Cuando Altaïr llegó a la Oficina de Jerusalén, era otro hombre. No había cometido el error de pensar que aquel viaje había finalizado, pues aquello habría sido típico del antiguo Altaïr. No, sabía que no era más que el principio. Era como si Malik también lo percibiera. Había algo distinto en el líder de la Oficina cuando Altaïr entró. Había un nuevo respeto y acuerdo entre ellos. —Seguridad y paz, Altaïr —dijo. —Sean también contigo, hermano —respondió Altaïr y hubo un momento de silencio. —Parece que el destino se comporta de un modo extraño… Altaïr asintió. —Entonces, ¿es cierto? ¿Robert de Sablé está en Jerusalén? —He visto a los caballeros con mis propios ojos. Malik se tocó el muñón al mencionar al Templario. —La desgracia persigue a ese hombre. Si está aquí es porque tiene malas intenciones. No le daré la oportunidad de actuar —dijo Altaïr. —No dejes que la venganza nuble tus pensamientos, hermano. Ambos sabemos que nada bueno puede salir de ahí. Altaïr sonrió. —No me he olvidado. No tienes nada que temer. No busco venganza, sino conocimiento. Antes habría repetido aquellas palabras como un papagayo, puesto que era lo que se esperaba de él. Pero ahora lo creía de verdad. Malik de algún modo volvió a comprenderle. —Es cierto que no eres el hombre que conocía —dijo. Altaïr asintió. —Mi trabajo me ha enseñado muchas cosas. Me ha revelado secretos. Pero aún hay piezas de este puzle que no tengo. —¿A qué te refieres? —Todos los hombres a los que he dado sepultura habían trabajado juntos, unidos por este hombre. Robert tiene planes para este país. Lo sé muy bien. Pero ¿cómo y por qué? ¿Cuándo y dónde? Todo eso aún está fuera de mi alcance. —¿Los cruzados y los sarracenos trabajan juntos? —se preguntó Malik en voz alta. —No son nada de eso, sino otra cosa. Templarios. —Los Templarios son parte del ejército cruzado —dijo Malik, aunque tenía la pregunta escrita en el rostro: ¿cómo podían ser hombres del rey Ricardo si estaban en Jerusalén? ¿Caminando por las calles de la ciudad? —O eso es lo que quiere creer el rey Ricardo —apuntó Altaïr—. No. Solo son leales a Robert de Sablé y tienen la loca idea de que detendrán la guerra. —Eso que cuentas es muy extraño. —No tienes ni idea, Malik… —Pues dime. Altaïr empezó a contarle a Malik todo aquello de lo que se había enterado hasta aquel momento. —Robert y sus Templarios caminan por la ciudad. Han venido a presentar sus respetos a Majd Addin. Asistirán a su funeral. Lo que significa que yo también. —¿Y por qué los Templarios iban a asistir a su funeral? —Todavía tengo que adivinar sus verdaderas intenciones, aunque tendré una confesión a su tiempo. Los mismos ciudadanos están divididos. Muchos piden sus vidas. Aun así otros insisten en que están aquí para negociar. Para conseguir la paz. Pensó en el orador que le había cuestionado, que había asegurado con firmeza que sus señores querían finalizar la guerra. De Sablé, un cristiano, asistía al funeral de Majd Addin, un musulmán. ¿No era eso una prueba de que los Templarios buscaban una Tierra Santa unida? Los ciudadanos eran hostiles a la idea de los Templarios en Jerusalén. La ocupación cruzada aún estaba reciente en su memoria. Como era de esperar, se había informado de que había estallado la lucha entre cruzados y sarracenos, a quienes ofendía la vista de caballeros por las calles. La ciudad no lograba ser convencida por los oradores, que insistían venir en son de paz. —¿Paz? —dijo Malik. —Ya lo he contado. Los otros a los que maté me lo dijeron. —Entonces se convertirían en nuestros aliados. Y aun así los matamos. —No te equivoques, no nos parecemos en nada a esos hombres. Aunque su meta parece noble, los medios por los que la están consiguiendo no lo son. Al menos… Eso es lo que me explicó Al Mualim. Ignoró el diminuto gusano de duda que se deslizaba en el abismo de su estómago. —¿Y cuál es tu plan? —Asistiré al funeral y me enfrentaré a Robert. —Cuanto antes mejor —aceptó Malik y le entregó a Altaïr la pluma—. Que la fortuna favorezca tu espada, hermano. Altaïr cogió el indicador. Tragó saliva y dijo: —Malik… Antes de irme, hay algo que debería decirte. —Suéltalo. —He sido un tonto. Malik dejó escapar una risa seca. —Normalmente no rechistaría, pero ¿qué es esto? ¿De qué estás hablando? —En todo este tiempo… no te he dicho que lo sentía. He sido demasiado orgulloso. Perdiste el brazo por mi culpa. Perdiste a Kadar. Tenías todo el derecho a estar enfadado. —No acepto tus disculpas. —Lo entiendo. —No. No lo entiendes. No acepto tus disculpas porque no eres el mismo hombre que fue conmigo al Templo de Salomón, así que no tienes nada por lo que pedir perdón. —Malik… —Tal vez, si no te hubiera tenido tanta envidia, no habría sido tan descuidado. Yo también tengo parte de culpa. —No digas eso. —Somos uno. Así como compartimos la gloria de nuestras victorias, también deberíamos compartir el dolor de nuestro fracaso. De ese modo estamos más unidos. Nos hacemos más fuertes. —Gracias, hermano. Y así Altaïr se encontró en el cementerio, un camposanto pequeño, sin adornos, junto a un grupo escaso de Templarios y civiles, que se habían reunido alrededor del montículo de Majd Addin, el antiguo regente de la ciudad. El cuerpo se había bañado, envuelto en un sudario y llevado en procesión, luego enterrado sobre el lado derecho y, una vez tapado el agujero, los miembros de la procesión habían añadido tierra a la tumba. Cuando Altaïr entró, un imán subía para oficiar el funeral y el silencio descendió sobre el suelo sagrado. La mayoría permaneció con las manos juntas delante y la cabeza agachada como muestra de respeto hacia el muerto, así que a Altaïr le resultó fácil pasar entre la gente con disimulo para colocarse de manera estratégica. Para localizar a su objetivo. El que había puesto a Altaïr en aquel camino, cuya muerte no sería más que un castigo por todo el sufrimiento que había causado y lo que había sucedido por su culpa: Robert de Sablé. Al pasar por las filas de plañideras, Altaïr se percató de que era la primera vez que estaba en un funeral de una de sus víctimas, y lanzó una mirada a su alrededor para ver si había algún apenado miembro de la familia del difunto por allí cerca, preguntándose cómo él, el asesino, se sentiría al enfrentarse a su dolor. Pero si Majd Addin había tenido parientes cercanos, estaban ausentes o mantenían oculta su pena entre los asistentes; no había nadie junto a la tumba salvo el imán y… Un grupo de caballeros Templarios. Eran tres, delante de una fuente decorada de manera ornamentada, empotrada en un muro alto de arenisca; llevaban armadura y unos cascos que les cubrían toda la cara, incluso el que estaba delante de los otros dos, que además llevaba una capa. La capa distintiva del Gran Maestro Templario. Y aun así… Altaïr entrecerró los ojos y se quedó mirando a De Sablé. El caballero no era como Altaïr le recordaba. ¿Le estaba jugando una mala pasada su memoria? ¿Tenía Robert de Sablé unas dimensiones más grandes en su cabeza porque le había vencido? Sin duda le faltaba altura. ¿Y dónde estaba el resto de sus hombres? El imán había empezado a hablar y se dirigía a las plañideras: —Nos hemos reunido aquí para llorar la pérdida de nuestro querido Majd Addin, arrebatado demasiado pronto de este mundo. Sé que sentís pena y dolor por su fallecimiento, pero no deberíais. Puesto que igual que salimos del útero, todos debemos marcharnos de este mundo. Es algo natural, como la salida y la puesta del sol. Tomaos este momento para reflexionar sobre la vida y dad gracias por todo lo bueno que hizo. Sabed que un día os reuniréis con él de nuevo en el Paraíso. Altaïr luchó por esconder su indignación. «El querido Majd Addin». ¿El mismo querido Majd Addin que había sido un traidor para los sarracenos, que había querido debilitar su confianza al ejecutar indiscriminadamente a los ciudadanos de Jerusalén? ¿Ese Majd Addin? No le extrañaba que hubiera tan pocas personas y tan poco dolor a la vista. Era tan querido como la lepra. El imán empezó a dirigir a las plañideras en la oración. —Oh, Dios, bendito Muhammad, su familia, sus compañeros, oh, misericordioso y majestuoso. Oh, Dios, más majestuoso de como lo describen, paz en los Profetas, bendiciones del Dios del Universo. Altaïr apartó la vista de él para mirar a De Sablé y su escolta. Un guiño de sol le alcanzó el ojo y alzó la vista a la pared detrás del trío de caballeros, hacia los baluartes que se alzaban en el exterior del patio. ¿Había visto un movimiento? Tal vez. Algunos soldados Templarios extra podían protegerse con facilidad en los baluartes. Volvió a echar un vistazo a los tres caballeros. Robert de Sablé, como si estuviera de inspección, se ofreció de objetivo. Su constitución. Era demasiado delgada, de eso estaba seguro. La capa. Parecía demasiado larga. No. Altaïr decidió abandonar el asesinato porque no iba a ignorar su instinto. No le estaba diciendo que algo iba mal. Le estaba diciendo que nada iba bien. Comenzó a retroceder, justo cuando el tono del imán cambió. —Como sabéis, a este hombre lo mataron asesinos. Hemos intentado dar con el responsable, pero ha resultado difícil. Estas criaturas se pegan a las sombras y huyen de cualquiera que se enfrente a ellos limpiamente. Altaïr se quedó helado al saber que estaba a punto de caer la trampa sobre él. Intentó abrirse camino entre la gente con más rapidez. —Pero hoy no —oyó que decía el imán—, puesto que parece que hay uno entre nosotros. Se burla de nosotros con su presencia y debe pagar por ello. De repente, el grupo alrededor de Altaïr se abrió y formaron un círculo. Se dio la vuelta y vio al imán que le señalaba junto a la tumba. De Sablé y sus dos hombres avanzaron. A su alrededor el grupo parecía violento y se acercaban para no dejarle escapatoria. —Agarradle. Traedle para que se cumpla la justicia de Dios —dijo el imán. Con un movimiento Altaïr desenvainó la espada y expulsó la hoja. Recordó las palabras de su Maestro: escoge a uno. Pero no hacía falta. Las plañideras puede que fueran valientes y Majd Addin querido, pero nadie estaba dispuesto a derramar sangre para vengarlo. Aterrorizado, el grupo se deshizo, las plañideras tropezaron con sus túnicas al escapar y Altaïr utilizó la súbita confusión para salir corriendo hacia un lado y evitar la fila de Templarios que avanzaba. Al primero le dio tiempo de advertir que uno de los miembros del grupo no estaba escapando, sino que se movía hacia él, antes de que la espada de Altaïr le atravesara la cota de malla, luego la barriga y cayera muerto. Altaïr vio abierta una puerta en la pared y por allí aparecieron más caballeros. Cinco al menos. Al mismo tiempo hubo una lluvia de flechas desde arriba, y uno de los caballeros empezó a dar vueltas y cayó con un asta sobresaliendo de su cuello. Los ojos de Altaïr se clavaron en los baluartes, donde vio a los arqueros Templarios. En esta ocasión su puntería le había favorecido. No habría tanta suerte la próxima vez. El segundo de los escoltas dio un paso adelante y Altaïr atacó con la espada, cortándole el cuello al hombre y enviándolo hacia abajo con un chorro de sangre. Se volvió hacia De Sablé, que se acercó agitando su sable lo bastante como para hacer retroceder a Altaïr, que tan solo pudo desviar el golpe. De repente, había refuerzos y estaba intercambiando golpes con tres caballeros más, todos con cascos enteros; se hallaba en el último lugar de descanso de Majd Addin. Aunque no había tiempo de disfrutar del momento: de arriba llegó otra lluvia de flechas y, para placer de Altaïr, atravesaron a un segundo caballero, que gritó al caer. Los Templarios restantes estaban desorganizados y se dispersaron un poco, menos asustados de Altaïr que de sus propios arqueros, justo cuando De Sablé empezó a chillar a los arqueros para que dejaran de disparar a sus propios hombres. Y Altaïr estaba tan sorprendido que casi baja la guardia. Lo que había oído no era el inconfundible tono francés masculino de Robert de Sablé, sino una voz que estaba seguro de que pertenecía a una mujer. Una mujer inglesa. Por un segundo, le dejó de piedra la mezcla de desconcierto y admiración. Esa… mujer, la sustituta enviada por De Sablé, luchaba con tanto valor como cualquier hombre y empuñaba un sable con la misma destreza que cualquier caballero con el que se había topado. ¿Quién era? ¿Uno de los tenientes de Robert de Sablé? ¿Su amante? Se mantuvo pegado a la pared y cayó otro caballero. Solo quedaba uno. Uno más y la sustituta de Robert de Sablé. Aunque el último Templario tenía menos ganas de luchar que ella y murió, derrotado por la punta de la espada de Altaïr. Ahora tan solo quedaba ella e intercambiaron golpes, hasta que por fin Altaïr fue capaz de vencerla al hundir la hoja en su hombro a la vez que barría sus piernas desde abajo y ella caía con fuerza al suelo. Salió disparado a ponerse a cubierto y se la llevó consigo para que quedaran fuera de la vista de los arqueros. Luego se inclinó sobre ella. Todavía con el casco puesto, el pecho se le movía. La sangre se esparcía por el cuello y el hombro, pero viviría, pensó Altaïr; si él se lo permitía, claro. —Te veré los ojos antes de que mueras —dijo. Le quitó el casco y siguió desconcertado al enfrentarse a la verdad. —Intuyo que esperabas a otra persona —dijo, sonriendo un poco. Tenía los cabellos ocultos por la toca de cota de malla, pero Altaïr quedó embelesado por sus ojos. Vio que había determinación en ellos, pero también algo más. Suavidad y luz. Y se encontró preguntándose si su evidente destreza como guerrera ocultaba su verdadera naturaleza. Pero ¿por qué —fuera cual fuera la orden de combate que poseyera— enviaría De Sablé a aquella mujer en su lugar? ¿Qué habilidades especiales tenía? Le puso la hoja en el cuello. —¿Qué brujería es esta? —preguntó con cautela. —Sabíamos que vendrías —dijo, aún sonriendo—. Robert necesitaba asegurarse de que tendría tiempo de huir. —¿Así que ha huido? —No podemos negar vuestro éxito. Habéis arrasado nuestros planes. Primero el tesoro y luego nuestros hombres. El control de Tierra Santa se desvanece… Pero vio una oportunidad para reclamar lo que le habían robado. Para convertir vuestras victorias en una ventaja. —Al Mualim todavía tiene el tesoro y ya hemos aniquilado antes a vuestro ejército —respondió Altaïr—. Sean cuales sean los planes de Robert, volverá a fracasar. —Ah —dijo—, pero ahora no os enfrentáis únicamente a los Templarios. Altaïr torció el gesto. —Habla claro —le pidió. —Robert viaja a Arsuf para explicar su caso y que los sarracenos y los cruzados se unan contra los asesinos. —Eso jamás sucederá. No tienen motivos para hacerlo. La mujer sonrió ampliamente. —Tal vez no los tuvieran, pero ahora les has dado uno. Nueve, de hecho. Los cuerpos que has dejado atrás son víctimas de ambos bandos. Has convertido a los asesinos en un enemigo común y has asegurado la aniquilación de tu Orden entera. Bien hecho. —No han sido nueve, sino ocho. —¿A qué te refieres? Retiró la hoja del cuello. —Tú no eras mi objetivo. No te arrebataré la vida. —Se levantó—. Eres libre para marcharte. Pero no me sigas. —No me hace falta —dijo. Se puso de pie y se colocó una mano en la herida del hombro—. Llegas demasiado tarde… —Ya veremos. Con un último vistazo a los baluartes, donde los arqueros se apresuraban a adoptar nuevas posiciones, Altaïr salió corriendo, dejando vacío el cementerio, salvo por sus cadáveres viejos y nuevos, y la extraña mujer valiente y fascinante.
—Era una trampa —le explicó a Malik, un rato más tarde, el tiempo que tardó en llegar del cementerio a la Oficina, mientras su mente trabajaba frenéticamente. —He oído que el funeral resultó un caos… ¿Qué pasó? —Robert de Sablé no estaba allí. Envió a otra persona en su lugar. Me esperaba… —Debes ir a ver a Al Mualim —dijo Malik con firmeza. Sí, pensó Altaïr, debía ir. Pero de nuevo tenía aquella persistente sensación. La que le decía que había más misterios por revelar. ¿Y por qué pensaba que de algún modo estaba involucrado el Maestro? —No hay tiempo. La mujer me contó dónde iba. Lo que planea. Si regreso a Masyaf, puede que lo consiga… Y entonces… temo que nos destruyan. —Hemos matado a la mayoría de sus hombres. No puede esperar montar un buen ataque. Espera —dijo Malik—. ¿Has dicho que era una mujer? —Sí. Era una mujer. Es raro, lo sé. Pero dejémoslo para otro momento. Por ahora tenemos que centrarnos en Robert. Tal vez hayamos disminuido sus filas, pero ese hombre es listo. Va a llevar su caso a Ricardo y Salah Al’din. Para unirlos contra el enemigo común… Contra nosotros. —Estoy seguro de que te equivocas. No tiene sentido. Esos dos hombres nunca… —Oh, pero sí lo harán y no tiene nadie más la culpa salvo nosotros. Los hombres que he matado son de los dos bandos del conflicto…, hombres importantes para ambos líderes… El plan de Robert quizá sea ambicioso, pero tiene sentido. Y puede funcionar. —Mira, hermano, las cosas han cambiado. Tienes que volver a Masyaf. No puedes actuar sin el permiso del Maestro. Podría comprometer a la Hermandad. Creía… creía que lo habías aprendido. —Deja de ocultarte tras las palabras, Malik. Empuñas el Credo y sus principios como un escudo. Nos está ocultando cosas. Cosas importantes. Tú fuiste el que me dijo que no podemos saber todo siempre, solo sospecharlo. Bueno, pues sospecho que este asunto de los Templarios va más allá. Cuando termine con Robert, cabalgaré hacia Masyaf y tal vez tengamos respuestas. Pero a lo mejor tú podrías ir ahora. —No puedo dejar la ciudad. —Pues camina entre su gente. Busca a los que sirven a los que asesiné. Entérate de todo lo que puedas. Dices que eres perspicaz. A lo mejor ves algo que yo no he visto. —No sé… Debo pensarlo. —Haz lo que tengas que hacer, amigo mío. Pero yo me voy a Arsuf. Cada momento que me retraso, nuestro enemigo está un paso más lejos de mí. Una vez más había infringido el Credo: de forma voluntaria o no, había puesto a la Orden en peligro. —Ten cuidado, hermano. —Lo tendré. Lo prometo.
ESTÁS LEYENDO
Assassin'Creed La Cruzada Secreta
FanficLa historia jamás contada de Altaïr, el Maestro Asesino, Nicolás Polo, padre de Marco, por fin revelará la historia que ha mantenido en secreto toda su vida: la historia de Altaïr, uno de los Asesinos más extraordinarios de la Hermandad.