Altaïr estaba harto de aquel cometido. Cansado y cada vez más enfadado. Cada largo viaje le agotaba aún más, pero le habían ordenado visitar a Al Mualim tras los asesinatos. Y en cada ocasión el Maestro era enigmático y le pedía detalles cuando él se guardaba información. Así lo comprobó la siguiente vez que se vieron. —Me han llegado noticias de tu éxito —dijo Al Mualim—. Tienes mi agradecimiento y el del reino. Al liberar esas ciudades de sus líderes corruptos, sin duda promueves la paz. —¿Cómo podéis estar tan seguro? —preguntó Altaïr. Por su parte, cada vez estaba menos seguro. —Los medios por los que los hombres dominan están reflejados en sus gentes. Al limpiar las ciudades de corrupción, curas los corazones y las mentes de los que habitan en ellas. —Nuestros enemigos no opinarían lo mismo —dijo Altaïr al tiempo que pensaba en aquellos cuyos ojos había cerrado. —¿A qué te refieres? —Los hombres que he matado me dijeron extrañas palabras. No se arrepentían. Incluso al morir, parecían seguros de su éxito. Aunque no lo admitan directamente, les unen unos lazos. Estoy seguro. Al Mualim se lo quedó mirando con detenimiento. —Hay una diferencia, Altaïr, entre lo que nos dicen que es verdad y lo que vemos que es cierto. La mayoría de los hombres no se molestan en hacer tal distinción. Así es más sencillo. Pero como asesino, está en tu naturaleza advertirlo. Cuestionarlo. —Entonces, ¿qué es lo que conecta a esos hombres? —insistió Altaïr. El Maestro tenía las respuestas, estaba seguro. Las tenía todas. —Ah. Pero como asesino también es tu deber acallar esos pensamientos y confiar en tu maestro, puesto que no hay una verdadera paz sin orden. Y el orden requiere autoridad. Altaïr no pudo ocultar la exasperación de su voz. —Habláis dando rodeos, Maestro. Me elogiáis por darme cuenta y luego me pedís que no piense. ¿Qué hago? —Se contestará a la pregunta cuando ya no tengas que hacerla —respondió Al Mualim con cierto misterio. Altaïr advirtió que no llegaba a ningún sitio. —Supongo que me habéis llamado para darme algo más que una charla —dijo. —Sí —contestó Al Mualim y le mandó de nuevo a Damasco. Al que llamaban Abu’l Nuqoud. Sería el próximo en morir. Aunque, primero, tendría que negociar con el impertinente líder de la Oficina… —Altaïr, amigo mío. Bienvenido. Bienvenido. ¿A quién has venido hoy a arrebatarle la vida? Altaïr puso mala cara al ver al líder de la Oficina de Damasco, insolente como de costumbre, pero no lo bastante para justificar su furia. Aquel hombre tenía el don de conocerle. Tal vez si hubiera podido usar mejor sus habilidades, no habría tenido que pasar los días detrás de un escritorio en la Oficina. Algún día Altaïr se lo recordaría. Entretanto, tenía trabajo que hacer. Un nuevo objetivo. —Se llama Abu’l Nuqoud —dijo—. ¿Qué puedes contarme sobre él? —¡Ah, el rey mercader de Damasco! —exclamó el líder, visiblemente impresionado—. El hombre más rico de la ciudad. ¡Qué emocionante! ¡Qué peligroso! Te envidio, Altaïr. Bueno… No la parte en la que te golpearon y te quitaron el rango… Pero envidio todo lo demás. Oh…, excepto las cosas terribles que los demás asesinos dicen sobre ti. Pero, sí, aparte del fracaso y del odio (sí, aparte de esas cosas), te envidio mucho… Altaïr se imaginó el aspecto que tendría su cuello con un puñal clavado. —No me importa lo que piensen o digan los demás —dijo—. Estoy aquí para hacer un trabajo. Así que vuelvo a preguntar: ¿qué puedes decirme del rey mercader? —Tan solo que debe de ser un hombre muy malo si Al Mualim te ha mandado contra él. Está siempre con los suyos, envuelto en la exquisitez de la zona noble de la ciudad. Un hombre ocupado, siempre está tramando algo. Estoy seguro de que si pasas un rato con los suyos, te enterarás de todo lo que necesites saber sobre él. Eso fue exactamente lo que Altaïr hizo, ir a la Mezquita Umayyad y al zoco Sarouja, así como a la ciudadela de Salah Al’din, donde supo que la población local odiaba a Abu’l Nuqoud, que era corrupto y había estado malversando dinero público, gran parte del cual había desviado a Jerusalén en pagos a Guillermo de Montferrato. (Altaïr sonrió forzadamente al oírlo). Al pasar por la madraza de al-Kallasah se topó con unos eruditos que estaban conversando y esperó oír algo de Abu’l Nuqoud. No estaban hablando de él, pero Altaïr se quedó por allí igualmente, perplejo por sus discursos. —Ciudadanos. Traed vuestros escritos —estaba diciendo el primero—. Dejadlos en una pila ante mí. Quedarse alguno es un pecado. Conoced y aceptad la verdad de mis palabras. Liberaos de las mentiras y la corrupción del pasado. Aunque estaba a punto de seguir caminando, Altaïr se quedó un rato más. Había algo en todo aquello. «Liberaos de las mentiras y la corrupción del pasado». ¿Tendría algo que ver con el «nuevo orden» del que no dejaba de oír hablar? Ahora hablaba otro erudito: —Si de verdad valoráis la paz, si de verdad queréis ver el fin de la guerra, dejad vuestros libros, pergaminos y manuscritos, puesto que alimentan las llamas de la ignorancia y el odio. Altaïr ya tenía suficiente y no le gustaba lo que había oído. «Dejad vuestros libros». ¿Por qué? No obstante, lo apartó de su mente para continuar haciendo averiguaciones sobre el rey mercader. Nuqoud raras veces dejaba sus aposentos, oyó. Sin embargo, aquella misma tarde iba a asistir a una fiesta que ofrecía, tan solo, decían algunos, para restregar su riqueza personal por las narices de la ciudadanía. Incluso había pedido vino —en contravención de su fe— para la celebración. Si iba a parecerse a sus fiestas anteriores, entonces sería cuando Altaïr atacaría. Había oído que se habían dejado un andamio fuera del balcón de las dependencias de Abu’l Nuqoud. Decidió que era el momento perfecto para ir a una fiesta.
ESTÁS LEYENDO
Assassin'Creed La Cruzada Secreta
FanficLa historia jamás contada de Altaïr, el Maestro Asesino, Nicolás Polo, padre de Marco, por fin revelará la historia que ha mantenido en secreto toda su vida: la historia de Altaïr, uno de los Asesinos más extraordinarios de la Hermandad.