24

7 0 0
                                    

Sin embargo, aún había algo que Altaïr necesitaba averiguar. Y con el último de los regentes de la ciudad muerto, ahora era el momento de preguntarlo. Se armó de valor mientras le conducían una vez más a las dependencias de Al Mualim. —Entra, Altaïr. Confío en que hayas descansado bien. ¿Estás preparado para las pruebas que te quedan? —dijo el Maestro. —Sí. Pero antes hablaré con vos. Tengo algunas preguntas… Al Mualim indicó su desaprobación alzando la barbilla y apretando un poco los labios. Sin duda recordaba la última ocasión en la que Altaïr le había presionado en busca de respuestas. Y así lo hizo Altaïr, quien había decidido andar con más cuidado esta vez, pues no tenía muchas ganas de volver a ver la hoja del Maestro. —Pregunta, entonces —dijo Al Mualim—. Contestaré lo mejor que pueda. Altaïr respiró hondo. —El rey mercader de Damasco mataba a los nobles que gobernaban la ciudad. Majd Addin en Jerusalén utilizaba el miedo para someter al pueblo. Sospecho que Guillermo pretendía matar a Ricardo y tomar Acre con sus tropas. Esos hombres tenían que ayudar a sus líderes, pero en cambio decidieron traicionarlos. Lo que no entiendo es por qué. —¿Acaso no es obvia la respuesta? Los Templarios desean el control. Todos esos hombres, como has advertido, querían reclamar sus ciudades en nombre de los Templarios para así poder gobernar Tierra Santa y al final más allá. Pero no pueden lograr esa misión. —¿Por qué? —preguntó Altaïr. —Sus planes dependen del tesoro Templario…, el Fragmento del Edén… Pero ahora lo tenemos nosotros y no pueden esperar lograr sus objetivos sin él. Por supuesto, pensó Altaïr. Aquella era la pieza a la que se habían referido tantas de sus víctimas. —¿Qué es ese tesoro? —preguntó. Al Mualim sonrió, después fue hacia la parte trasera de su sala, se inclinó y abrió un arcón. De allí sacó una caja, volvió a su escritorio y la colocó encima. Altaïr supo lo que era sin mirarla, pero aun así atrajo su mirada; no, la arrastró. Era la caja que Malik había cogido en el Templo y, como antes, parecía resplandecer, irradiar algún tipo de poder. Se dio cuenta de que había sabido todo el tiempo que aquel era el tesoro del que hablaban. Apartó los ojos de la caja para mirar a Al Mualim, que había estado observando su reacción. La cara del Maestro mostraba una expresión indulgente, como si hubiera visto a muchos comportarse de aquella manera. Y aquello era tan solo el comienzo. Puesto que ahora abría la caja y sacaba una esfera del tamaño aproximado de dos puños: una esfera dorada con el diseño de un mosaico que parecía latir por la energía, de modo que Altaïr se preguntó si sus ojos le estarían engañando. Si a lo mejor estaba… viva de algún modo. Pero quedó trastornado. Notaba que la esfera tiraba de él. —Es… una tentación —entonó Al Mualim. Y de repente, como una vela que se apaga, la esfera dejó de latir. Su aura había desaparecido. De pronto su atracción no existía. Volvía a ser… una esfera: una cosa antigua, bonita a su manera, pero no dejaba de ser una mera baratija. —No es más que una cosa de plata… —dijo Altaïr. —Mírala bien —insistió Al Mualim. —Ha brillado por un instante, pero no tiene nada de espectacular —dijo Altaïr—. ¿Qué se supone que tengo que ver? —Esta «cosa de plata» expulsó a Adán y Eva. Es la Manzana. Convierte los palos en serpientes. Dividió y cerró el mar Rojo. Eris la utilizó para empezar la guerra de Troya. Y con ella, un pobre carpintero convirtió el agua en vino. ¿La Manzana, el Fragmento del Edén? Altaïr la miró con reserva. —Parece muy simple para todo el poder que aseguráis que tiene —dijo—. ¿Cómo funciona? —El que la posee ordena el corazón y la mente de cualquiera que la contemple, cualquiera que la «pruebe», como dicen. —Entonces, los hombres de Garnier de Naplouse… —dijo Altaïr, pensando en las pobres criaturas del hospital. —Un experimento. Usó las hierbas para estimular sus efectos… Para estar preparados para cuando la tuvieran. Ahora Altaïr lo entendía. —Talal los abastecía. Tamir los equipaba. Se estaban preparando para algo… Pero ¿para qué? —Para la guerra —respondió Al Mualim con crudeza. —Y los demás… Los hombres que gobernaban las ciudades… Querían reunir a su gente. Convertirlos en seres semejantes a los hombres de Naplouse. —Los ciudadanos perfectos. Los soldados perfectos. Un mundo perfecto. —Robert de Sablé no debe tenerla en su poder —dijo Altaïr. —Mientras él y sus hermanos vivan, lo intentarán —dijo Al Mualim. —Entonces, deberemos acabar con ellos. —Y eso es lo que has estado haciendo. —Al Mualim sonrió—. Hay dos Templarios más que requieren tu atención —continuó—. Uno está en Acre y se le conoce como Sibrand. El otro está en Damasco y se llama Jubair. Visita a los líderes de las Oficinas. Te darán más instrucciones. —Como deseéis —aceptó Altaïr e inclinó la cabeza. —Date prisa —le apremió Al Mualim—. Sin duda Robert de Sablé se pondrá nervioso por nuestro éxito. Los seguidores que le quedan harán lo posible para desenmascararte. Te conocen como el hombre de la capucha blanca. Te estarán buscando. —No me encontrarán. No soy más que una hoja entre la multitud —respondió Altaïr. Al Mualim sonrió, orgulloso una vez más de su discípulo.

Assassin'Creed La Cruzada SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora