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—Los has hecho bien —dijo Al Mualim al día siguiente—. Tres de los nueve ya están muertos y te lo agradezco. —Se borró su sonrisa—. Pero no creas que te vas a dormir en los laureles. Tu trabajo solo acaba de empezar. —Estoy a vuestras órdenes, Maestro —dijo Altaïr, con solemnidad. Estaba agotado pero agradecido porque empezaba a reparar su error a los ojos de Al Mualim. Era evidente el cambio en los guardias. Mientras que antes le miraban con desdén, ahora mostraban un respeto reticente. Sin duda les había llegado la noticia de que había tenido éxito. Al Mualim también le había concedido el principio de una sonrisa y le indicó que se sentara. El Maestro continuó: —El rey Ricardo, envalentonado por su victoria en Acre, se prepara para dirigirse al sur, hacia Jerusalén. Salah Al’din seguro que está al tanto de esto, así que reunirá a sus hombres ante la ciudadela en ruinas de Arsuf. Altaïr pensó en Salah Al’din y se puso nervioso. Su mente volvió a aquel día en que los sarracenos estaban en las puertas de la fortaleza… —Entonces, ¿queréis que los mate a ambos? —preguntó, saboreando la posibilidad de poner su hoja en el líder sarraceno—. ¿Que termine su guerra antes de que comience en serio? —No —dijo Al Mualim bruscamente, examinándolo con tanto detenimiento que Altaïr sintió que le leía los pensamientos—. Eso desperdigaría sus fuerzas y sometería el reino a la sed de sangre de diez mil guerreros sin rumbo fijo. Pasarán muchos días antes de que se encuentren, y mientras marchan, no lucharán. Debes ocuparte de una amenaza más inmediata: los hombres que pretenden gobernar en su ausencia. Altaïr asintió. Guardó sus visiones de venganza para revisarlas otro día. —Dadme los nombres y yo os traeré su sangre. —Así lo haré. Abu’l Nuqoud, el hombre más rico de Damasco. Majd Addin, regente de Jerusalén. Guillermo de Montferrato, señor feudal de Acre. Conocía aquellos nombres, desde luego. Cada una de las ciudades tenía la huella perniciosa de su líder. —¿Cuáles son sus crímenes? —preguntó Altaïr. Se preguntó si, como los otros, sería más complicado de lo que parecía. Al Mualim extendió las manos. —Avaricia. Arrogancia. La matanza de inocentes. Camina entre la gente de sus ciudades y conocerás los secretos de sus pecados. No dudes de que esos hombres son obstáculos para la paz que buscamos. —Entonces, morirán —dijo Altaïr, obedientemente. —Vuelve a mí cuando cada uno de los hombres haya comprendido que conocemos sus intenciones —le ordenó Al Mualim— y Altaïr, ten cuidado. Tu último trabajo puede que haya atraído la atención de los guardias. Estarán más suspicaces que en el pasado. Eso parecía. Puesto que, días más tarde, cuando Altaïr entró en la Oficina de Acre, Jabal le saludó con un: —Se ha extendido la noticia de tus hazañas, Altaïr. Asintió. —Por lo visto es cierto que deseas redimirte. —Hago lo que puedo. —Y a veces lo haces bien. Supongo que es el trabajo lo que nos vuelve a reunir, ¿no? —Sí. Guillermo de Montferrato es mi objetivo. —Entonces la Zona Cadena es tu destino… Pero mantente alerta. En esa parte de la ciudad están las dependencias personales del rey Ricardo y está muy bien vigilada. —¿Qué puedes decirme de ese hombre? —Guillermo ha sido nombrado regente mientras el rey dirige su guerra. Los ciudadanos lo ven como una extraña elección, dados los problemas entre Ricardo y el hijo de Guillermo, Conrado. Pero creo que Ricardo es bastante listo. —¿Cómo de listo? Jabal sonrió. —Ricardo y Conrado no opinan lo mismo en la mayoría de los asuntos. Aunque son lo
suficientemente cívicos en público, se rumorea que tienen malas intenciones el uno respecto al otro. Y luego están los sarracenos capturados de Acre… —Jabal sacudió la cabeza—. Al final, Conrado ha vuelto a Tiro y Ricardo ha obligado a Guillermo a permanecer aquí como su invitado. —Querrás decir como rehén —dijo Altaïr. Se inclinaba a estar de acuerdo con Jabal. Lo cierto era que parecía un movimiento acertado por parte de Ricardo. —Llámalo como quieras, pero
la presencia de Guillermo debería mantener a Conrado a raya. —¿Por dónde sugieres que comience mi búsqueda? Jabal reflexionó. —En la ciudadela de Ricardo, al sureste de aquí… O mejor en el mercado que hay enfrente. —Muy bien. No te molestaré más. —No importa —dijo Jabal, que volvió con sus pájaros para susurrarles con delicadeza. Era un hombre sin muchas preocupaciones, pensó Altaïr. Por eso al menos, le envidiaba.

Assassin'Creed La Cruzada SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora