Epílogo.

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Pretendo que no la recuerdo tanto. Que cada paso que doy estoy más lejos de su olor, su forma de reír.

Pretendo que algún día volveré a comprar miel, que no sentiré nada al verla al final de la despensa.

Pretendo que las noches no se me hacen largas, que no pongo la televisión para únicamente no sentirme solo.

Pretendo que soy capaz de sentarme en una habitación y dejar que cierren la puerta.

Tengo un calendario en el cajón de la mesilla de noche de la derecha de la cama, el que ella utilizaba, donde voy tachando los días que pasan desde que ella se fue. Un día menos de condena.

Llevaba unas horas tirado en el sofá del salón con la televisión puesta, realmente sin ver nada. La mirada se me perdía en algún punto de la pantalla con cualquier cosa del día que me hubiera recordado a ella, cuando la puerta se abrió.

Solo Roi tenía llaves de piso. Bueno, Roi y ella. Tenía. Miré al suelo.

Hacía unas semanas que Roi venía. Descorría las cortinas de las habitaciones, se aseguraba de que había comido algo y me insistía cerca de treinta minutos en que saliera a fuera a dar un paseo. Cuando se daba por vencido se marchaba hasta la próxima vez.

Entró a la cocina acompañado del ruido de una bolsa de plástico que chocó contra la mesa. Bajé el volumen de la televisión al parecerme que algo no estaba como siempre.

Giré la cabeza y la vi, bajo el marco de la puerta, con un poco de miedo. Una gran sonrisa se formó en sus labios y yo me sentí un poco más culpable si era posible por no haber hecho lo mismo.

La responsable de aquellos pasos de más en el rellano, esperó a que Roi se posicionara detrás de ella para dar el paso que la adentraba físicamente en el salón.

- ¿Por qué la has traído aquí? - hablé directamente a Roi. Él frunció el ceño sin responder.Aiti cogió mi brazo apoyando en un lado del sofá y lo abrazó con fuerza para luego tirar de él.

- ¡Papá! Dice Roi que nos vamos al parque de atracciones.Arranqué el brazo de entre los suyos dejándola un poco descolocada.

- No vamos a ninguna parte. - dije serio.Después de unos segundos, corrió hasta estar delante de mis piernas y se hizo hueco entre ellas para llegar a agarrar mi camiseta con sus manos.

- Venga por fa... - se mordió el labio. - mañana es mi cumpleaños.

Incómodo, me alejé de ella. Me puse de pie y caminé hasta la mesa de la sala, cubierta de polvo. La cortina aún tapaba las vistas, pero la perdí ahí de todos modos. Vino tras de mí.

- No puedes estar siempre triste. - tiró de nuevo de mi camiseta. - Yo cuando estoy triste, si doy un abrazo se me pasa. - habló antes de abrazar mi pierna.

Estaba furioso. Realmente lo estaba. Las venas se me marcaban por todo el cuerpo y cada vez me costaba más contenerme.Mirarla era doloroso. Era una mentira. Una de aquellas que me quitaban el sueño, que tan mal me hacían sentir. Una de aquellas que habían llevado a Aitana a dar su vida por la persona que le hice creer que era. Era parte de la culpa.

- ¿Roi por qué la has traído aquí? - alcé la voz. - ¿Qué coño crees que estás haciendo? - me giré bruscamente haciendo que Aiti me soltara. - ¿Qué intentas, Roi?

- Cepeda, es tu hija. Lleva más de un mes en mi casa. Eres su padre y mañana es su cumpleaños. - su voz era seria. Se cruzó de brazos y me miró con dureza.

- No puedo verla sin recordarla. - Grité aún más. - ¿Es que no lo entiendes? - tiré con el brazo uno de los vasos que había sobre la mesa haciendo que se partiera en mil pedazos. Aiti, asustada, volvió hacia Roi. - ¡No quiero verla! - sentencié.

Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora