Bloody.

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Era un día tranquilo, el viento soplaba haciendo que las ramas de los árboles chocarán contra las ventanas.

Todo era tan cálido, tan pacífico. Tan hermoso que daba miedo. Pero un miedo que disfrutabas al máximo.

Los dulces caían después de haber depositado una moneda y haber girado la llave. Y ahí estaban, un par de deliciosas golosinas que poco después los pequeños de siete años comerían con alegría.

Toda aquella persona que conociera a Huang Renjun y a Na Jaemin sabía que estos eran inseparables. Que su cariño era muy especial, tanto que nada podría romperlo. Ni la espada más filosa o la arma más mortal. Ellos estarían juntos por la eternidad. Se veía en sus miradas, en la forma tan inocente en como sus pequeñas manitas se entrelazaban. Ellos eran almas gemelas. Y nadie podía estar en desacuerdo.

Todo aquel que conociera a esos dos pequeños sabía que estos iban cada tarde a la casa de ese apuesto chico, ese que tenía una mirada que parecía haber sido creada por mil dioses y que su rostro era digno de estar en un museo. Entonces era hora de la diversión.

Juguetes por aquí, juguetes por allá, un poco de Nintendo, no venía mal.

Aquella casa era inundada de risas cada tarde. Aquel apuesto chico cuidaba de ambos niños como si fuese su propia madre, esa que tanta falta le hacía a Jaemin.

Pero ese día. Justo ese día. Las cosas se pusieron feas, muy feas.

Ambos niños entraron a la casa del más grande. Todo iba bien hasta que el chico de veinte años mando a Jaemin a buscar los controles de la consola que estaban en el ático. El más pequeño no dudo y fue corriendo hasta arriba, iba a ser una partida muy divertida.

Pero Renjun la iba a pasar mal...

El mayor se acercó con sutileza y termino por poner a Renjun contra la pared. El chino sentía su pecho subir y bajar de forma enérgica, como si estuviera corriendo un maratón.

—¿Te han dicho que eres muy dulce? Tengo ganas de ver que tanto lo eres, ¿Me dejas?...

El menor negó moviendo la cabeza hacia los lados. Estaba completamente acorralado por él. Tenía miedo. Su pecho dolía mucho. ¿Porque Jaemin tardaba tanto?

—Por favor, prometo comprarte los juguetes que quieras si me dejas...

Entonces aquel chico que se hacía pasar por una dulce y gentil madre le tomó con ambas manos del cuello y lo besó con brusquedad, metiendo su lengua en su boca y dejándolo sin respirar, convirtiéndose en un monstruo, peor que el que yacía debajo de su cama.

Sus piernitas pataleaban y sentía como el aire que contenían sus pulmones le abandonaban, ¿Estaba volando o viendo a Dios allá a lo lejos? Quería que fuera lo primero.

¿Por qué Jaemin tardaba tanto?

Entonces cayó al suelo con brusquedad, sintiéndose débil e intentando recuperar el aliento. Pero una mano le golpeó el rostro con fuerza, sintió algo, algo con sabor a metal que salía de su boca.

—Mejor de lo que creí, y aún falta lo mejor.

¿Por qué Jaemin tardaba tanto?

El más pequeño buscaba en caja por caja, pero no veía nada. ¿Dónde podían estar esos dichosos controles? Vaya que estaban muy bien escondidos.

Renjun estaba aturdido, lleno de miedo. ¿Cómo podía hacerle esto él? ¿Cómo podía haberle pegado así?

La gran y delgada mano del mayor se coló por debajo de sus pantalones, de su ropa interior. Se sentía mal, estaba tocándole de una manera horrible, estaba llorando.

—Shhh. ¿Quieres que le haga lo mismo a Jaemin? ¿Quieres verlo sin vida por tu culpa? —Sus ojos estaban huecos. Sin nada dentro, más que deseo y ganas de matarlo.

Se calló, reprimió un grito e intento escapar. Muy mal, Huang, muy mal. El mayor lo jaló de ambas piernas y con suma agilidad quitó los pantalones grises del uniforme dejándolo con solo la ropa interior. Se sentía tan desprotegido, tan sucio. Solo podía sollozar.

Jaemin en su búsqueda fue a dar con una caja negra que decía "Precaución", la cual abrió por mera curiosidad y deseos de encontrar los malditos controles.

Pero no contó con lo que sus ojos estaban a punto de ver. Infinidades de fotos de niños desnudos o con sangre por todo el cuerpo, desmembrados, muertos. Con la manos y piernas atadas, con un líquido blanco manchando su rostro, su pecho, su trasero.

Era horroroso, espantoso, ¡DIOS, RENJUN!

Na Jaemin corrió escaleras abajo y fue directo a la cocina del mayor intentando ser silencioso, con cuchillo en mano salió con el único objetivo de encontrar a Renjun.

No esperaba verlo así. Todas aquellas fotos que había visto con anterioridad pasaban en su mente de golpe y lo hacían delirar. Tenía miedo, ¡MALDITO! ¡A HUANG RENJUN NO LO TOCABAS!

—¡PUDRETE EN EL INFIERNO LEE TAEYONG!

Era como pétalos rojos caer de una rosa. Cayéndo sobre él, sobre el piso, quedando en las paredes. Una, y otra, y otra, y otra, y otra vez. Jaemin metía y sacaba el cuchillo del cuerpo de Taeyong. Lo hizo al menos treinta y seis veces. Lo escuchó llorar, quejarse y sobre todo lo vió pagar por sus actos.

—¡JODETE ASQUEROSO IMBÉCIL!

Jaemin cayó de rodillas, llorando, esperando a que todo fuera un sueño, Renjun lo abrazó y ambos se echaron a llorar como nunca lo habían hecho, se querían dormir para siempre. Se sentían mal, pero habían hecho algo bueno.

Taeyong no volvería a tocar a ningún niño, ni a hacerle daño. Ambos estaban a salvo. Renjun respiraba aún, y él... Era un asesino.

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