La vista de Rafael fue cegada momentáneamente al tratar de leer los brillantes números que mostraba la pantalla de su celular. Era terriblemente temprano. Aun faltaba muchísimo tiempo para ir a la escuela, tomando en cuenta que ese tiempo sería un intervalo de varios días. Ya que, para su desgracia, Rafael se había despertado de madrugada, en sábado, el primer día de vacaciones.
Se maldijo incontables veces mientras cubría su rostro y fijaba su atención en el techo de su cuarto. El ventilador se mecía lentamente de lado a lado mientras las aspas hacían su mejor esfuerzo tratando de movilizar la brisa dentro de su habitación.
¿Qué se suponía que haría tan temprano? No podía regresar a su sueño, de eso estaba seguro. Se revolvió entre sus sábanas con algo de incomodidad. Con el pasar de los minutos, había olvidado completamente qué era lo que estaba soñando.
Con los brazos detrás de su cabeza, intentó recordar sin éxito. ¿Sería acaso la excursión de fin de curso? ¿La nueva maestra de ciencias? ¿Hacer que Carlos distinguiera los colores? Eso último era lo más descabellado.
Rafael sonrió para sus adentros y se puso a pensar en su mejor amigo. Carlos Soto, quién no conocía los colores, los animales, ni mucho menos su propio rostro. Fuera de esa peculiar característica, era un chico con las mismas dificultades para las matemáticas como cualquier otro.
Desde que lo conoció, Rafael lo había invadido de preguntas acerca de cómo era «no ver». La mayoría de las respuestas que conseguía iban por el lado de «No lo sé» «Jamás he visto uno» «¿Qué es eso?» «¿Qué estás haciendo?». Esa inocencia infantil los había hecho inseparables desde hace ya varios años. En cuanto se conocieron en un campamento de verano, la curiosidad de Rafael lo había llevado a conocer más de Carlos. Cuál fue la sorpresa de ambos al darse cuenta que solo vivían a un par de calles de distancia dentro del mismo fraccionamiento.
Sin mucho que hacer decidió llamarlo, a pesar de ser temprano, Rafael estaba seguro de que a Carlos le gustaría saber cómo sería el amanecer. Y aunque él solía ser un completo gruñón por las mañanas, Rafael no tenía los escrúpulos suficientes para dejarlo descansar. La personalidad hiperactiva y extrovertida hacía un contraste perfecto con la reservada y sarcástica actitud de su mejor amigo.
— ¿Hola? —respondió una voz rasposa del otro lado del teléfono— ¿Rafa? Viejo, ¿qué haces despierto tan temprano?
—¿Cómo sabes que es temprano? — le preguntó él, con una risita.
—De seguro porque aún está oscuro. —dijo Carlos con sarcasmo— Obviamente porque mi alarma no ha sonado y hace frío. Tonto.
— ¿Entonces cómo sabías que era yo?
—¿Qué es esto? ¿El Día Nacional de Pregúntale al Ciego? Eres el único que me llamaría a estas horas.
—Me aburrí de dormir— Rafael se estiró dejando salir un quejido.
—¿Y que culpa tengo yo? Son vacaciones. —alegó Carlos. A pesar de querer sonar enfadado, no podía dejar de sonreír.
—Pensé que querrías ver algo genial. —canturreó Rafael acercándose a su ventana, al mismo tiempo que apartaba las cortinas para presenciar la salida del sol. Esta sería la primera vez que narraría algo como esto para Carlos.
—Esa es una declaración muy ambigua Rafa, —replicó Carlos, tallándose la cara provocando que su voz se escuchara aflojerada— no tengo punto de comparación para catalogarlo como «genial».
—Ignoraré eso.
—Siempre lo haces.
Desde hace varias semanas Rafael había estado practicando. Gracias a uno de esos ejercicios de activación en una de sus clases, el cual consistía en describir algo de los alrededores para que el resto de la clase adivinara, Rafael tomó como inspiración ese pequeño juego para describirle a Carlos cualquier evento, proceso o maravilla natural que los rodeara.
Esto provocó que su vocabulario comenzara a ampliarse con cada diccionario, libro y fotografías que conseguía. Tener la descripción más exacta de las cosas era su principal objetivo, sin tener que recurrir a adjetivos coloridos o usar formas y lugares como punto de comparación. Significaba un gran desafío y requería de toda su fuerza mental para obtener una respuesta creativa, pero las reacciones de Carlos lo valían.
Rafael abrió la ventana, tomó un gran respiro de aire matutino, y escaneó con detalle el horizonte, dónde comenzaban a asomarse los primeros rayos del sol en esa fresca mañana de sábado. Era una escena tan tranquila, aún era posible escuchar unos cuantos grillos desde los arbustos. Infló el pecho una vez más, sonriendo hacia el paisaje, escuchando a Carlos quejarse del otro lado del teléfono.
Él sabía muy bien lo que significaba. A Carlos le encantaba escuchar la voz de Rafael, era profunda y concisa. Sin muletillas ni tartamudeos, la voz perfecta de un maestro, explicando a detalle todo lo que sus funcionales ojos le permitían ver.
—El cielo está frío, oscuro. Tu cuerpo se cubre de hielos en este momento. Sientes el viento, empujándote hacia atrás y despeinando tu cabello. Es fresco, agradable. — Carlos simplemente respondió con un suspiro que lentamente evolucionó en una callada risa. La seguridad volvió a Rafael, nada tenía sentido si no lograba transmitirle alguna sensación. —La brisa golpea tu rostro y poco a poco comienzas a sentir calor en tus mejillas. Como los tiernos besos que te da tu mamá.
— ¡Oye! —carcajeó el chico.
—No intentes negármelo, sé muy bien que eres un niño de mami. —Rafael sonrió, y volvió a concentrarse en el paisaje que se desplegaba frente a sus ojos— Después de esos cálidos y delicados besos, comienzas a sentir más calor, poco a poco, la oscuridad anterior se mezcla con este nuevo calor, y como resultado es dulce. Es dulce y fresco. Sientes ese cosquilleo en tu lengua similar a cuando tomas un té helado lleno de azúcar. Lo más gracioso, es que la oscuridad y el calor no dominan del todo. Es una mezcla, entre ese frío, dulce y calor, que explota sobre el cielo golpeando tu cara con viento.
—¿Rafa? —interrumpió Carlos. —¿Qué estamos viendo?
—El amanecer.
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Con Oídos para Ver y Ojos para Escuchar
Teen Fiction«¿Cuál es tu color favorito?» Esa fue la pregunta que Carlos Soto le hizo a su mejor amigo, Rafael Lira, una tarde de verano. Rafael se apartó del librero y observó a Carlos, perplejo, inseguro de cómo responder. Nuestra historia empieza con la mot...