Capítulo 14: ¡NO!

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La Mer de Dirk Maassen





El ardiente sol había sido testigo de la propuesta que el mellizo le había hecho a Karen, el primer día, cuando arribaron en Prypiat. No fue la manera más romántica de hacerlo, pero la ansiedad no podía calar más dentro de él, así que terminó con sus ansias, aún sin tener una sortija que ofrecerle. Fue feliz, pero sólo en ese instante, al notar sus castaños ojos brillar. Ahora mismo su piel se erizaba, y su corazón rogaba por salirse de su pecho. El tedioso momento. Las emociones fuertes, el dolor inimaginable y su amor inquebrantable, todo se lo provocó el ver a Karen tendida en la superficie terrosa.

No obstante, Karen Mitchell no pensaba lo mismo, por un momento le fue indiferente, no se concentró sólo en el hombre que sufría frente a ella. La travesía de emociones que navegaba por todo su ser se debía al temor y la desesperación que la carcomía de adentro hacia fuera, por las ansias de ver llegar a esos hombres sin alma. Tenía el miedo a morir, más aún cuando lo sentía tan cerca y su conciencia vivía para entenderlo. Tenía los ojos nublosos a causa de las lágrimas que rogaban por ser libres; también tenía el labio inferior temblando como cuando era una niña. Estaba siendo presa del pánico, nunca le gustó oler sangre, aunque pareciera la persona más valiente del universo; y, en ese momento el olor a sangre era intenso y estaba impregnando el aire.

Los demás yacían de espectadores, estaban esperando a que su último suspiro se acercase.

Pero su espera no se alargó como antes había sucedido.

El motor de la vieja camioneta roja que los seguía con continuidad, jugando con ellos, sonó en algún punto del bosque. Todos inspeccionaron con la mirada, alertados. Sin embargo, no era visible. 

Fue entonces que Karen se dió tiempo para pensar en el muchacho, asimismo, en la realidad del contexto. Ella no tenía escapatoria, su pierna se había destrozado gracias al objeto filoso que la tenía presa, pero su novio si tenía posibilidad de salir librado de tanta mierda, comprendió de lo que su novio sería testigo. Los sentimientos se le juntaron, aquellos que tenía escondidos, también pensó en su madre y, en todas las cosas que nunca pudo ni podría aclarar. No quería llevarse a Rick junto a ella, él si tenía oportunidad de salir, por lo que gritó lo primero que salió de sus labios, sin pensarlo, hasta que notó sus palabras al ver a Finnick acercarse a ellos.

—Lo siento... Mucho —dijo el rubio.

Rick lucía atónito. ¿Su propio cuñado estaba tratando de alejarlo de Karen...? ¡Era el amor de su vida, con quién deseaba compartir su larga y mísera existencia! Le dolía. Pero...¿Cómo no iba a doler? Los demás exclamaban que se alejase, a punto de echarse a la fuga, pero eso para él no era preocupación.

—¡No, no, no, no! ¡¡KAREN NO!!¡FINNICK VETE! —su voz era un triste lamento—; Por favor... Yo... Yo no puedo... ¡RECUERDA LO QUE PROMETIMOS! No pienso dejarte, Karen... ¡Y NO ME VAN A OBLIGAR A MARCHARME! ¡LARGATE DE AQUÍ, ALÉJATE! —se dirigió a Finnick—. ¡¿NO ESCUCHASTE?! ¡QUE TE VAYAS!—bajó la mirada y se cubrió el rostro al momento que comenzó a hipar.

—¡ALEJEN-SSÉ!

Aunque parecía que todo había ocurrido en un largo lapso de tiempo, habían transcurrido al menos tres minutos.

—¡No, no, no! —suplicó Rick, tratando de tocarla—. ¡KAREN NO! ¡No me hagas esssto! ¡Kareeeen!

El rubio a su lado no necesitó que lo repitiera, volvió a lamentarse, cerró los ojos y tomó valor para levantar a Rick, forzándolo, claro estaba. Los gritos del pelinegro no se hicieron esperar.

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