Y así fue. Por unos preciosos instantes de su muerte, Altaïr estuvo en paz. Después…, después se dio la vuelta y poco a poco fue consciente de sí mismo y de dónde estaba. Estaba de pie. ¿Cómo podía estar de pie? ¿Era la vida después de la muerte? ¿Estaba en el Paraíso? En ese caso, se parecía mucho al cuartel
general de Al Mualim. No solo eso, sino que Al Mualim estaba presente. De hecho, le vigilaba, le observaba con una mirada inescrutable. —¿Estoy vivo? Las manos de Altaïr fueron hacia donde habían dirigido el cuchillo en su estómago. Esperaba encontrar un agujero irregular y notar la sangre húmeda, pero no había nada. No había herida, ni sangre. Aunque lo había visto. Lo había sentido. Había sentido el dolor… «¿O no?».
—Pero vi cómo me apuñalabais —dijo—, sentí el abrazo de la muerte. Al Mualim le respondió con una expresión insondable: —Viste lo que yo quería que vieras. Y luego dormiste el sueño del muerto. El útero. Despertaste y volviste a nacer. Altaïr retiró la niebla de su mente. —¿Con qué fin? —¿Recuerdas, Altaïr, por qué luchan los asesinos? Aún tratando de readaptarse, contestó: —La paz por encima de todo. —Sí. Por encima de todo. No basta con acabar con la violencia que un hombre comete sobre otro. También se refiere a la paz interior. No puedes tener una sin la otra. —Así se ha dicho. Al Mualim negó con la cabeza y se le ruborizaron de nuevo las mejillas al levantar la voz. —Pues sí. Pero tú, hijo mío, no has encontrado tu paz interior. Se manifiesta de varios modos alarmantes. Eres arrogante y demasiado seguro de ti mismo. Te falta autocontrol y sabiduría. —Entonces, ¿qué va a ser de mí? —Debería matarte por el dolor que nos has traído. Malik cree que lo justo es que entreguemos tu vida a cambio de la de su hermano. Al Mualim hizo una pausa para dejar que Altaïr comprendiera toda la importancia del momento. —Pero sería una pérdida de mi tiempo y de tus aptitudes. Altaïr se permitió relajarse un poco más. Le iban a perdonar la vida. Se podría redimir. —Te han quitado tus pertenencias —continuó Al Mualim—. También tu rango. Vuelves a ser un principiante, un niño. Como cuando te uniste a la Orden. Te estoy ofreciendo la oportunidad de arreglarlo para que te ganes tu vuelta a la Hermandad. Por supuesto. —Supongo que tenéis algo planeado. —Primero debes demostrarme que te acuerdas de cómo ser un asesino. Un auténtico asesino —dijo Al Mualim. —¿Queréis que mate a alguien? —preguntó Altaïr, aunque sabía que su castigo sería más riguroso. —No. Aún no, al menos. Por ahora tan solo serás un estudiante otra vez. —No hay necesidad. Soy un Maestro asesino. —Eras un Maestro asesino. Otros le siguieron la pista a tus objetivos. Pero ya no. A partir de ahora, la seguirás tú mismo. —Si eso es lo que queréis…
—Lo es. —Pues decidme lo que tengo que hacer. —Aquí tengo una lista. Nueve nombres la adornan. Nueve hombres que tienen que morir. Son portadores de la plaga. Amigos de la guerra. Su poder e influencia corrompen el país y aseguran que continúen las Cruzadas. Los encontrarás. Los matarás. Al hacerlo, sembrarás las semillas de la paz, tanto para la región como para ti mismo. De ese modo, puede que logres redimirte.
Altaïr respiró hondo. Aquello podía hacerlo. Quería, necesitaba, hacerlo. —Nueve vidas a cambio de la mía —dijo detenidamente. Al Mualim sonrió. —Creo que es una oferta muy generosa. ¿Tienes alguna pregunta? —¿Por dónde empiezo? —Dirígete a Damasco. Busca a un comerciante del mercado negro llamado Tamir. Que él sea el primero en caer. Al Mualim se acercó a la jaula de palomas mensajeras, cogió una y la colocó con
cuidado en su mano ahuecada. —Asegúrate de visitar la Oficina de los asesinos cuando llegues. Enviaré un pájaro para que informe al rafiq de tu llegada. Habla con él. Verás que tiene mucho que ofrecer. Abrió la mano y el pájaro desapareció por la ventana, como si se extinguiera. —Si creéis que es lo mejor… —dijo Altaïr. —Lo creo. Además, no puedes empezar tu misión sin su consentimiento. Altaïr torció el gesto.
—¿Qué tonterías son estas? No necesito su permiso. Es una pérdida de tiempo. —Es el precio que pagas por los errores que has cometido —dijo bruscamente el Maestro—. Ahora no respondes solo ante mí, sino ante toda la Hermandad. Toda la Hermandad. —Que así sea —aceptó Altaïr tras una pausa lo bastante larga para transmitir su desagrado. —Ve, entonces —dijo Al Mualim—. Demuestra que aún no te hemos perdido. Hizo una pausa y luego cogió algo debajo de su escritorio que le entregó a Altaïr. —Ten —dijo. Con mucho gusto, Altaïr cogió su hoja, torciendo la abrazadera de su muñeca para soltarla por encima de su meñique. Comprobó el mecanismo y se sintió otra vez como un asesino.
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Assassin'Creed La Cruzada Secreta
FanfictionLa historia jamás contada de Altaïr, el Maestro Asesino, Nicolás Polo, padre de Marco, por fin revelará la historia que ha mantenido en secreto toda su vida: la historia de Altaïr, uno de los Asesinos más extraordinarios de la Hermandad.