?

Adivinando por dónde iba a seguir la conversación, me apresuré para evitar que continuara, pero mi hija era demasiado rápida para mí ya. Ni se me había pasado por la cabeza que lo que estaba a punto de pasar fuera a hacerlo, era para mí tan evidente y lo tenía implantado en la mente desde hacía tanto tiempo, que que alguien no lo viese tan normal como yo me parecía imposible. Claramente, si alguien lo iba a ver raro, esa sería la mujer que estaba ahora sentada en el sofá.

- ¡Porque te llamas igual que yo! - exclamó.

Aitana frunció el ceño poco a poco y levantó la vista hacia mí lentamente. No sabía donde meterme. Me pasé la mano por el pelo y suspiré.

Ajena a toda la situación, la inocente niña que no sabía la magnitud que en realidad tenía lo que había dicho, me miró con ojos brillantes.

- ¿Puedo ir a jugar con María al piso de abajo? - me preguntó. Me moría por decirle que no, que no me dejase así, vendido, pero en menos de un minuto y antes de que contestara, Aitana había desaparecido encaminada a casa de la vecina. Fui hasta la entrada para cerrar la puerta que había dejado abierta y al girarme me encontré con Aitana frente a mí con los brazos cruzados.

- ¿Aitana? - yo tragué duro. - Es que incluso si me dijeras que ha sido Graciela quien eligió el nombre, la situación no mejoraría.

- No sé qué decir. - me rasqué la nuca. - Lo siento.

- No, a ver. No tienes que disculparte. Es simplemente... extraño.

- Tiene su explicación. - se me escapó antes de percatarme de que no quería darla. Ella me miraba expectante. Algún día tendría que explicarlo y tal vez no encontrara mejor momento que este en mucho tiempo. - Prométeme que vas a intentar entenderlo, por favor.

- ¿Lo del nombre?

- El por qué me fui. - Aitana miró al suelo y respiró hondo. Ambos nos sentamos en el sofá.

- ¿La verdad? - asentí.

- Mi hija se llama como tú. Se llama como tú a modo de recordatorio. De razón para seguir con todo esto. La quiero más que a nada, pero a veces pensaba en todo lo que había pasado. Me deprimía un poco pensar en cómo había mandado a la mierda todas las decisiones que debería haber tomado, pero verla responder con ojos brillantes a cada señora que se agachaba a preguntar su nombre me lo recordaba siempre.

- Luis, no entiendo nada. - puse mi mano en su rodilla y la miré directamente.

- A mi hermana le detectaron cáncer poco antes de que me marchara. Estaba bastante extendido y los médicos no le daban muchas alternativas. Descubrimos que en EEUU se estaba desarrollando un tratamiento nuevo y que estaba dando muy buenos resultados en este tipo de casos. Por desgracia, era increíblemente caro y aún si consiguiéramos reunir el dinero, la lista de espera era demasiado larga para lo que quizás mi hermana pudiera aguantar. - el rostro de Aitana se oscureció un poco. Incómodo, empecé a jugar con el móvil que tenía entre las manos. - No, no te preocupes. A día de hoy mi hermana se ha recuperado.

- ¿Entonces...?

- Verás, los Samons se enteraron de ese problema. - Aitana suspiró. - Edward y Marcos me hablaron sobre lo bien que te iría si no estabas conmigo.

- No, no puede ser que lo hicieras. - gritó levantándose. - No puedo ni imaginarlo.

- No, no fue eso. Bueno, no solo eso. Tenían razón Aitana. Solo mira dónde estás ahora.

- ¡No me importa! Joder, Luis. Hubiera preferido seguir contigo y cantar en hoteles el resto de mi vida. - yo la miré perplejo. - Sí, mira dónde estás. Estoy arriba Luis. Me codeo con gente que antes soñaba conocer, pero llego a casa para encontrarme con ese gilipollas.

- Hay más. - resopló y se volvió a sentar. - Yo me negué, Aitana. La idea era hablar contigo, vivir separados, que se especulara que habíamos roto, dejar pasar el tiempo. - levantó la vista confundida. - Edward Samons se ofreció a pagar y encargarse de que mi hermana recibiera el tratamiento, pero solo si te dejaba definitivamente. No me dejó otra alternativa, la otra opción no quedó demasiado clara, pero me sonó a amenaza. Sé que hay algo que aún no te encaja. En el trato venía también volver con Graciela. Según mi hermana se iba recuperando, vieron que el plan podía irse a la mierda. Fue entonces cuando ya me amenazaron seriamente y esta vez no con mi propia seguridad, como muestra de fidelidad, apareció Aitana. La quiero muchísimo, no me arrepiento de haber accedido a tenerla, pero esa fue la verdadera razón. De todas formas Graciela no sabe nada de esto. Cuando mi hermana se recuperó finalmente, como ya estaba Aitana como seguro, rompimos.

- ¿A- Alex sabía todo esto? - asentí. - Dios Luis... - se escondió entre sus rodillas. - Lo siento muchísimo.

- Eh, no pasa nada. - dije apartando todo con lo que intentaba cubrirse.

- ¿A quién amenazaron? - preguntó con un hilo de voz. Yo retiré la mirada. - Luis.

- A ti. - Aitana abrió los ojos asustada. - Pero está claro que ese imbécil no ha cumplido su parte de trato. - escupí apretando la mandíbula y pasando una mano por la aún visible herida que Aitana tenía en la mejilla.

Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora