Capítulo 20: La hora llegó.

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—¡NO. PUEDE. SER! ¡NOOO! —Balbán apretaba los puños encajando sus uñas con fuerza sobre su piel, estaba enfurecido—. ¡YA LO SABEN! ¡ELLOS YA SABEN QUE TENEMOS AYUDA DEL SISTEMA! ¡MALDICIÓN!

Los otros estaban guardando silencio, era un aspecto que el muchacho echaría de menos de Burné. Burné era el único que me contestaba e igualmente le apoyaba con ideas.

—¡Y todo esto es por su maldita culpa! ¡¿Ven el problema, malditos bastardos deformes?! —ninguno respondió—. ¡Aaaaah! Echarán a perder todo, absolutamente todo.

Si había algo a lo que Balban temía era a perder la diversión, aún no terminaba con los periodistas curiosos. Aunque el término «curiosos» estaba demás.

—Inmediatamente traiganlos. Todo esto acabará hoy. ¿Escucharon? —nadie se inmutó—. ¡Traelos, los necesito aquí!

Estos dos hombres asintieron y en menos de un segundo ya estaban saliendo. Balbán se mantuvo ese corto segundo para pensar la manera en que serían atrapados y no encontró alguna que le pareciera funcional pues esos hombres no tenían capacidad, así fue que les pidió que regresaran y les explicó a detalle lo que harían.

• • •

—¿Ves? ¿Esto querías? ¡Estamos perdidos en el bosque! —manifestó Rick, girandose hacia Paige que se encontraba detrás de él.

—Busquemos, hay que continuar lo que iniciamos con Treena... Con un coche saldremos de aquí —dijo cabizbaja.

—Pensé que eras más consciente que yo...

—Por eso te llevo por esta dirección. Jamás encontraremos la salida si no es en coche.

El sonido lejano del motor que tanto temieron cuando no eran una minoría fue audible. A ambos se les contrajo el pecho y sudaron frío. Se miraron a la vez a los ojos. Sólo ese sonido bastó para sentir miedo.

—Sigamos ese coche —susurró Rick.

• • •

15 minutos después.

Todo transcurrió con rapidez, los hombres deformes utilizaron el cebo y pescaron la presa. Harían algo bien y serían aplaudidos por Balbán.

Rick y Paige iban siguiendo la camioneta, pensando que los hombres no se habían dado cuenta de ello, pero lo que no sabían era que desde el comienzo todo fue una trampa.

Las cuatro almas  se encontraban en el sitio. En la casa de Balbán. Parecía vieja y claro estaba en deterioro. No había condición alguna para poder vivir en ese basurero radioactivo. Los hermanos esperaron a que los hombres "salieran del coche y entraran a casa" para aprovechar y subir a la camioneta. Lo cual no estaba en los planes de Balbán.

Estaban cerca de Carla y Finnick, los que sólo apenas habían aparecido vivos, pero los hermanos no tenían ni la más remota idea, así que se subieron a la camioneta y en instantes dieron marcha. Para su suerte y para la desdicha de los deformes la llave estaba puesta.

El motor para nada silencioso resonó, y al momento Balbán salió, viendo como su joya se alejaba.

—¡Rick, lo logramos! —ella parecía entusiasmada y por la misma razón comenzó a llorar. Por fin su pesadilla iba a acabar.

Por su lado Rick no estaba para nada entusiasmado.

—No sé cómo controlar este coche, sólo mira... —le dijo inspeccionando cada parte que tocaba—. Parece que está moldeado...

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