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Estúpido Altaïr. Arrogante Altaïr. Tenía problemas. Majd Addin yacía muerto a sus pies y la madera poco a poco se iba manchando de sangre. A su espalda, estaban los acusados, atados a una estaca, de la que colgaban, sin vida, ensangrentados. La plaza estaba vacía de espectadores, salvo por los guardias de Majd Addin, que avanzaban hacia él. Se acercaban a la plataforma. Empezaban a subir los escalones por los dos extremos para impedir que saltara hacia delante. Con ojos feroces, poco a poco le iban rodeando, con las espadas alzadas, y si tenían miedo, no lo mostraban. Que su líder hubiera sido reducido en público por un asesino en las horcas del Muro de las Lamentaciones de Jerusalén no les había hecho sucumbir al pánico ni tampoco había reinado la confusión como Altaïr había esperado. No les había infundido un terror mortal hacia el asesino que ahora estaba ante ellos, con la hoja goteando sangre de Addin. Por el contrario, les había dado determinación y una necesidad de precisa venganza. Lo que significaba que las cosas no habían ido de acuerdo con el plan. Excepto por… El primero de los guardias salió disparado como una flecha, su trabajo era comprobar la entereza de Altaïr. El asesino retrocedió, esquivando las estocadas de la hoja del sarraceno, al tiempo que el acero sonaba en la plaza casi vacía. El guardia se echó hacia delante. Altaïr miró atrás para ver que otros avanzaban y respondió con un ataque, obligando al sarraceno a retroceder. Uno, dos, estocada. Obligado a defenderse, el guardia intentó escapar de un salto y casi se topa con uno de los cadáveres que colgaban de los postes. Altaïr bajó la vista y vio su oportunidad. Se echó hacia delante otra vez, lanzando un violento ataque dirigido a infundir el pánico en su oponente. Las hojas se juntaron y, como era de esperar, el sarraceno retrocedió desordenadamente hacia el charco de sangre de la plataforma, justo como Altaïr había pretendido. Se resbaló, perdió el equilibrio, y por un segundo bajó la guardia, lo que le dio a Altaïr el tiempo suficiente para atacar enseguida con su espada y atravesarle el pecho. Gorjeó y murió. Su cuerpo se deslizó sobre la madera y Altaïr se incorporó para enfrentarse a más atacantes, viendo duda y un poco de miedo en sus ojos ahora. La entereza del asesino se había puesto debidamente a prueba y desde luego no le faltaba. Aun así, los guardias le sobrepasaban en número y seguro que había más de camino, alertados por el alboroto. La noticia de los acontecimientos de la plaza se habría propagado por Jerusalén: que habían matado al regente de la ciudad en su propio cadalso y que los guardias habían atacado al asesino responsable. Altaïr pensó en el regocijo de Malik al enterarse. Sin embargo, Malik le había parecido distinto la última vez que Altaïr había visitado la Oficina. No era como si le hubiera recibido con los brazos abiertos, pero, no obstante, su evidente hostilidad había sido sustituida por cierto cansancio, y había mirado a Altaïr con el entrecejo fruncido en vez de fulminarle con la mirada. —¿Por qué me molestas hoy? —había susurrado. Agradecido por no tener que discutir, Altaïr le había dicho su objetivo: Majd Addin. Malik había asentido. —La ausencia de Salah Al’din ha dejado a la ciudad sin un líder apropiado, y Majd Addin se ha puesto a representar ese papel. El miedo y la intimidación le hacen conseguir lo que quiere. Pero la verdad es que no tiene derecho a ese puesto. —Eso acabará hoy —había dicho Altaïr. —Hablas sin demasiados reparos. No estamos hablando de un traficante de esclavos cualquiera. Domina Jerusalén y está muy bien protegido. Te sugiero que planifiques tu ataque con cuidado. Conoce antes bien a tu presa. —Ya lo he hecho —le había asegurado Altaïr—. Majd Addin celebra una ejecución pública no muy lejos de aquí. Seguro que está bien vigilada, pero no será nada que yo no pueda afrontar. Sé lo que debo hacer. —Y por eso eres un principiante a mis ojos —había dicho Malik con aire despectivo—. No puedes saberlo, tan solo suponer. De bes esperar equivocarte. Haber pasado algo por alto. Anticípate, Altaïr. ¿Cuántas veces tendré que recordártelo? —Como quieras. ¿Ya hemos terminado? —No del todo. Hay algo más. Uno de los hombres que van a ejecutar es un hermano. Uno de los nuestros. Al Mualim quiere que se salve. No te preocupes por un rescate real, puesto que mis hombres se ocuparán de eso. Pero tienes que asegurarte de que Majd Addin no lo mata. —No le daré la oportunidad. Cuando se marchaba, Malik le había advertido: —No lo estropees, Altaïr. Y Altaïr se había burlado de que algo así se le pasara por la cabeza mientras se dirigía hacia el Muro de las Lamentaciones.

Assassin'Creed La Cruzada SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora